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Política

Pedro Castillo y el silencio presidencial en momentos críticos de su gestión

El presidente, en ciertos episodios de crisis de su Gobierno, ha preferido guardar silencio y luego manifestarse por Twitter. Acá hacemos un repaso de algunos de ellos, con la opinión del historiador Jesús Cosamalón.

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El presidente Pedro Castillo se suele comunicar a través de Twitter. Foto: Presidencia

Han pasado más de cien días desde que Pedro Castillo se convirtió en presidente de la República. Y en estos poco más de tres meses el país ha vivido situaciones que han hecho tambalear la política peruana, originadas, especialmente, desde el Ejecutivo. Momentos críticos en los que se esperaba algún pronunciamiento del jefe de Estado, que llegó, en algunos casos, tras horas y horas de silencio. El pueblo, al que tanto hace referencia el Gobierno, no sabía qué pensaba el mandatario de esos difíciles episodios provocados por su gestión.

Encontró en Twitter el presidente Castillo una herramienta para comunicarse y escribir escuetos mensajes sobre aquellos complicados capítulos, aunque no de todos. Sus pronunciamientos, a menudo tardíos, se resumían a 280 caracteres o, a veces, a lo que declaraban sus ministros. Repasamos aquí cuatro pasajes de crisis que vivió el Gobierno y en los que el dignatario peruano no se pronunció o usó, después, las redes sociales para manifestarse lacónicamente.

Cambios en el Ejército

El más reciente capítulo de crisis que experimenta la administración de Pedro Castillo es lo sucedido en las Fuerzas Armadas. El ex comandante general del Ejército José Vizcarra denunció en la radio local RPP que nadie le había informado de su pase al retiro. Apenas tenía tres meses en el cargo. Este diario publicó que recién se enteró de su situación el viernes 5 de noviembre leyendo la resolución en el diario oficial El Peruano, al igual que el ex comandante general de la Fuerza Aérea, general del aire Jorge Chaparro Pinto.

Vizcarra reveló que hubo presiones desde el Ejecutivo del ministro de Defensa, Walter Ayala, y del secretario general de Palacio, Bruno Pacheco Castillo— para ascender a “varios recomendados”. Y que había un especial interés en los coroneles Carlos Ramiro Sánchez Cuahuancama y Ciro Bocanegra. Añadió que consiguió hablar con el mandatario y que le había explicado que por cuestión de puntaje era “imposible” ascender a ambos coroneles. Sospecha que este episodio tuvo que ver con su baja.

Cuando la noticia ya se había aireado, el presidente llamó a un Consejo de Ministros, pero no ha comentado nada del tema, ni en redes sociales. Solo Walter Ayala ha indicado que ha puesto su cargo a disposición. No obstante, congresistas ya han anunciado una interpelación al titular de Defensa, que se concretaría si se mantiene en el puesto.

La fiesta de Barranzuela

Días antes de Halloween y del Día de la Canción Criolla, el Ministerio del Interior había recordado que las reuniones sociales estaban prohibidas. Sin embargo, eso no fue impedimento para que el entonces titular de dicha cartera, Luis Barranzuela, organizara un evento en su casa el 31 de octubre, a ritmo de música criolla, que se escuchaba desde los exteriores del domicilio. Así lo registraron las cámaras de Latina y lo dieron a conocer el 1 de noviembre.

Por la mañana de ese lunes, Barranzuela aseguró ante las cámaras de los medios de comunicación y mediante un comunicado que estuvo en una “reunión de trabajo” y no en una fiesta. Fue la primera ministra, Mirtha Vásquez, quien le pidió explicaciones. Cuando recibió las respuestas, las consideró “inaceptables”. Informó, inmediatamente, que ella y el presidente tomarían una decisión final.

El jefe de Estado estaba en su tierra natal, Chota (Cajamarca), visitando a sus padres. Pero cuando aterrizó en Lima imperó su silencio. Ya era martes 2 de noviembre. Las manecillas del reloj seguían girando y no había noticias. La incertidumbre merodeaba. Recién en la noche de ese día, el presidente se manifestó y anunció, en Twitter, que había “aceptado la renuncia del ministro del Interior Luis Barranzuela”. “Nuestro compromiso continúa siendo el de garantizar la gobernabilidad del país”, agregó, para solucionar la crisis que se había generado desde su gabinete.

