"Eguren formó parte del círculo cercano de Figari durante más de veinte años. Que, si me apuran, fueron los años en los que se instauró la arquitectura totalitaria". ,En los datos biográficos del purpurado sodálite, José Antonio Eguren (Lima, 1956), que aparecen en la web del arzobispado de Piura, se consigna que fue “uno de los miembros de la generación fundacional” de la organización concebida por el pervertido Luis Fernando Figari. Y confirma que “realizó diversas labores de animación apostólica y espiritual en el Sodalicio”. Y que, “de diciembre de 1991 a febrero de 2002, fue párroco de la Parroquia ‘Nuestra Señora de la Reconciliación’, en (el distrito de Camacho) Lima”. Recién el 16 de febrero de ese año, Juan Pablo II lo nombró obispo. Es decir, entre el año 1977 (cuando Figari ya es el superior indiscutible del Sodalitium) y el año 2002 (restándole si quieren el tiempo indeterminado que estuvo de residente en el Seminario Mayor Bolivariano de Medellín, en Colombia), Eguren formó parte del círculo cercano de Figari durante más de veinte años. Que, si me apuran, fueron los años en los que se instauró la arquitectura totalitaria, vertical y absolutista del movimiento que cocteleaba el falangismo español con la religión y Star Wars (porque, supuestamente, dentro del Sodalicio había gente con poderes y habilidades especiales y sobrenaturales: bueno, eso decían). Y donde se anulaba la voluntad de los adeptos para convertirlos en fanáticos. Porque el Sodalicio, si no se han enterado todavía, se articuló como un culto. Como una secta, digamos. Quienes acompañaron en el proceso de edificación de esta especie de hermandad tóxica y despótica fueron Germán Doig, Jaime Baertl, Virgilio Levaggi, José Antonio Eguren, José Ambrozic, Alfredo Garland y Emilio Garreaud. Entre otros. Pero estos fueron los principales durante toda la primera etapa, que duró cerca de dos décadas. Por eso, cuando Eguren sugiere: “Yo no sabía nada”. “Recién me entero”. “Jamás participé de la cultura del abuso”. “Nunca maltraté psicológicamente a nadie”. Cuando Eguren insinúa eso, miente. Como escribió el exsodálite Martín Scheuch en Altavoz (13/8/2018), Eguren “está comprometido hasta la médula con el Sodalicio (…) Formó parte de la cúpula del Sodalicio y contribuyó a implementar y aplicar las medidas de sometimiento mental que forman parte de la disciplina sodálite”. “Recuerdo que en algún momento del año 1982 fue por algunos meses superior de la comunidad Nuestra Señora del Pilar (Barranco) –es decir, el responsable de verificar que se aplicaran las medidas disciplinarias, incluidos castigos- y posteriormente también formó parte del Consejo Superior del Sodalicio”, escribió Scheuch. El Consejo Superior del Sodalicio, si no se entendió, era el gobierno. La plataforma de poder donde se tomaban las decisiones. Martín Scheuch ha vivido en diversas comunidades sodálites el tiempo suficiente para padecer los infortunios y traumas producidos por el maltrato salvaje perpetrado por superiores, formadores y directores espirituales. En consecuencia, estamos hablando de un testimonio calificado, cuya credibilidad se ha demostrado en centenares de textos analíticos y documentados sobre diversos tópicos del Sodalitium. En este sentido, la columna de Scheuch sobre Eguren me parece sumamente decisiva. “Incluso habría sido testigo de algunos abusos y maltratos, aunque en esos momentos nadie, ni siquiera él, los consideraba como tales, debido a la perversa normalización de estas prácticas que había –y seguiría habiendo actualmente- en el Sodalicio”, apunta el bloguero de Las líneas torcidas. Y remata: “Mientras siga callando lo que sabe y no decida distanciarse críticamente del Sodalicio –como sí lo estaría haciendo el otro obispo sodálite, Mons. Kay Schmalhausen-, Mons. Eguren seguirá siendo un vulgar cómplice y encubridor”.