Músico e investigador de la cultura negra., ¿Puedes decirme los nombres de tus 15 hermanos en orden descendente? ¡Voy! Jesús José, Filomeno Isidro, quien habla –Amador Eusebio–, Carmen Isabel, Marcela Victoria, Alcisia Adelina, Ana Celia, María Josefina, me salté a Marcela Victoria... Luego viene Camilo, Lucía... Miguel y José, mellizos. Luego está… ¡Imposible! Roberto y César que son los últimos, Eva Santos, que siempre la contamos. Y me he perdido… ¿Y cómo fue crecer en ese clan? Producía estrés y angustia, porque había que conseguir alimento. Aunque, como era el gobierno militar, los campesinos tenían como ventaja el estudio gratis y no pagabas ni medio. ¿Tu padre era campesino? Sí, campesino sin honorario, porque era una especie de mil oficios: sepulturero, albañil, pero muchas veces no le pagaban. Era rezador y todo lo hacía por obra y gracia del Espíritu Santo, y mi mamá estaba harta de eso. Y tú también eres rezador, ¿no? También. Rezador es quien se conecta con las ánimas de un ser querido ya fallecido, con la naturaleza, e involucras a estas dos fuentes de energía natural y espiritual para conectarte con los demás y puedes ver más allá de lo que otros se niegan a ver, ¿no? ¿Cómo lo aprendiste? Eso lo vas adquiriendo de a pocos. Vas a la casa de mi abuela y la abuela está rezando. Te quedas ahí paralizado, porque te moviliza una energía. ¿No lo aprendiste de tu papá? La abuela, cuando muere, se deshace de esto y lo transmite… Yo lo heredé de ella. De mi papá no, porque con mi papá yo he rezado. Venían sus clientes y mi papá me decía: "Chebo", encárgate. Y a veces yo buscaba que mi papá me rece y mi papá buscaba que yo lo rece. ¿Por qué tu padre te puso su nombre siendo el tercero de los hermanos? Por nuestra etnia, nosotros somos de Abisinia, Sudáfrica, y en esta etnia de musulmanes siempre el tercer hijo es el que llevaba el nombre y este tercero era el que daba problemas y hacía una rebelión frente al padre, destronaba al padre y tristemente acababa con él. ¿Tú te rebelaste contra tu padre? Él sintió que me rebelé, porque una vez, a los 18 años, yo estaba muy furioso. Trabajábamos la tierra y veníamos juntos con dos bueyes que araban la tierra y, en una de esas, él hunde su lampa y yo quiero demostrar que tengo mucha fuerza, y te juro que le mostré toda mi fuerza y él se asustó. Y me dijo: te largas, ya no te quiero ver más. Me fui, pero me fui llorando. Por todo el camino lloré, porque sí lo ofendí. Pero luego en el mundo de la música sí trabajaste con él... Sí. Con él sentía mucho apego, mucho cariño, mucho amor, y a él le gustaba mi energía en el escenario. Decía que yo era muy loco y seguramente sabía que mi energía iba a crecer algún día. Él fue mi maestro grande y generoso. ¿Te sentías un poco su heredero? No. Me siento heredero del legado de los Ballumbrosio, de una cultura fuerte, pero no me siento el responsable. Me llaman para resolver cosas y ahí estoy. De los 16, cada uno me imagino que heredó algo de él. ¿Tú qué heredaste? Yo heredé quizás esa calma con la que hay que actuar cuando el río inundó todo y malogró la cosecha. Esa calma. ¿Cómo resolver ese gran problema? Eso ten la seguridad de que la tengo clara. Y eso lo heredé de mi padre. ¿Qué es para ti ser parte del clan tan significativo que son los Ballumbrosio? Soy parte de ese equipo y ahora es un equipo bastante grande, porque hay nietos… Viene una generación a la que hay que cuidar de la droga, del alcohol y hasta de lo que se aprende. Tienes que mostrarle un camino. No el camino de la belleza, de que pones play y vas a bailar, sino que tiene que estudiar y elegir cómo actuar. Los tiempos son otros: hoy ya no puedes agarrar un cajón y cantar solamente. ¿Cuál es el mayor desafío ahora? La educación. Antes te metías al campo y todo te venía así. Estaban los viejos y los viejos te decían. Ahora no. Todo está en los libros, en internet. ¿Eso no conlleva el riesgo de perder la esencia que los caracteriza? Es que la esencia está en lo que fue. La esencia ya no es ahora. Venimos tocando nosotros un tema de hace 250 años. Mi padre revolucionó la danza de los negritos de El Carmen hace 75 años. Esa esencia tenemos que mantenerla y es difícil, porque, mientras más viejo te vas haciendo, tu tradición se va deteriorando y se va volviendo frágil. ¿Por qué no te quedaste allá, en El Carmen? Salí porque mi papá quería que fuera otra cosa. Yo quería ser distinto también: quería ser pintor, ser escritor, buscar otras cosas y El Carmen no me lo daba. El Carmen es un escenario para la lampa, criar animales y muchos hijos. Ahora soy quizás la persona que quise ser al salir de allá. ¿Y ser parte tantos años de la Tarumba qué ha significado para ti? Zanni (la nueva puesta) es una muestra de que cada año hay que pensar en sorprendernos nosotros mismos para sorprender al espectador. Yo siento que mucha gente me ha acompañado de años y, al salir, me dicen: don Amador, yo seguí a su padre y cuando él se fue, lo comencé a seguir a usted. Como que La Tarumba también me ha devuelto a mi padre, me ha devuelto el nombre Amador. Yo rechazaba ser Amador, porque estaba enojado con mi padre.