"A la larga, la consecuencia más rotunda, más duradera y también la más sorprendente: se diezmó el fujimorismo. Si ese era uno de los cálculos de PPK, vaya que eso sí que le ligó". ,A estas alturas del año pasado, parecía que el indulto a Fujimori sería El Fin de la Historia, así, a lo Fukuyama. Iba a ser la lanza de Longinus, la piedra filosofal, el décimo Pachakuti. Conseguiría la reconciliación nacional, la reactivación de la economía, la prolongación del gobierno de PPK hasta el bicentenario y que las corvinas naden fritas con su limón. Pero llegó el indulto, se ejecutó el indulto y se revocó el indulto sin que nada de eso haya sucedido. Todo lo que iba a cambiar continuó como antes: el país sigue crispado, la economía sigue buscando un respiro y Fujimori seguirá en prisión hasta que sus condiciones de salud lo permitan (es decir, un largo tiempo, habida cuenta que su formidable estado físico lo llevó a solicitar –mediante un documento cursado el 28 de agosto– permiso para visitar la Reserva Nacional de Calipuy, ubicada entre los 3600 y 4300 metros sobre el nivel del mar). El único cambio notable fue que PPK se tuvo que ir literalmente sin pena ni gloria. Pero de todos los augurios delirantes había uno que sí se cumplió, uno que pocos creímos factible pero que ha sido, a la larga, la consecuencia más rotunda, más duradera y también la más sorprendente: se diezmó el fujimorismo. Si ese era uno de los cálculos de PPK, vaya que eso sí que le ligó. Veamos: El indulto fue, no lo olvidemos, un canje para asegurarse los votos de los “Avengers” en el primer proceso de vacancia. Como respuesta, el keikismo entró en trompo y sacrificó en vivo y en directo a Kenji. Consecuencias: En noviembre de 2017, antes de la vacancia, Keiko tenía 39% de aprobación. Ni Odebrecht ni “aumentar Keiko para 500” habían hecho mella en el tercio histórico del fujimorismo. Pero en abril, ya después de la vacancia, cayó a 19%. En resumen, traicionar a su familia le costó 20 puntos. O sea, la quinta parte de la población peruana dejó de apoyarla en cuestión de medio año. Y ya no volverá: desde entonces ha continuado la cuesta abajo para Keiko, y su partido, en las encuestas. Ciertamente, es muy pronto para extender la partida de defunción a Fuerza Popular. Pero ni las lágrimas de Keiko, sinceras o no, ni los cartelitos de sus obedientes congresistas, son suficientes para una sociedad que puede perdonar robos y asesinatos pero nunca a una mala hija o una mala hermana. Esos 20 puntos perdidos en la lucha fratricida parecen irrecuperables, ni siquiera con una potencial “reunificación” de la familia. Las elecciones regionales de hoy serán una primera pista para tratar de dilucidar hacia dónde van los votos de esa quinta parte de peruanos ex-keikistas. En las próximas semanas veremos muchos análisis al respecto. Eso sí: no presten atención a los de aquellos que decían que el indulto sería la panacea universal. Ya vieron lo que le pasó a PPK por creerles.