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Extraños tocan a tu puerta, por Nancy Arellano

Reflexiones a propósito de la migración en Suramérica y de la conflictiva social como peligrosa propaganda política.

Extraños tocan a tu puerta, por Nancy Arellano. Foto: AFP
Extraños tocan a tu puerta, por Nancy Arellano. Foto: AFP

Por Nancy Arellano, columnista invitada.

“Las grandes mentiras producen grandes miedos que producen grandes ansias de grandes hombres fuertes”. Roger Cohen en The New York Times, citado por Bauman.

El “otro”, “nosotros vs. ellos”, categorías constantes en nuestra vida social. Desde la concepción de clase, raza, por no decir género o nacionalidad o incluso religión. Estamos acostumbrados a un mundo de divisiones donde, irónicamente, somos cada día más interdependientes.

Entonces esos “otros” suelen tener un poder increíble sobre “eso” de lo que nos “sentimos orgullosos” porque siempre hay “algo” que apreciamos. Nuestro modelo de vida, aun el más precario, tiene en sí mismo algo “defendible” sobre lo cual opera la “amenaza”.

Se crea entonces lo que Bauman señala es la “intensificación del miedo (…) cuando se acompaña de un adversario concreto, visible y tangible”. Los “otros” son diferentes. Es lo primero que tenemos que tener claro. ¿Cuán diferentes? Es la discusión. Pero basta con generar ese aspecto específico: color de piel, símbolo en el cuello, extracto bancario, apellido (…) pasaporte. Depende también de la ubicación de cada uno. Ser blanco, dónde, ¿qué tan blanco?, blanco, ¿para quién?… ser negro, mestizo o zambo… ¿Qué tan zambo?, ¿para quién y dónde?. Ser de clase alta, ¿qué tan alta?, ¿apellido, en dónde? Probablemente, nuestro estatus está más condicionado al lugar, que ser un valor absoluto. Quizás depende además de cuántos cruces. ¿Negra, pobre, musulmana en una ciudad conservadora del sur de Estados Unidos? ¿Un peruano millonario en New York? ¿Ser latino y pobre en una ciudad “nacionalista” en España? ¿Un Messi en Barcelona? ¿Ser un indígena sin recursos en Lima? ¿Ser un cholo propietario de decenas de depas en Jesús María? ¿Ser un venezolano pobre y mestizo en Trujillo? ¿Ser un venezolano, blanco, estudiado, en Miraflores? No. No es igual. La relativización de los motivadores de discriminación existen.

Es un viejo adagio político, el materializar los miedos. Azuzar la idea de que hay un enemigo anterior, interior y exterior que nos convoca a unirnos. El hombre como lobo del hombre. El eterno estado de guerra de todos contra todos. Nos corresponde enfrentar ¡por la patria!, ¡por la familia!, ¡por el pasado!, ¡por la lealtad a nuestros aborígenes! Se activa el cerebro reptil, bajamos al mínimo nuestra racionalidad; emocionalidad pura combinada con un espíritu incólume de supervivencia. Somos 100% adrenalina. ¿Y la paz, armonía y progreso que nos hemos ganado como nunca en los últimos 100 años? Quedará como el tesoro a custodiar por el hombre fuerte, capaz de contener las amenazas siempre, convenientemente, latentes. ¡Despertad al Leviatán!, ¿a qué costo?, ¿libertad?, ¿igualdad?, ¿solidaridad? 1, 2, 3.

Bauman nos relata que las encuestas en Hungría señalaban que “Detrás de la migración masiva hay ciertas fuerzas impulsoras externas no identificadas” dejando ver entonces un plan secreto, de fuerzas más allá. Como si del fuego, los hombres y mujeres no buscaran alejarse naturalmente, sin que medie palabra. La migración, como fenómeno que suma a cientos o miles de personas, responde más a la reacción humana repetida por humanidad que por política concertada. Los sirios no deciden invadir Europa, los ucranianos tampoco. Los venezolanos, igual. Estos tres casos son reacciones humanas, colectivizadas frente al conflicto. Pero podría resultar cómodo tener un “comodín” libre de costo en términos de votos. ¿Estamos seguros?

