A dos meses de haber asumido la presidencia, queda la impresión de que Martin Vizcarra desperdicia lamentablemente el capital político con que llegó al poder.,A dos meses de haber asumido la presidencia, queda la impresión de que Martin Vizcarra desperdicia lamentablemente el capital político con que llegó al poder. Su incorporación a la plancha presidencial de Pedro Pablo Kuczynski en la campaña electoral del 2016 fue un intento de darle algo de “color provinciano” a un movimiento demasiado limeño, que desde su sigla, PPK, anunciaba que el partido tenía dueño y cuyos cuadros, según se vería después, eran los socios de toda la vida del flamante presidente en el quehacer de los lobbies. No debiera sorprender, por eso, que, en cuanto se sintió seguro en el cargo, PPK desplazara de su círculo de poder a su primer vicepresidente y lo enviara a la congeladora, literalmente hablando, como embajador en Canadá. En adelante Mercedes Aráoz, que obviamente es mucho más cercana al círculo social de PPK, disfrutó de las mieles del poder reemplazando para todos los efectos prácticos a Vizcarra, que fue marginado del manejo gubernamental, lo cual, irónicamente, le fue beneficioso, al evitar que se “quemara” con los destapes de escándalos de corrupción que terminaron con la caída de PPK. Defenestrado éste, había la amenaza de un vacío de poder y a Vizcarra le correspondía constitucionalmente la sucesión. Mercedes Aráoz y Sheputt intentaron obligarle a declarar que si Kuczynski era vacado él se negaría a asumir la presidencia, en nombre de la lealtad. Vizcarra respondió con el silencio, allanando su camino a Palacio. Una vez nombrado Vizcarra buscó el respaldo del fujimorismo. Esto se hizo evidente en el entusiasmo con que los fujimoristas acogieron su discurso de investidura. Los hechos de las semanas siguientes confirmaron esta presunción. Si algo caracteriza el tono de la administración Vizcarra es la pusilanimidad frente a la prepotencia del fujimorismo. Cada día hay una nueva manifestación de su sometimiento. Ha sido particularmente crítica su actitud ante problemas como el machismo, la violencia contra la mujer y el feminicidio. La lucha contra estos flagelos está continuamente mediatizada por el alineamiento apenas disimulado del presidente con el fujimorismo. Vizcarra comenzó su gobierno minimizando la importancia del veto que el fujimorismo y sectores conservadores de las iglesias impusieron a la incorporación del enfoque de género en la currícula educativa, reduciendo el asunto a “una cuestión de palabras”. En adelante, fue de mal en peor. Ante la muerte de Eyvi Ágreda, quemada en un bus por un imbécil cuyos avances ella había rechazado, realizó su declaración más infeliz: “a veces esos son los designios de la vida y hay que aceptarlos". Ante las protestas que provocaron sus declaraciones envió un texto de disculpa, evitando toda referencia al machismo, la violencia de género y el feminicidio, obviamente para no incomodar al fujimorismo. Adicionalmente tuvo la sorprendente iniciativa de reunirse con personajes públicamente cuestionados, como el destacado fujimontesinista Moisés Wolfenson y Phillip Butters, cuya posición machista y homofóbica es ampliamente conocida. Queda la impresión de que el presidente no da la talla para el cargo. Pero el problema va más allá de sus cualidades o defectos individuales. Aparentemente Vizcarra creyó que el problema era de personas y que él podría ejecutar el programa que PPK venía desplegando, así que éste fuera retirado del cargo y negociara el apoyo de los fujimoristas a cambio de que no tocaría sus intereses, olvidando que PPK y él fueron elegidos para cerrarle el paso al fujimorismo. La dura realidad con la que Vizcarra se está estrellando es que la población rechaza el programa neoliberal. Más allá del problema del desempleo y de la destrucción de los derechos de los trabajadores se hace cada vez más intolerable una política gubernamental cuya esencia es que los pobres subsidien a los ricos. El sur está movilizado contra las alzas de precios de los artículos de consumo popular con que el gobierno pretende enjugar el déficit fiscal, mientras no se cobran 16,000 millones de soles que las grandes empresas adeudan al Estado, se pierde 60,000 millones de soles al año por evasión y elusión tributaria, se exonera de impuestos a las grandes aerolíneas y se devuelve 6,000 millones de soles de impuestos a las grandes empresas mineras. Ha llegado el momento de decir basta. Mi homenaje a Chachi Sanserviero, cuya desaparición enluta a la cultura peruana, y a Aníbal Quijano Obregón, fundador de la sociología en el Perú, siempre pensando los problemas del país globalmente e intentando abrir nuevos caminos. Ambos gente de izquierda, grandes amigos, afables, abiertos y con una integridad moral a toda prueba. Descansen en paz.