La única celebración válida por el bicentenario es aquella que ataque radicalmente a la corrupción.,En el Plan Bicentenario aprobado en el 2011 por el Acuerdo Nacional y refrendado por el presidente Alan García Pérez, se consideran seis ejes estratégicos. Pilares que van desde Derechos fundamentales y dignidad de las personas; pasando por Estado y gobernabilidad; y hasta Recursos naturales y ambiente. Curioso. Con la firma de García, ni media línea del drama nacional: la corrupción. Es decir, discurso y desfiles. Corsos y pasacalles. Comida y bebida. ¿Y la pus que brota en cada oficina del Estado peruano? Nada. Me explico. La corrupción es más antigua que el bicentenario. Cierto, existe de manera inveterada: viene de antiguo y está arraigada en el alma nacional. Es endémica: que afecta a todo el país. Y es sistémica: esa red que infecta a toda la sociedad. La única celebración válida por el bicentenario es aquella que ataque radicalmente a la corrupción. Con esta práctica nacional de podredumbre política ningún plan ni festejo valen. Doscientos años perdidos en un país desarticulado y desinstitucionalizado. Conozco el drama desde adentro. La administración pública en dos siglos construyó varios pisos de capas de podredura y corruptela. ¿Dónde? En los ministerios, en los hospitales, en las Fuerzas Armadas. ¿Sigo? Capas de gerentes belaundistas, de administradores apristas, de secretarias fujimoristas y más. Todos nombrados y a quienes no se los toca ni con el pétalo de una rosa. Eso hace del Estado peruano un elefante viejo y enfermo. Me remito a Ica después del terremoto del 2007. O a Piura y su “Niño costero”. Lo digo de otra manera: el engranaje está podrido. Señora, usted dirá: “son peruanos y merecen trabajar”. Tienen razón. Pero que el Plan Bicentenario los obligue a cambiar. Existe una ideología del corrupto y del burócrata haragán. Ese tumor debe ser extirpado. La mayoría de peruanos también se lo agradecerá, señora.