En 1998, Zoilamérica Narváez (1967), hija de la esposa de Ortega, Rosario Murillo, denunció haber sido acosada y abusada sexualmente por este desde los once años de edad. Lo macabro de la historia es que su madre tomó abiertamente partido por el esposo, y no respaldó la denuncia de su hija. Las investigaciones al respecto se entramparon porque los delitos cometidos habrían prescrito. ,La semana pasada en estas páginas Mario Vargas Llosa escribió el artículo “Nicaragua, hora cero”, y comentó que “la historia del comandante Ortega es digna de ser novelada”. Sin embargo, en su artículo Vargas Llosa hace un buen análisis de la trayectoria política de Ortega y de la crítica situación actual en ese país, pero no se refiere casi a los elementos “novelescos” de su historia. Permítanme referirme a algunos de ellos. Ortega (1945) proviene de una familia humilde, con parientes que lucharon en la guerrilla de Augusto César Sandino en contra de la ocupación estadounidense de Nicaragua, activamente opositora a la dictadura de la familia Somoza. Entró al activismo político desde muy joven, convirtiéndose en uno de los comandantes del sandinismo. Fue encarcelado, y pasó siete años en prisión; fue liberado mediante una espectacular operación de intercambio de rehenes con la dictadura. Al triunfar la revolución en 1979, Ortega se convirtió en el presidente de la Junta de Gobierno; diversos testimonios indican que Ortega alcanzó el liderazgo no por tener una personalidad arrolladora, sino porque su relativa grisura no despertaba anticuerpos. Además, por su historia familiar y personal parecía una garantía de consecuencia y principismo. En 1990, al perder las elecciones, Ortega aceptó la derrota y cumplió con la promesa de respetar la alternancia democrática. Sin embargo, la derrota abrió la puerta al oportunismo y la corrupción; en el periodo de cambio de mando, el sandinismo transfirió a particulares allegados importantes bienes públicos; más adelante, bajo su dirección, inició un oscilante camino de alianzas oportunistas, dejando de lado los ideales y perfiles ideológicos primigenios. Al mismo tiempo Ortega se desembarazó progresivamente de sus competidores y se erigió en el líder absoluto del partido. Es en estas condiciones que Ortega volvió al poder en 2007, después de haber sido derrotado en 1996 y 2001. En 1998, Zoilamérica Narváez (1967), hija de la esposa de Ortega, Rosario Murillo, denunció haber sido acosada y abusada sexualmente por este desde los once años de edad. Lo macabro de la historia es que su madre tomó abiertamente partido por el esposo, y no respaldó la denuncia de su hija. Las investigaciones al respecto se entramparon porque los delitos cometidos habrían prescrito. Con los años el sandinismo fue convirtiéndose en un partido personalista, y el papel de Rosario Murillo fue haciéndose mayor, hasta convertirse en vicepresidenta, después de la reelección de Ortega en las cuestionadas elecciones de 2016. Murillo participa en la toma de decisiones “aportando” consideraciones no ideológicas, sino esotéricas y espiritualistas. Ortega en el gobierno combina ahora una retórica anticapitalista, un acercamiento a los países del ALBA, junto a una alianza con los principales grupos empresariales, y prácticas conservadoras como la prohibición del aborto y el matrimonio homosexual. Se embarcó en el proyecto quimérico de la construcción de un canal interoceánico, de costos escandalosos, financiamiento oscuro y que implicaría un desastre ecológico. Además, ha limitado seriamente la posibilidad de actuar de la oposición, ha concentrado groseramente el poder violando la autonomía de las instituciones, ha establecido el principio de reelección indefinida, y responde con una represión violenta e indiscriminada a las protestas sociales. El presidente del Congreso, operador de las maniobras gubernamentales, fue ratificado en su cargo después de fallecido en setiembre de 2016. En efecto, una vida digna de ser novelada.