El rol de la prensa chilena ha sido fundamental. Si no fuera por su protagonismo investigativo y hacer de caja de resonancia de las denuncias, nada habría pasado.,En Chile se están produciendo cambios radicales en la iglesia por múltiples factores. El primero, debido a la terquedad heroica de Juan Carlos Cruz, James Hamilton y José Andrés Murillo, quienes desde hace casi una década decidieron romper el silencio y emprender una guerra sin cuartel contra la pederastia clerical. La intervención directa del papa Francisco, luego de meter varias veces la pata hasta los corvejones, ha sido decisiva, por cierto. La ciudadanía chilena, además, está harta de tanto abuso perpetrado por curas y del encubrimiento mafioso de las autoridades episcopales. Encima, la fiscalía ya asumió que la iglesia, por más que predique “tolerancia cero”, va a mantener su modus operandi de toda la vida: es decir, no denunciar a sus monstruos ante las autoridades civiles; en consecuencia, está actuando de oficio, imputando a cardenales e interviniendo locales eclesiales. Finalmente, el rol de la prensa chilena ha sido fundamental. Si no fuera por su protagonismo investigativo y hacer de caja de resonancia de las denuncias, nada habría pasado. El periodismo chileno, todo hay que decirlo, se ha dedicado a la captura de casos de depredadores con sotana como Van Helsing acecha vampiros. Acá no. Acá, salvo algunas honrosas excepciones, el tópico no existe. Acá todo sigue igual. Acá las noticias que leemos sobre la materia, día tras día, usualmente vienen de fuera. De lo que pasa en Chile, Estados Unidos o Australia. Pues ni siquiera lo que ocurre en países vecinos y que tienen que ver directamente con el Perú son advertidos o difundidos. Porque así está el panorama, les cuento. Tan peruano es el fenómeno que quizá les suene. Me ahorro pormenores porque el espacio es corto. Así que abrevio. Hace un par de meses, el portal periodístico ecuatoriano GK propaló una investigación de siete meses que implicaba al sacerdote Luis Fernando Intriago, adscrito al Sodalicio, en el mayor escándalo que recuerde la iglesia ecuatoriana. Intriago, amigo personal del peruano Luis Fernando Figari, fue quien le abrió las puertas al Sodalitium al Ecuador. El extenso reportaje daba cuenta de diez testimonios de jóvenes que fueron sometidos a torturas y padecieron incidentes de grotescas connotaciones sexuales, cuyas similitudes con el Caso Peruano eran escalofriantes. El Sodalicio en Ecuador trató de desmarcarse de Intriago, pero sin mucho éxito, la verdad. La familiaridad con el fundador y la sintonía con la espiritualidad y el estilo sodálite, más el hecho de haber sido el promotor principal del ingreso del Movimiento de Vida Cristiana a Guayaquil, son irrefutables. Bueno. El impacto mediático de la revelación de GK fue aparatoso. Toda la prensa ecuatoriana connotada destacó la noticia. Acá, qué creen, acá no salió ni una línea. Cómo habrá sido el golpe, que las autoridades eclesiásticas, luego de proferir inicialmente unas declaraciones bochornosas, despreciando la inteligencia de los ecuatorianos, sacaron el 23 de julio un comunicado anunciando la “expulsión del estado clerical” del religioso afín al Sodalicio. Más todavía. Hace muy poco estuvo en Lima, Juan Carlos Cruz, uno de los artífices del cambio en Chile, ya les dije, quien luego de haber sido considerado “enemigo” de la iglesia hoy por hoy es un amigo y colaborador del papa argentino. Y acá viene la cosa. Cruz, en Lima, soltó una información gravitante: un miembro importante del episcopado peruano tiene una grave denuncia ante el Vaticano. Y qué creen. Nadie se enteró.