Reconocido artista autodidacta es autor de El sueño de Buinaima. Libro ganó concurso de cuentos y narra mitos de su comunidad. Lo ilustró con sus bellas pinturas. Pedro Escribano. A finales del 2005, bajamos en la avenida Abancay para dirigirnos a nuestra redacción. Al pasar frente a la Biblioteca Nacional, nos llamó la curiosidad de qué programas culturales se anunciaban para el fin de semana. Ingresamos. Adentro, un tigre nos estaba mirando. Pero no era un tigre parado en sus cuatros patas, sino uno pintado en yanchamas, una suerte de lienzo hecho con corteza de árboles. No dijimos nada. Salimos y al poco rato volvimos con un fotógrafo. Ese fue el primer reportaje que hicimos a Rember Yahuarcani por sus pinturas. El ahora reconocido artista nos asegura que también fue el primero que le hicieron por la exposición de sus trabajos. Este artista (Pebas, Loreto, 1985), de origen uitoto, que entonces era un adolescente, delgado, huraño, nostálgico de su bosque y de su gente, ha sabido hacerse un camino como artista en Lima. No solo ha sentado su calidad como pintor, sino, acucioso como tiene que ser un creador, explora otras disciplinas. También escribe. Precisamente, este breve comentario quiere subrayar su vena de escritor, y premiado. Rember Yahuarcani ganó el primer premio del Concurso de Cuentos Ilustrados “Carlota Carvallo de Núñez” 2009, convocado por el Centro Cultural de España y el CEDILI-IBBY Perú. Su libro ganador, El sueño de Buinaima, ha sido publicado por Alfaguara. El cuento, en realidad relato, narra el origen del mundo. Cuenta que el dios soñador, Buinaima, dio vida a la tierra y cómo Buiñaiño, la diosa del agua, provoca la lluvia para con ella impedir que el cielo se venga abajo. La forma de presentarse es a través de la belleza del arco iris. El relato es un fluir en el que, a manera de afluentes, Yahuarcani va revelando el universo uitoto, sus creencias, sus mitos y también sus maneras de afrontar los nuevos tiempos. Por supuesto que el pintor-narrador no ha pretendido ofrecer un testimonio antropológico. Ocurre que solo cuenta lo que recuerda, lo que vio y lo que imagina su nación y que, en cotejo con nuestros parámetros occidentales, simplemente nos resulta maravilloso. Pero El sueño... no solo es contenido. El lector apreciará la solvencia de su lenguaje, su escritura diáfana, no sin candor, para revelar la vida dura y mágica de su gente.