Luis Pásara, doctor en derecho e investigador, acaba de publicar “El Perú como obsesión: el país realmente existente y actores de la escena pública” (PUCP), una selección de sus artículos de opinión en distintos medios que abarcan los últimos cuarenta años. En ellos perfila lo que llama “el proceso degenerativo” de la sociedad peruana y sus dirigentes.
El primer capítulo de su libro se titula “El país realmente existente”. Aprovecho la frase para transformarla en pregunta: ¿cuál es el país realmente existente que tenemos?
Es mucha pregunta para responderla en unas palabras. La idea central en los textos es que el Perú es un país en deterioro, en degradación que no es solo económica –por supuesto también lo es, como muestran las cifras de pobreza que se publican periódicamente– sino sobre todo moral. Con esto quiero referirme a que es un país donde todo vale, en el que prevalecen las relaciones entre personas guiadas por el cálculo y la desconfianza. No digo que esta sea la relación entre todos los peruanos, sí entre muchísimos. Y por sobre todo es ahora un país sin rumbo en el que la calidad de las dirigencias, y no sólo las políticas, es cada vez peor. Finalmente añadiría que es un país en el que no hay lugar para muchísimos peruanos y eso se muestra con el incremento de la inmigración en los últimos años. Estos peruanos sienten que en el Perú no hay lugar para la esperanza.
Hay una referencia constante a la idea de que la vida social y cotidiana en el Perú se encuentra en un permanente proceso de deterioro. Habla de oportunidades perdidas, errores repetidos, incluso de lo invivible que es Lima. ¿Cuáles son esos signos de deterioro?
Son muchos. Y a veces cuando voy a Lima me encuentro con la dificultad de comentarlo con la gente que vive en el Perú porque algunas de estas cosas pueden sonar ofensivas. Algunos de estos signos no son tan evidentes para el que vive a diario y ha ido aceptándolos poco a poco como normales. El ejemplo más obvio es el tránsito en Lima que es endiablado, o las carreteras que tienen un número constante de muertos. Pero para quien llega al país hay otros signos. Acaso el más importante es la desconfianza en las relaciones. Uno percibe que nadie cree en nadie, en todos los niveles: en la familia, en los grupos de trabajo. Nadie cree en los dirigentes, ni en las instituciones, ni en la política. Como yo soy viejo sé que el país no siempre fue así y he visto cómo hemos ido haciéndolo así. Es un proceso de constatación muy doloroso.
Es una involución.
Exactamente.
¿Pero nota mucha diferencia entre lo que usted veía hace 40 años cuando empezó sus columnas y lo que ve ahora?
Empecé a ver ciertos signos que anunciaban este deterioro, pero no veía todavía un proceso como el de ahora, después de todo este lapso transcurrido. Hemos tenido señales que debieron ser alarmas y que no percibimos.
La segunda parte del libro se dedica a lo que llama “actores de la escena política”. También permite ver en perspectiva su deterioro. Alguna gente les dice “élites”, aunque a mí me parece un exceso.
Llamarlos élite es un abuso del lenguaje.
De acuerdo. De todos los actores políticos a los que incluye en su selección, Velasco sale mejor librado. Apunta con claridad el fracaso que significó su revolución, pero lo reconoce una virtud central: haberse atrevido a cambiar el Perú, a desterrar la explotación que existía, sobre todo en el campo. ¿La figura de Velasco no es lo suficientemente reivindicada en la historia peruana a pesar de que ya pasó más de medio siglo desde el golpe?
Efectivamente, creo que Velasco se atrevió a cambiar el país y es lo que algunos, un sector social o una serie de personas, no le perdona y no se lo va a perdonar nunca. El tiempo parece permitir que se sitúe mejor a los personajes reconociéndoles el valor que tuvieron o, por el contrario, olvidándolos. En alguna de las encuestas que han preguntado por el mejor presidente que ha tenido el Perú aparece Velasco. Es un dato. Yo tengo uno más circunstancial, que es el interés por Velasco entre los jóvenes que no vivieron su gobierno y quieren saber qué fue esta fase de la historia. A mí me lo ha mostrado la acogida que ha encontrado mi libro sobre Velasco. Como país guardamos mal nuestra historia o simplemente la desconocemos.
Y en el caso de Alberto Fujimori, ¿la mirada sobre él será más indulgente con el tiempo?
Si por historia entendemos la imagen que los peruanos guarden de él, creo que lo probable es que durante cierto tiempo esa imagen se divida en términos muy parecidos a los actuales. Mire lo que ocurrió con Haya, un tipo que durante décadas tuvo una opinión dividida, a muerte diría. Ahora, lo que pase en el futuro con esa imagen de Fujimori, la verdad es que no lo sé y no me atrevo a predecirlo. He visto tantos giros inexplicables en imágenes públicas que prefiero ser prudente y no ir más allá.
En uno de los artículos seleccionados plantea una crítica al antifujimorismo. ¿Como discurso y acción política fracasó?
Es que un anti se propone algo en negativo, por definición. El antiaprismo triunfó en el Perú no porque lograra elegir a tal o cual presidente, sino porque domesticó al APRA hasta que se hizo aceptable por los de arriba, por el poder económico. Y entonces, el APRA fracasó en su objetivo de cambiar el país, a lo que Alan García puso su aporte final.
Su epitafio.
Exactamente. El antifujimorismo se define por el “Fujimori nunca más” y hasta ahora lo ha logrado. No podrá cambiar al fujimorismo, pero ha abierto cancha para las alternativas a los Fujimori.
