Eloy Jáuregui, poeta y cronista admirable
Creador. Uno de los más carismáticos periodistas y literatos falleció anoche, a días de cumplir los 70 años de edad. Bohemio, de amistad generosa, admirador de la salsa, del bolero y del barrio. Ícono de la crónica periodística y de las columnas deportivas.
Eloy Jáuregui escribía con el corazón, con el hígado, con las entrañas, y hasta con el estómago, pues le gustaba comer bien, como los cau cau, las carapulcras, los olluquitos de esa admirable cocinera negra Rosita Ríos.
Es decir, el periodista escribía con todo su interior, con pasión, lo que le sumó una legión de seguidores a su pluma, a sus crónicas.
Por sus crónicas se convirtió en un referente singular del periodismo peruano.
La crónica, el texto periodístico, se escribe con furia, decía él. Se escribe mirando con un ojo y viendo con el otro. Ah, y se escribe causando escozor, al poderoso, al indiferente, al pusilánime, como aconsejaban los maestros de antaño.
Ese Eloy Jáuregui, querido, homenajeado cada día por las generaciones de periodistas que buscaban seguir sus pasos, falleció ayer. Su deceso se produjo en su casa ubicada frente a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Eloy había sobrevivido al Covid, a las largas noches de bohemia, al conservadurismo limeño.
Escritor, poeta y periodista, nació el 13 de enero de 1953, en Surquillo. Integró uno de los movimientos poéticos más característicos y callejeros del país, Hora Zero, desde 1971.
Aportes. Horazeriano y un escritor de muchos libros. Foto: difusión
Hombre identificado con Surquillo, pero también con los lugares urbanos más tradicionales, como los Barrios Altos, las calles del Rímac, de La Victoria, era, en realidad, un bohemio cabal, muy amigable, “amigoso”, como decía, y un terrible conversador.
Se podían pasar horas con él, pues su inventiva era inacabable y su capacidad de tocar cualquier tema, con ingenio y altura, lo distinguían en cada esquina, en cada bar, en cada trayecto de la vida.
Destacó por integrar Hora Zero y también por sus crónicas; no dejó de publicar libros, dar conferencias, dictar clases y derrochar su magnífico y punzante buen humor.
Algunos de sus libros de crónicas periodísticas son Usted es la culpable (2004); Profundo vello (o guitarra con cuerda rota) (2010); Pa’bravo yo: historias de la salsa (2011); El pirata: historias de la música criolla (2011); Sabor a mí: historias el bolero (2011); El más vil de los ofidios (2013); Tu mala canallada (2014); Caza propia: crónicas (2017); Una pasión crónica (2018).
Sus hijos Alonso (sociólogo), Rodrigo (periodista) y Diego (fotógrafo) anunciaron el lugar del velatorio: se realiza hoy lunes 8 de enero, en el local del Colegio de Periodistas del Perú (Av. Canevaro 1470. Lince).
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Eloy Jáuregui recorrió muchas salas de redacción y dejó muchas huellas, risas, escuela, mucha escuela y vida.
Últimamente se lamentaba de los pocos espacios que habían para la crónica, para los textos con su dosis de literatura, en los grandes medios de comunicación. "Vivimos en la eclosión de la prensa exprés, del periodismo selfi y de la autoficción láctea", decía muy a su estilo.
Pero apostaba todavía por la crónica como una herramienta de atracción, por la belleza de la escritura, por las formas creativas de contar historias. "Hay que lubricar el cerebro, sus imágenes y su imaginación", pregonaba a los cuatro vientos.
Uno de los postulados que repetía ante los jóvenes encandilados por su palabras era "para hacer periodismo hay que leer, leer, leer; escribir, escribir, escribir; y vivir, vivir, vivir intensamente".
Se sentía un cronista. Y lo era. Y, por eso -reconocía-, tenía tantos amigos como antagonistas. "Me quieren y me odian". Pero no pasaba inadvertido. Y era lo que quería, provocar, encender, motivar. Nunca la indiferencia.
Como lo define Jesús Raymundo: "Las crónicas del maestro Eloy Jáuregui son la consagración de un estilo, el jaureguiano".
"Recorren la intensidad de la poesía, el colorido de las pinturas, el clímax de los cuentos, las secuencias de las películas, la profundidad de los personajes literarios, la novedad del periodismo, las reflexiones de los ensayos, los testimonios de la vida, la música de los géneros populares, el impacto de las puestas en escena y la sorpresa de todo lo que deja huellas".
Su partida conmovió a sus amigos y los que no lo son.
Precisamente, el mayor homenaje a este Valdelomar surquillano, a este Conde de los 70, ícono de la crónica periodística y de la buena onda, de la chacota y el ritmo popular, es esta suma de voluntades por nombrarlo, por darle el lugar que se merece su pluma y su genio.
Un grande del periodismo.
De antología
Fútbol. Fue columnista de La República. En nuestro diario también escribió sobre otra de sus pasiones: el fútbol peruano.
Salsa. Sus escritos de salsa y bolero, de la cultura popular, son de antología. Una pluma maestra de la vida cotidiana.
Publicación. Su último libro fue "Una pasión crónica. Tratado de periodismo literario" (Artífice Comunicadores), donde brinda algunas lecciones de lo que entiende por periodismo.
Baile. También era un eximio bailarín de boleros y guarachas. Solía aparecer en las Descarga en el barrio, con sus pasitos muy rítmicos.
Aprendizaje. Estudió lingüística en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y Periodismo en la Universidad Jaime Bausate y Meza.
Docencia. Fue profesor en la Facultad de Comunicaciones en la Universidad de Lima.
Anécdota: La maestra Isabel Álvarez cuenta que se aparecía de cuando en cuando en su restaurante El Señorío de Sulco. Venía por algún cariño. La conocida cocinera sanmarquina le decía pide pues, Eloy, ¿qué te sirves hoy? "Hoy quiero ni más ni menos que una hora de Pisco Sour, Isabelita", le decía con su característica sonrisa, su picardía, su magnífico sentido del humor.