Remembranzas de Mollendo y Mejía o, tal vez, una crónica entre la ironía y la nostalgia de un inesperado fin de semana playero en la provincia de Islay, Arequipa.,Rolly Valdivia / Revista Rumbos En Mollendo las playas son un hormiguero de gente los fines de semana, entonces, los viajeros despistados -no cito nombres para evitar vergüenzas- tienen que dar mil vueltas para conseguir un modesto alojamiento a precio de suite presidencial, previa negociación con un voluntarioso cuartelero deseoso de sacarle la vuelta a ese pesado del administrador y, de yapa, embolsicarse unos solcitos. PUEDES VER: Escapada a Huarmey: siete playas que debe visitar para disfrutar el verano Razones de peso que lo llevan a sacar sus cuatro cacharpas de la desangelada habitación en la que pestañea todas las noches, para albergar ahí a ese huésped furtivo, caleta y fantasmal, que deberá de abandonar las instalaciones del hotel a primera hora del día, porque “si nos descubren se arma la grande”, lo alerta el cuartelero, mientras estira una frazada en el sillón en el que buscaría el sueño. Calle vacía, la gente veranea. Foto: Rolly Valdivia El viajero anónimo -que se moriría de vergüenza si mencionáramos su nombre- aceptó el trato sin chistar y pagando por adelantado. Y es que no estaba en condiciones de seguir dando vueltas por las calles leyendo esos cartelitos que decían: no insista, no hay habitaciones. Peor aún, no se imaginaba un retorno sin pena ni gloria a su punto de partida, la 'Ciudad Blanca' de Arequipa. Sí, fue en la tierra del Misti -a la que había llegado después de un largo viaje por las alturas cordilleranas- donde tomaría la precipitada decisión de aventurarse hacia la costa mollendina. No le importó que fuera un sábado de febrero. Tampoco se desanimó al ver que todos los buses partían repletos. Se fue a lo que salga y a lo que venga. Total, en el mar la vida siempre es más sabrosa. Cuando no encajan los recuerdos Arquitectura tradicional de Mejía. Foto: Rolly Valdivia Lo que ocurriría después ya lo hemos reseñado. La búsqueda fallida de una habitación, el tira y afloja con un taimado cuartelero, la promesa de levantarse temprano para ir a una playa desierta, con escasos bañistas y hasta un castillo… abandonado, eso sí, pero castillo al fin. Bueno, eso es lo que recordaba de Mollendo, lo que no recordaba -¿será por la edad?- es que el jamás había estado ahí en pleno verano. Mucha gente. Demasiadas gentes y sombrillas y bullicio y vendedores de cualquier cosa y de todas las cosas. Al tacho con el sueño de la playa solitaria y del encuentro íntimo con las olas. Decepcionado, decidió volver a su alojamiento a completar su sueño. Eso era imposible. No podía retornar. Su cómplice había sido claro. Solo le quedaba deambular por las calles con su mochila de una tonelada. Castillo Forga. Foto: Rolly Valdivia A pesar de eso o quizás porque su equipaje no pesaba tanto, sus pasos lo llevaron a una estación de tren en la que ya no hay trenes y a varias casonas republicanas que no estaban tan mal, que tenían su gracia y su prestancia. Y se dio un par de vueltitas por una plaza en la que había un busto a Grau y en otra en la que se le rendía honores a Bolognesi. Fue por allí o por allá que escuchó a un cobrador gritar “a Mejía, a Mejía” y su memoria despertó y se le prendió el foquito de la inspiración andariega. No era una mala. Mejía tiene su fama y, al igual que Mollendo, lo había visitado en otra ocasión o en la misma ocasión, entonces, no era verano. ¿Y si hay una multitud y un exceso de sombrillas? Prefirió proteger sus recuerdos. Lo haría en otra ocasión, con calma, desde temprano, en buena compañía. Ambos despertarían antes que el sol, para dejar sus huellas en la orilla y conversar con los pescadores solitarios. Encuentro con la naturaleza en Mejía.Foto: Rolly Valdivia También admirarían esas casonas de madera que evidencian el pasado aristocrático de un distrito cuyos orígenes se remontan a las últimas décadas del siglo XIX. En esos tiempos, empezaría a surgir un lugar de veraneo para las familias acomodadas de Arequipa. Raíces centenarias, festivas tradiciones -como el animadísimo carnaval- y un refrescante aire de modernidad, son parte de su esencia. Solo una parte. Jamás hay que olvidarse del mar, de su peculiar arquitectura y de esas cercanas lagunas que son parte de un santuario nacional, de un oasis de vida para las aves migratorias. Mejía hay que conocerlo con calma. No a la volada, jamás como un plan B. Lo mejor, por ahora, es seguir recorriendo las calles de Mollendo que se presentan con una tabla de salvación, cuando en las playas pareciera haber más gente que arena, más sombrillas que olas. Diversión en familia. Foto: Rolly Valdivia En Rumbo Viaje: De Lima a Arequipa por vía aérea (1 hora de vuelo) o por la Panamericana Sur: 16 horas. Desde la 'Ciudad Blanca' hasta Mollendo por carretera (126 kilómetros. Los buses parten del Terminal y el Terrapuerto). Desde este último punto en las combis del servicio público. Dormir: En Mejía hay pocos alojamientos. Es una buena alternativa pernoctar en Mollendo, la capital de Islay. Reserve si piensa viajar un fin de semana. Naturaleza: El Santuario Nacional Lagunas de Mejía (distrito de Dean Valdivia) es el único lugar del país en donde habita la choca de pico amarillo (Fulica rufifrons). Fuente: SERNANP (www.sernanp.gob.pe).