Jorge Eduardo Eielson
Imprescindible. Exposición de la Casa de la Literatura Peruana rinde homenaje a uno de los artistas peruanos más relevantes e influyentes del siglo XX. Va hasta el 30 de junio.
Por Gabriel Ruiz Ortega
Por el centenario de Jorge Eduardo Eielson, la Casa de la Literatura Peruana viene presentando la exposición ‘Todavía mi nombre es Jorge’. A diferencia de muchos de nuestros artistas canónicos, Eielson tiene mucha juventud entre sus seguidores y la razón no puede ser otra que las múltiples facetas en las que destacó proyectando una frescura hipnótica, tanto en poesía, teatro, narrativa, instalación, video, fotografía… En cada una de estas parcelas, Eielson fue luz, no solo como deleite, sino también como magisterio (a la fecha, no creo que haya creador peruano ajeno a su radiación, incluso a nivel de influencia la podríamos asociar a la que despliega la obra de Mario Vargas Llosa en los narradores peruanos). En este sentido, la muestra cumple una función a resaltar: mostrar a Eielson a las nuevas generaciones partiendo de la poesía, pero no entendiéndola como palabra escrita, sino como una manera de estar o ser en la vida.
Investigador. Rodrigo Vera es autor de Un lugar para ningún objeto: las esculturas subterráneas de J. E. Eielson. Foto: difusión
El curador de la exposición, el poeta y filósofo Rodrigo Vera, indica a La República que el homenaje “está trabajado para un lector que no lo conoce, dirigida a un público joven y universitario”. Efectivamente, cuando se recorre la exposición, en donde vemos nudos que cruzan las columnas de la Caslit, el extrañamiento se apodera del visitante. El nudo, elemento insustituible en la obra de Eielson, es “una figura paradigmática de sus intereses, como el quipu, el mestizaje; el nudo es núcleo que concentra energía, un estrés que se tiene que liberar; también se le puede dar una lectura desde el punto de vista más biográfico”. Acierta Vera cuando señala la concentración de energía del nudo, que también la podríamos asociar a sus otras facetas, sin embargo, el curador subraya que en “1972, entrevistado por Ribeyro, Eielson dijo ‘he escrito algunas obras de teatro y no soy dramaturgo, he escrito algunos libros de poesía y no soy poeta; he escrito también artículos periodísticos y no soy periodista’; y luego dice ‘no soy nada’, lo cual le permite ubicarse no en el punto de vista de la disciplina, sino en el punto de vista de la práctica, en el punto de vista del hacer de la vida, previo a las categorías disciplinares, a las convenciones que dividen géneros. Eielson está un paso atrás de la literatura, a su arte le suceden cosas. Está en el límite”.
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‘Todavía mi nombre es Jorge’ tiene dos ejes: los nudos y la poesía experimental. Los nudos “colgantes”, por decirlo de alguna manera, llaman la atención del espectador, en especial a los que recién se acercan al artista, pero en vez de apostar por la poesía más convencional de Eielson, Vera conduce la muestra por el registro plástico de la misma “porque conecta con la sensibilidad de hoy. Eielson decía que cuando las cosas parecen arte, dejan de ser interesantes”. La sección dedicada a este segundo apartado es una clara muestra de lo dicho por Vera: la presencia de la poesía, pero también su paulatina ausencia. ¿El misterio de la creación acaso? ¿La incógnita de la vida? ¿Por qué conecta Eielson sin necesidad de conocer su obra? “La poesía de Eielson va más allá de las palabras”, precisa Vera y cierra la conversación citando un verso de Eielson para tener presente en estos tiempos de apuros y lamentos frívolos: “Lo principal no es lo que se queda / sino lo que se va”.
Asombro. Niños descubriendo a Eielson. Foto: difusión