Hasta enero de este año, según cifras de la Superintendencia Nacional de Migraciones, se encontraban en el país un poco más de cien mil venezolanos. Su presencia no es fortuita. Como consecuencia de la situación política y de la crisis económica en ese país, los venezolanos han decido probar suerte en otros lugares. Uno de ellos es el Perú. En Argentina hay 27 mil venezolanos, lo que representa un crecimiento de 140% respecto al año anterior. En Colombia, se calcula que hay más de 150 mil venezolanos en situación irregular. Entre 2016 y setiembre de 2017 ingresaron a Ecuador, según datos de ACNUR, 236 mil. Muchos de ellos con dirección a Perú y Chile (Perú 21: 01/02/18). Y si bien todo indica que esta cifra aumentará, lo que no sabemos es cuándo comenzará a disminuir. Por otro lado, el éxodo venezolano, como era de esperarse, ha generado una gran polémica en el país. Unos afirman que hay que abrirles las puertas y acogerlos; mientras que otros los rechazan argumentando que quitará trabajo a los peruanos, sobre todo en el sector informal. Y si bien soy de la opinión que el Perú debe acogerlos, no por razones ideológicas como ha hecho este gobierno y sí, más bien, por razones humanitarias, creo que es necesario ir más allá de este debate para plantearnos algunos problemas de fondo. El primero es que la masiva emigración venezolana es un fenómeno desconocido en el Perú. Nuestro país no ha sido a lo largo de su historia republicana un gran receptor de emigrantes. Incluso diría que más bien ha sido reacio a ella. Las dos grandes inmigraciones que hemos tenido, la china a mediados del siglo XIX, y la japonesa a inicios del siglo XX, se dieron con el objetivo de “importar” mano de obra barata en condiciones de semiesclavitud. A ello habría que sumarle el rechazo a recibir el exilio español como consecuencia de la guerra civil en ese país con el argumento, reaccionario, por cierto, que había muchos “rojos” entre sus filas. En su reemplazo lo que se dio fueron algunas propuestas racistas como aquellas en los años treinta, de “importar” europeos para mejorar la “raza peruana”. El segundo problema es que el éxodo venezolano, lo que va demostrar en el corto tiempo, es que carecemos de una política de Estado respecto al tema de la movilidad humana. No tenemos una política permanente sobre qué hacer con los peruanos que viven en el exterior y que hoy alcanzan la cifra de un poco más de tres millones, es decir, el 10 por ciento de nuestra población. Según el INEI en los últimos 25 años más de dos millones setecientos mil peruanos optaron por vivir en otros países. Y así como no la tenemos para nuestros compatriotas en el exterior, tampoco tenemos una política respecto a qué hacer con los extranjeros en el Perú. Recién el 2016, en el gobierno anterior, se promulgó una nueva ley de extranjería que reemplazó la vetusta e ilegal ley de 1992. Consecuencia de todo ello, en el 2015 el Comité de las Naciones Unidas de protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares le hizo al informe peruano 65 observaciones, una de las cuales era que el gobierno estaba promoviendo la xenofobia. A nuestros gobernantes más le interesan la circulación de las mercancías que la circulación libre y con derechos de las personas, Hoy la migración es un fenómeno global. En el mundo hay más de 250 millones de personas que viven en países distintos al de su origen, lo que representa más del 3% de la humanidad. Hay más de 60 millones de refugiados. Hay que tener en cuenta, además, que la actual migración no se compara con la que tuvo lugar a fines del siglo XIX y comienzos del XX. El argentino José Natanson señala que los cambios tecnológicos en las comunicaciones, los vuelos baratos y las noticias al instante, le permiten a este nuevo inmigrante “conservar sus lazos con su patria”, lo que los dota “de una visibilidad étnica” que pone en jaque “el viejo ideal asimilacionista”. Por eso discutir seriamente el “éxodo venezolano” nos podría vacunar contra la xenofobia, mirarnos en ese espejo y plantearnos un problema del siglo XXI: la movilidad humana. Asimismo, en ese contexto, preguntarnos cuál debe ser nuestra relación con el otro, diferente y diverso; pero, además, criticar una política que poco tiene de humanitaria y sí más bien mucho de utilización política. Es decir, ponernos en el lugar del que se fue.