PPK y el fujimorismo son hermanos en lo económico. Defienden el mismo modelo neoliberal. La única diferencia es de enfoque. Mientras el fujimorismo defiende un neoliberalismo populista, PPK promueve un neoliberalismo financiero. Ambos defienden un modelo en el que lo económico está, no a la par de lo social, sino por encima. Ese es, en simple, el neoliberalismo: poner las ganancias privadas por encima de la instancia pública y del ciudadano. PPK y el fujimorismo son, ambas, opciones gemelas de derecha en lo económico. En lo que sí difieren es en su concepción de la sociedad política. Para PPK la democracia es el medio en el que sucede la vida política, social y económica del país. En cambio, para el fujimorismo la democracia es un obstáculo que hay que superar para implementar un gobierno autoritario, en línea directa con su ADN dictatorial. No han tardado en re/confirmarlo al demorarse cuatro días en reconocer una derrota que cualquier entendido en números sabía que era irreversible. Lo ha re/confirmado Keiko con ese discurso soberbio y amenazante, y esa puesta en escena de grandilocuencia y huachafería, como si mostrarse afectados por una inesperada derrota fuera de débiles políticos. El cinismo y la fachada es su modo de ser. Es esa inquina e idiosincrasia la que los llevó a la rotunda derrota. Es su irrenunciable esmero por asociarse a los corruptos, procesados e investigados lo que los arruina. Es su tolerancia y defensa a ultranza de la trampa, manipulación, mentira y dineros sucios de sus miembros lo que los ha llevado a perder la posibilidad de ser gobierno. No hay otra explicación para que teniendo los más apetitosos fondos de campaña (ahora bajo investigación) y una organización a modo de fábrica de ensamblaje que opera en base al clientelismo (un voto/un táper, un voto/una frazada) hayan perdido en la puerta de la victoria. Y como es algo que jamás podrán reconocer, seguirán siendo lo que son: repudiados por quienes no han logrado ser engañados por sus falsos discursos y tergiversaciones de la realidad. Culpan al gobierno como si este gobierno tuviera el más mínimo poder; culpan al mundo contra ellos por odio, porque son incapaces de reconocer que eso que ellos han bautizado como odio no es otra cosa que la denuncia pública de sus delitos, complicidades y trampas. Como si hubiera que callar que sus congresistas están investigados por lavado de activos porque eso significa que los odiamos. O como si hubiera que esconder que la fiscalía investiga a Keiko por los dineros sospechosos que han dicho recaudar en sus cocktailes porque mencionarlo es una campaña de odio. Como si hubiera que hacer de la vista gorda con que su principal financista de campaña esté siendo investigado por la agencia antidrogas de los EEUU, porque publicarlo es una campaña de odio. Ese es el tipo de descaro y cinismo del que el fujimorismo no puede ni podrá huir, porque es lo que los estructura, de eso están hechos, de esa materia están compuestos muchos de sus integrantes. Por eso, ni todos los táperes del mundo, ni todas las bolsas de dinero investigado por la DEA y el Ministerio Público pudieron contra la idiosincrasia de los “sin alma”. Ni toda la plata, las caras forzadas, los media training, las clases de baile, oratoria, lectura de papel, caravanas de lujosos carros y dudosas casas de campaña pudieron ganarle a la entraña que los define. Y ahora quedó claro que no es solo el fujimorismo de Alberto, sino también el de Keiko el repudiable, es el mismo fujimorismo de siempre que intenta manipular pruebas en su contra, como su vicepresidente Chlimper tratando de tapar los vínculos con el narcotráfico que se investigan de Joaquín Ramírez, o el grupo de sus congresistas investigados por lavados de activos, o el proceso por enriquecimiento ilícito de su congresista más conspicua y un largo etcétera. Y liderando su batería de cómplices políticos, Keiko Fujimori, defendiendo toda la oscuridad que la ha financiado, en el pasado y en el presente. El fujimorismo es la antítesis del bien común, la empatía y la vocación de servicio social. Defienden lo oscuro, lo turbio, lo putrefacto y se ufanan de ello. Por eso, aunque en lo económico comparten el modelo del nuevo presidente y lo lógico sería que lo secunden, no nos extrañe que usen su mayoría en el Congreso para hacer sentir ese poder que tanto ansían y por el que siempre han estado dispuestos a apañar cualquier delito de sus miembros, empezando por el fundador, Alberto. Aunque intenten –ficticiamente– en estos cinco años mostrar una cara democrática, les será imposible, porque la soberbia, la amenaza y el autoritarismo se les escapará por los poros, como estamos viendo desde ahora. Y ese será su sepulcro al 2021. Nos vemos en las calles, vigilantes del nuevo gobierno.