Donald Trump y su TACO favorito: cómo agita países y mercados con una amenaza tras otra sí funciona
El TACO —“Trump Always Chickens Out”— retrata su estilo: amenaza con aranceles, el mercado cae… y luego recula. Pero no siempre ocurre: su estrategia cambia según el país.
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“Trump Always Chickens Out” —Trump siempre se echa atrás—. Esa es la traducción libre de la teoría del TACO, un acrónimo acuñado por Robert Armstrong, columnista de mercados del Financial Times, para describir un patrón bursátil que algunos inversionistas conocen y explotan desde hace años: Donald Trump lanza amenazas agresivas —casi siempre arancelarias—, los mercados reaccionan con miedo, caen los precios de los activos… y luego, cuando Trump retrocede, estos suben y quienes apostaron al retroceso hacen caja.
El TACO ha sido más que una broma viral en redes sociales; se convirtió en una estrategia de especulación muy rentable. Y hoy, con Trump liderando nuevamente las encuestas presidenciales en EE.UU. y relanzando su política comercial confrontacional —esta vez con una lista actualizada de aranceles para América Latina—, el viejo patrón parece volver.
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En abril pasado, por ejemplo, Trump impuso lo que llamó su “Día de la Liberación”, anunciando aranceles a casi todos los socios comerciales de EE.UU. Las bolsas se desplomaron. Pero muchos en Wall Street apostaron a que, como en otras ocasiones, Trump no cumpliría del todo. Acertaron: el mandatario reculó parcialmente y los mercados repuntaron.
En julio, volvió al ataque. Esta vez, la amenaza llegó por carta: misivas enviadas a líderes de países como México, Brasil o incluso aliados asiáticos como Japón, advirtiendo de nuevas tarifas desde agosto. Algunos negociaron a última hora. Otros aún están esperando si la promesa —o amenaza— se concretará. Y los inversionistas se preguntan: ¿habrá un nuevo "momento TACO"?
Negociar con aranceles
Para Francesco Tucci, internacionalista y docente universitario, el gran error es analizar las tarifas de Trump solo desde una lógica económica. “Él usa los aranceles como herramienta política de negociación para forzar concesiones en temas que no siempre son comerciales”, advierte a La República. “Y eso puede generar reacciones erráticas o de doble discurso”.
Así, lo que puede parecer una guerra comercial es, en realidad, parte de una estrategia diplomática más agresiva. Trump lanza los aranceles como granadas para luego negociar lo que realmente le interesa: frenar migraciones, imponer condiciones geopolíticas o simplemente reforzar su narrativa nacionalista ante su base electoral.
Ese patrón explica por qué muchos creen que el TACO no ha muerto. Aunque ahora su retórica suena más dura —con amenazas de aranceles de hasta 50% a productos de países “desleales”—, Trump podría, nuevamente, estar buscando otro objetivo tras bambalinas.
Los casos recientes de Brasil, India y Suiza ilustran cómo estos aranceles funcionan como fichas de poder, no como medidas económicas puras.
A Brasil se le impuso un arancel del 50%, acompañado de sanciones a un juez del Supremo Tribunal por presunta represión política, en medio de las investigaciones contra Jair Bolsonaro. La Casa Blanca declaró una “emergencia nacional” y acusó al gobierno de Lula de violar derechos humanos. El trasfondo, más que comercial, es ideológico y electoral: Trump ha hecho de Bolsonaro un aliado simbólico, y la presión responde más a esa afinidad que a desequilibrios comerciales.
En el caso de India, la amenaza provino directamente de la cuenta de Trump en Truth Social, donde acusó a Nueva Delhi de comprar “enormes cantidades de petróleo ruso” y revenderlo con “grandes ganancias”, ignorando —según él— las muertes en Ucrania. Por ello, anunció un aumento “sustancial” de los aranceles a productos indios, sin especificar porcentajes ni rubros.
La nación asiática, antes socio comercial preferencial de EE.UU., ha adoptado una postura neutral ante la guerra: pasó de importar menos del 2% de su crudo desde Rusia a más de un tercio, aprovechando descuentos del Kremlin, que ahora es su principal proveedor.
Aunque ya impuso un arancel del 25% por supuestos desequilibrios comerciales, Trump relacionó esa medida con el comercio energético del país. Su frustración por no lograr un acuerdo con Putin desde su regreso al poder en enero lo ha llevado a amenazar con sanciones al Kremlin si no detiene la guerra antes del viernes. Nueva Delhi, así, queda atrapada entre su neutralidad y la ofensiva diplomática fallida de Trump.
Y con Suiza, el golpe fue aún más simbólico. Tras semanas de diálogo diplomático, donde incluso se insinuó un posible acuerdo preferencial, Trump impuso finalmente un arancel punitivo del 39 % —el más alto en Europa— argumentando un déficit comercial con EE.UU. que, según economistas, no justifica tal castigo.
Suiza ya había eliminado aranceles a productos industriales estadounidenses y ofrecido grandes inversiones, pero Trump desestimó todo. El motivo, según expertos suizos, es que el país no era “lo suficientemente grande” para figurar en los acuerdos que el presidente quería anunciar con bombos y platillos.
En los tres casos, la lógica se repite: los aranceles no buscan equilibrar la balanza, sino castigar, presionar o exhibir fuerza. Funcionan como mecanismo de dominación o moneda de cambio en otras arenas (políticas, judiciales o diplomáticas).
Como concluye Tucci: “Trump no solo negocia con bienes, negocia con poder”.
¿Y América Latina?
El regreso del TACO tiene implicancias directas para la región. En su nueva lista, Trump apunta contra varios productos latinoamericanos y avisa que los países que no cooperen en sus prioridades —como frenar la migración o limitar la cercanía con China— pagarán tarifas más altas.
Esto se refleja en el nuevo régimen arancelario que entrará en vigor el 7 de agosto: un 10 % generalizado para todas las importaciones a EE.UU., y hasta un 50 % para países con los que Washington mantiene déficit comercial. Consecuentemente, países como Bolivia, Camerún, Angola y Ecuador, todos con balanza deficitaria frente a EE.UU., pasarán automáticamente al tramo del 15 %, salvo que logren acuerdos bilaterales exprés.
En contraste, Perú, Chile y Argentina, que mantienen superávits a favor de EE.UU., enfrentarán el arancel base del 10 %.
También hay presiones sobre socios cercanos como México, que recibió una prórroga de 90 días antes de enfrentar un salto del 25 % al 30 % si no acepta condiciones migratorias más duras.
Pero incluso todo eso podría ser parte del guión habitual. “La incertidumbre es el verdadero instrumento. Porque hace que los países corran a negociar y que los mercados entren en pánico o especulen con la retirada”, señala el internacionalista Francesco Tucci.
Y los datos lo respaldan: los TACO-traders —inversionistas que apuestan a que Trump se echa atrás en el último momento— ganaron cuando reculó con China en 2018, con México en 2019, y hoy vuelven a jugar la misma carta.
El dilema para América Latina, entonces, no es solo económico, sino estratégico: ¿negociar bajo presión? ¿esperar el retroceso? ¿o prepararse para convivir con una política arancelaria volátil que, más que comercial, parece diseñada como táctica electoral?






