La migración sur, no es nueva. Por el contrario, que Venezuela recibiera millones de suramericanos por décadas no es un tema muy distinto al Perú de principios del siglo XX o Estados Unidos de postguerra o si me voy antes, la llegada de los sabios de Bizancio, a la Florencia del Renacimiento o la llegada de los Toltecas a la península Maya para el renacimiento Tolteco-Maya, si queremos deseuropeizarnos un rato. Y no lo señalo como un tema de “deuda histórica” sino de “lazos históricos” que no es lo mismo. La migración constituye nuestra historia humana. Entre 160.000 y 300.000, según fuentes diversas, dicen que era la comunidad peruana en Venezuela. Hoy más de 150.000 se encuentran en Perú bajo la categoría de “peruanos retornados”, peruanos e hijos de peruanos. Doble nacionalidad. A ellos se suman, 60.000 niños y niñas, peruanos y peruanas, nacidos de padre, madre o ambos, extranjeros. Son peruanos de primera generación. ¿Qué tan distintos? Poco, muy poco. Más es un matiz a la diversidad del propio Perú, que una alteración cultural de fondo.

Pero regresemos al punto de los “otros” como tales. La categoría extranjera. Y cómo la idea de “otredad” de no-pertenece-a-aquí, de “cuerpo extraño” tensa la relación entre la comunidad migrante y la de acogida o receptora. Los “extraños que tocan a tu puerta” son concebidos como elementos distorsionadores de la relación y “armonía” social. ¿Existe tal cosa como la sociedad perfectamente armónica? No. La tensión continúa y es parte de la dinámica social, y justamente ha sido el “pacto” de la generación de medios de desfogue y mediación lo que nos ha permitido la construcción de un cuerpo tendente a la armonía. Sin embargo, ese “corpus político” que pacta la relación y sus términos encuentra fascinante determinar enemigos comunes como forma de cohesión última. Frente a estructuras anquilosadas, el espíritu de supervivencia frente a “un mal mayor” resulta hechizante para erigir líderes fuertes, para otorgar poderes extraordinarios al Soberano. Vieja fórmula de monarcas, emperadores y caudillos. Como resultado, el “otro”, ahora “enemigo” resulta menos que humano, no puede ser objeto de simpatías, misericordias o solidaridad. Por el contrario, es necesario aumentar sus dotes maléficas y privarle de su humanidad.

Es por ello que “la política de la securitización ayuda a sofocar por adelantado nuestros remordimientos de conciencia (los nuestros, los de los circunstantes) por el sufrimiento de los blancos humanos de dicha política; provoca la adiaforización de la cuestión de los migrantes, es decir, que hace que tanto ellos como lo que se les hace se abstraiga de toda evaluación moral”. En consecuencia, ¿Por qué debe importarnos la suerte del virus que amenaza nuestro pacto? La invitación es a erradicarlo, porque-no-es-igual-a-mi. Nada muy distinto a lo que ocurre con la ultrapolarización en los procesos de deconstrucción “nacional” o “estatal”, en el que se relega a categoría de amenaza mortal a un grupo o sector de la población.

Aclaro que esto no implica que no existan categorías amenazantes en el mundo trasnacional, en el que el crimen organizado, el paramilitarismo, la transnacionalización del narcotráfico, el tráfico de armas o la trata, sean realidades que amenazan la seguridad nacional o regional. Hablo de que la confusión generada por intereses grupales o partidarios muchas veces desdibujan la necesaria comprensión de los fenómenos y comportamientos humanos complejos, entorpeciendo, por los fines menos probos, el manejo de la seguridad.

En este punto usted se preguntará ¿Entonces qué hacer? Bauman invita a aumentar los grados de solidaridad, Rifkin a retomar la empatía humana. Podemos decir que concebir que los “extraños” no lo son, sería el primer paso. Comprender que en el siglo XXI tenemos la suficiente globalización e historia compartida como Occidente, como latinoamericanos, además de los medios tecnológicos, la trazabilidad financiera, los mercados formales para lograr la inclusión real de las personas como personas, incluso, para hacer frente a las amenazas del mundo contemporáneo, que por supuesto existen y que deben manejarse con claridad.

Somos un gran nosotros, por los valores compartidos: democracia, igualdad, derechos humanos, el valor de la innovación y del trabajo; la libertad y el libre desarrollo de la personalidad. Nuestras pequeñas otredades no son más que el color de un paisaje que nos constituye como civilización. Una que merece ser protegida por quienes la constituyen.