"Ningún gobierno acepta alegremente la concesión de un asilo, pues revela una toma de posición del país de refugio, que implícitamente reconoce la existencia de una irregularidad en el lugar de huida".,El pedido de asilo de Alan García ha abierto un debate que tiene para largo. ¿Es pertinente su concesión? ¿Están en peligro sus derechos elementales, como dicen sus simpatizantes? ¿García intenta emplearlo tramposamente para huir de una investigación judicial independiente? La institución del asilo se extendió en una América Latina donde las dictaduras militares perseguían a los disidentes para reprimirlos y silenciarlos. La posibilidad de una cacería política, de una prisión arbitraria, incluso de una desaparición, era muy alta. Esto motivó el desarrollo de una protección especial contra los frecuentes abusos. Uno de los casos más emblemáticos ocurrió en el Perú y fue el asilo de Víctor Raúl Haya de la Torre, quien vivió más de cinco años en la embajada de Colombia. Haya de la Torre fue acusado de liderar un intento de golpe de Estado contra Manuel A. Odría, que rehusó otorgar el salvoconducto al líder aprista, lo que motivó un contencioso en la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Esta costumbre ha dado lugar a más de una polémica. Lo fueron el asilo que Brasil concedió al ex dictador paraguayo Alfredo Stroessner —cabeza de un régimen corrupto que empleó la tortura, el secuestro y el asesinato— y al terrorista italiano de extrema izquierda Cesare Battisti, acogido desde 2010. Al Sha de Irán se lo protegió en la isla panameña de Contadora, en un asilo otorgado por Omar Torrijos a pedido de los Estados Unidos. El Chile de Pinochet recibió por razones humanitarias a Erich Honecker, último Presidente de Alemania del Este, procesado por la muerte de 192 personas que intentaron cruzar el Muro de Berlín durante su mandato. Vivimos ahora en una región muy distinta al lugar donde reinaron los Somoza, Videla, Pinochet, Batista o Trujillo, representantes de una tradición tan larga y arraigada que dio lugar a uno de los géneros por excelencia de la literatura latinoamericana: la novela de dictadores, con ejemplos como «El señor presidente» de Miguel Ángel Asturias, «El otoño del patriarca» de Gabriel García Márquez, «Yo el supremo» de Augusto Roa Bastos o «La fiesta del Chivo» de Mario Vargas Llosa. Aunque nunca deba descartarse el peligro de una recaída, las dictaduras son excepcionales y parecen ser una especie en vías de desaparición. Los casos de Cuba, Venezuela y Nicaragua son verdaderas rarezas, cuya supervivencia pende de un hilo, en medio de la proliferación de gobiernos que, con todas sus imperfecciones, aspiran a ser democracias. Ningún gobierno acepta alegremente la concesión de un asilo, pues revela una toma de posición del país de refugio, que implícitamente reconoce la existencia de una irregularidad en el lugar de huida. Con todos los elementos de juicio sobre la mesa, le toca a Uruguay decidir si entrega el asilo a Alan García aplicando fundamentalmente el argumento de la costumbre. Su otra alternativa es optar por un camino diferente, quizá innovador, que contemple las certezas de la realidad, aplique el derecho y la razón, contribuya a la lucha contra la corrupción continental del caso Lava Jato y salvaguarde su imagen.