Tengo la impresión de que cuando se refiere a la izquierda peruana su prosa se vuelve más amarga que cuando escribe sobre la derecha. A la esta le reclama, por ejemplo, ausencia de liderazgos democráticos, pero a la izquierda le reclama su fracaso y su incapacidad de entender el país. ¿Qué piensa de nuestra izquierda de hoy?
Probablemente su impresión sea justificada. Nunca tuve ninguna expectativa respecto a la derecha en el país. Entonces mi explicación a ese, no digamos sesgo sino énfasis amargo que usted señala cuando escribo sobre la izquierda, probablemente proviene de que yo deposité en ella mis propias expectativas, que alcanzáramos a ser un país distinto. Si se lee amargura en algún texto mío, tiene que ver seguramente con mi propia frustración.
¿Y qué piensa de la izquierda peruana de hoy en día?
Bueno, ¿a quién llamamos izquierda? ¿A Cerrón? ¿A Verónika Mendoza? Una parte de la izquierda simplemente no existe. Es decir, existen personas que siguen actuando, declarando, pero que no tienen nada atrás y tampoco tienen mucho en la cabeza respecto de lo que podría ser el Perú o cómo hacer para que avance, que tenga una dirección positiva y salga del charco en el que se encuentra. Y gentes como Cerrón y otros usan la etiqueta de izquierda, pero, a mi modo de ver, han demostrado que tienen apetitos de poder y saben borrar sus diferencias con la derecha cuando se trata de acuerdos que pueden favorecer a unos y a otros. Lo estamos viendo en el Congreso con la alianza entre Perú libre y Fuerza Popular. Entonces, ¿qué podemos esperar de todo eso? Yo no espero nada, honestamente.
¿Y qué piensa de la derecha?
Tampoco tiene qué ofrecerle al país, está muy dividida y no tanto por programas políticos o propuestas de las cuales discrepen. Hay grupos que se disputan el poder. Esto es lo que ocurre con todos los actores políticos, de izquierda y derecha: nadie tiene un plan para proponer al país, nadie tiene un proyecto. Lo que hacen es usufructuar en la medida que pueden los cargos que detentan y el que no los detenta aspira a tenerlos. Ese es el juego.
Ahora, ¿todavía le parece útil esto de izquierdas y derechas dadas las circunstancias actuales en el Perú? Yo tengo mis dudas.
No, hace tiempo que a mí me parece inútil. Creo que es un eje que ya no sirve.
¿Qué eje serviría para el Perú? ¿Corruptos y no corruptos?
Ayudaría mucho, pero creo que estaría muy desbalanceado.
Mucho peso a un lado.
Así es.
Yo le hablé de izquierdas y derechas porque es como está estructurado el libro.
Porque son los términos que se han venido usando. Uno siente que decir esto como que rompe un poco el esquema, pero creo que si le preguntáramos al ciudadano qué es izquierda o qué es derecha probablemente no podría definirlo en términos de los actores que conoce porque no suponen diferencias importantes.
¿Cree que hay una degradación de nuestros actores políticos?
Sin duda, sin duda. Nuestros políticos van a pasar a la historia simplemente por las investigaciones que tienen en el Ministerio Público. Invoco otra vez mi condición de viejo: creo que nunca hemos tenido unos actores políticos con estas incapacidades, pero sobre todo con esta desfachatez, esta desvergüenza con la que, por ejemplo, los congresistas no sólo aprueban leyes para favorecer los intereses de quienes les mandan, sino que aprueban leyes que impiden que se les persiga por sus fechorías. En los 80 años que tengo nunca he visto algo así.
Es interesante lo que sostiene sobre la desfachatez que se ve hoy en día en los políticos. Mi sensación es que antes, por lo menos, trataban de venderte una idea, aunque incluso fuese perjudicial para el país. Te la empaquetaban.
Trataban de ilusionarte con una propuesta que podía sonar interesante.
Exacto, eso se acabó. Más bien plantean la cosa tal cual es: “queremos esto porque nos queremos proteger”. Realmente Es impresionante.
Es muy impresionante. Lo que pasa es que como esto se ha vuelto poco a poco normal, entonces ya no impresiona tanto porque es cosa de todos los días.
¿Qué piensa de la presidenta, Dina Boluarte?
Bueno, ella pertenece a esta raza de actores en la escena pública y solo busca mantenerse todo lo que pueda y medrar. Eso es lo que la caracteriza. Es una mujer sin méritos ni capacidades, que ha llegado a la presidencia de un modo totalmente accidental, a la que compran con relojes, que se engolosina con viajes y honores y a la que no le importa que las encuestas indiquen que cuenta con un respaldo mínimo y que tampoco le importa que la gente la abuchee y la rechace en cada salida pública que hace. Le debe parecer increíble que haya llegado a ese puesto y por supuesto quiere disfrutarlo todo lo que pueda. Y lo está logrando, aunque sea con pasos de equilibrista en el alambre. Si después le espera la cárcel, que es lo que se merece, creo yo, es algo que de momento a ella no parece importarle.
Pareciera causarle sorpresa que Boluarte se mantenga en el cargo a pesar de su muy baja aprobación. Otras personas han mostrado esa sorpresa también. Quizás es que en el Perú es posible ejercer el poder sin legitimidad. La idea no es mía, por cierto. Me lo hicieron notar en otra entrevista.
Probablemente. Y junto a eso está el fenómeno de que a mucha gente no le importa. Mucha gente trata de hacer su vida como pueda, legal o ilegalmente. Sabe que el Estado solo incomoda y cuando se presenta un problema hay que preguntar a quién se le paga la coima. Entonces, dentro de este tipo de atmósfera, la verdad es que quien ejerza la presidencia un poco da lo mismo, ¿no?