El drama por el que está pasando Eyvi no solo nos recuerda que la violencia entre los peruanos sigue escalando, sino que vivimos en una sociedad con profundas desigualdades que con el tiempo han establecidos relaciones de dominio y control.,Al ver lo ocurrido el martes en la noche con Eyvi Agreda pensé que estábamos frente a un ataque aleatorio de un desequilibrado. Me costó creer que algo así pudiera ser premeditado, que fuese un caso de acoso llevado a un extremo inimaginable. Estaba equivocado porque eso fue exactamente lo que ocurrió. El drama por el que está pasando Eyvi no solo nos recuerda que la violencia entre los peruanos sigue escalando, sino que vivimos en una sociedad con profundas desigualdades que con el tiempo han establecidos relaciones de dominio y control. La violencia de género, ya sea en sus formas más sutiles o más desgarradoras, está estrechamente relacionada con esto. Eyvi no solo es víctima del delincuente que la atacó, es víctima de una sociedad que evita hablar con claridad de estos temas y enfrentarlos de raíz. Reconocer esa situación y hacer un esfuerzo para revertirla implica una renuncia a esa posición de poder y privilegio que los hombres seguimos teniendo en el Perú. Creo que por eso se nos hace tan difícil aceptar, consiente o inconscientemente, que nos encontramos en una situación de mucha mayor comodidad y seguridad. Así, no nos damos cuenta o no lo comprendemos, porque seguro no nos pasa, que una chica de 22 años no denuncia el acoso sistemático que ha venido sufriendo porque tiene miedo que no se le crea, porque puede sufrir represalias, porque seguro en la comisaría dirán que es su culpa. Antes de seguir buscando formas para creer que lo ocurrido nada tiene que ver con que Eyvi sea mujer, debemos hacer un esfuerzo por escuchar e intentar entender. No es sólo responsabilidad del "discurso feminista" impulsar el cambio, también se necesita nuestra empatía, indignación e intervención para cambiar la cultura del machito y la situación de desigualdad que aún persiste en nuestra sociedad. Nuestra inacción viene teñida de complicidad.