Amenaza a Camisea

En la mañana del 26 de setiembre, minutos antes de las 10, Guido Bellido, entonces primer ministro, prendió las alarmas al amenazar al Consorcio Camisea. “Convocamos a la empresa explotadora y comercializadora del gas de Camisea, para renegociar el reparto de utilidades a favor del Estado. Caso contrario, optaremos por la recuperación o nacionalización de nuestro yacimiento”, lanzó en un tuit.

La reacción en el Parlamento era de esperarse. La presidenta del Congreso, María de Carmen Alva, cuestionó las formas y advirtió que “cualquier amenaza de nacionalización genera confusión y ahuyenta las inversiones”. En tanto, la legisladora de Alianza para el Progreso Lady Camones, primera vicepresidenta, le pidió al entonces ministro de Energía y Minas, Iván Merino, que brinde una explicación.

Tuvieron que pasar horas para que el jefe de Estado se pronuncie en su cuenta de Twitter. “En este Gobierno del pueblo, estamos comprometidos con llevar gas barato a todos los peruanos. Cualquier renegociación se dará con respeto irrestricto al Estado de derecho y velando por los intereses nacionales. El Estado y el sector privado trabajando juntos por un Perú mejor”, indicó pasando las 8.00 p. m.

Bellido ataca al canciller

Corría el 20 de setiembre y unas declaraciones del vicecanciller Luis Enrique Chávez encendieron la pradera de Guido Bellido, a la sazón, presidente del Consejo de Ministros. Lo que le molestó fue que Chávez había señalado que “no hay ninguna autoridad que podamos considerar legítima” en Venezuela.

“Desmiento afirmación de vicecanciller de no reconocer autoridad legítima en Venezuela, no es la postura del Gobierno. Nuestro presidente tuvo una reunión con el presidente Nicolás Maduro (en la VI Cumbre de la Celac) para solucionar crisis migratoria. Si al canciller o su adjunto no le gusta, tienen las puertas abiertas”, escribió Bellido.

¿Dijo algo el presidente Castillo sobre ese desencuentro? No, aunque días después, tras los cambios en el gabinete, sí mantuvo a Óscar Maúrtua a la cabeza del Ministerio de Relaciones Exteriores. Quien no se quedó en su puesto fue Bellido Ugarte.

Ha habido otros momentos en los que el presidente ha preferido no opinar, como cuando designó a Ricardo Belmont como asesor de su despacho principal, lo que le originó críticas. O cuando se dio a conocer un audio del ministro de Transportes, Juan Francisco Silva, en que ofrecía a los gremios de transportistas las cabezas de la ATU y de la Sutran. Ni un tuit.

¿Este silencio en un presidente es nuevo?

El historiador y docente de la PUCP, Jesús Cosamalón, explica que es difícil comparar la forma en que los presidentes se comunicaban a lo largo de la historia, ya que antes la manera de comunicarse era a través de diarios, televisión o radio; no existían los medios actuales, del siglo XXI, como las redes sociales, en donde “todo se convierte en noticia”.

Y si vamos más atrás, en la época de Simón Bolívar o de Ramón Castilla, la cuestión se complica aún más. Pero añade que, “si lo comparas con el entorno inmediato, con Martín Vizcarra o Francisco Sagasti, es evidente que (Pedro Castillo) tiene menos capacidad comunicativa. Ahora eso también depende de las personalidades. Yo creo que el presidente Castillo no se siente cómodo delante de la prensa”.

No obstante, Cosamalón indica que hay asuntos que pueden funcionar sin que el presidente dé una opinión, ya que existen instituciones. “Evidentemente, en algunos momentos se necesita alguien que lidere. Pero, por otro lado, eso es como una ambigüedad, porque las democracias e instituciones no funcionan solamente con una opinión presidencial”, señala.

Luego agrega: “Ojo que estamos hablando de un país donde la imagen del Gobierno es bastante presidencialista. O sea, el fondo no es únicamente que el presidente guarde silencio en momentos críticos cuando se necesita su punto de vista, sino que somos un país que tiene una excesiva carga presidencialista en la que se espera que el presidente intervenga, participe y opine”. “Pero, claro, se necesita una opinión, por supuesto, no se puede gobernar por Twitter”, concluye.