Durante medio siglo el Partido Revolucionario Institucional, PRI, se reclamó de izquierda, y tuvo algunas políticas populares que apenas lo sugerían. Su primera derrota electoral presidencial frente a la derecha fue en el 2000, ahora llegará tercero en una competencia donde el izquierdismo moderado ganará con otras siglas. Si no hay una sorpresa electrónica como la que, según sus partidarios, le robó el triunfo en el 2006, este domingo el izquierdista declarado Manuel López Obrador llegará a la presidencia de México. Por el camino a esta tercera candidatura ganó la jefatura de gobierno del Distrito Federal, casi un gobierno en sí mismo. AMLO (por las siglas de su nombre) no es un outsider frente a la política mexicana, cuyos laberintos ha recorrido desde una juventud en el PRI, hasta establecerse como el primer izquierdista con una opción presidencial. Aun así, los sectores empresariales han expresado cierto temor frente al potencial populista del recién llegado. El caballito de batalla electoral que lo llevará a la victoria ha sido el desmantelamiento de las reformas que hizo su antecesor Enrique Peña Nieto en energía y educación. También ha ofrecido auditar los contratos de petróleo y gas suscritos por Peña Nieto. Aunque esto exigirá una mayoría parlamentaria que AMLO no tiene asegurada. Los temores empresariales parecen infundados, pues a diferencia de otros presidentes izquierdistas de la región, AMLO no es una cantidad desconocida. Su gobierno del Distrito Federal (2000-2005) fue moderado, por decir lo menos, y toda su carrera se enmarca dentro de lo que podría llamarse el clásico progresismo mexicano. Lo que le quita margen a una perspectiva de transformaciones radicales es el conjunto de serios problemas que AMLO está heredando: el imperio del narcotráfico y la criminalidad violenta que viene con eso, las impredecibles relaciones con el vecino Donald Trump, un 42% de pobreza, que no se reduce a pesar de la prosperidad del país. Aun así, es posible esperar medidas progresistas de impacto con el nuevo gobierno, expresadas en alivios económicos (la vieja nostalgia de la tortilla y el metro por un peso), un presupuesto más social, y algunos gestos internacionales. Su posición frente a los gobiernos del ALBA cubano-chavista, Venezuela en particular, todavía es un enigma.