San Bartolo sigue aquí

San Bartolo sigue aquí porque hay muchos compatriotas que carecen de la formación indispensable para leer esos discursos de sepulcros blanqueados,En tiempos oscuros como los que vivimos, el teatro es, más que nunca, un lugar de reunión y resistencia a las tendencias a los ataques al pensamiento, a la voluntad de no saber, al triunfo de la ignorancia. Hay buen teatro en Lima –y ese es parte del problema, que sea casi todo en Lima– y entre estos quisiera destacar los quince años que cumple el teatro La Plaza. Progresivamente, esa institución artística se ha ido adentrando en las falencias estructurales de la sociedad peruana. Su directora, Chela de Ferrari, lo dice así en el texto que acompaña a San Bartolo, la obra actualmente en su cartelera: “la falta de visión de nuestros gobernantes, nuestro racismo y machismo endémicos, la impunidad frente al abuso, y la violencia juvenil como fruto de una orfandad que no nos permite construir una identidad que nos ayude a crecer”. San Bartolo es una obra peruana, escrita y actuada por jóvenes en el programa Sala de Parto del citado teatro. Como saben, se basa en los abusos psicológicos y sexuales cometidos por el Sodalicio, los que conocemos en detalle gracias a la ya clásica investigación de Pedro Salinas y Paola Ugaz, Mitad Monjes, Mitad Soldados. Por si alguien pensaba que este modus operandi es cosa del pasado, las primeras planas de los medios nos han revelado la existencia de una secta en Ucayali, cuyo amo era Félix Manrique Gómez, quien se hacía llamar ‘Príncipe Gurdjieff’. Gracias a que una de sus víctimas es una joven española, el caso adquirió notoriedad (el Sodalicio sigue vivito y coleando, por lo demás). Gurdjieff era un maestro místico de origen armenio, cuyas enseñanzas conformaron el llamado Cuarto Camino, con seguidores también en el Perú. Pero no tiene absolutamente nada que ver con los crímenes de Manrique. Pese a revestir cierto hermetismo, el Cuarto Camino –tengo buenos amigos que lo siguen– a nadie se le secuestra mental ni menos físicamente. Podría pensarse que la secta de Manrique es otro caso aislado, tal como podría pensarse del Sodalicio. Mientras la primera es “misia”, la segunda opulenta. Trabajan con clases sociales y en dimensiones incomparables, cierto. Pero hay una estructura que atraviesa todas esas barreras y llega hasta nosotros. Es la cultura autoritaria. Esta puede ser burda, como en los discursos de Becerril o Tubino en el Congreso, o más elaborada, como el reciente alegato de Petrozzi, que Marco Sifuentes ha hecho bien en poner en evidencia, pues mucha gente se ha tragado el anzuelo con carnada retrógrada. San Bartolo sigue aquí porque hay muchos compatriotas que carecen de la formación indispensable para leer esos discursos de sepulcros blanqueados. Porque nuestra educación pública es paupérrima, a diferencia de la de Uruguay (lean la maravillosa carta que el futbolista Edinson Cavani se dirige a sí mismo: él proviene de sectores muy pobres de su país). Mientras luchamos por cambiar ese estado de cosas proclive a la sumisión y la manipulación, los invito a participar en la experiencia de San Bartolo, en el teatro La Plaza. Los remecerá y lo agradecerán.