“Hemos vuelto a la normalidad” –dijo el poeta Martín Adán cuando le avisaron que el General Manuel A. Odría había derrocado al Presidente constitucional Luis Bustamante y Rivero. No le faltaba razón. Nuestra norma, en el siglo XIX y en el siglo XX, fue el golpe de Estado, las dictaduras y los caudillos militares. En brevísima excepción, la forma republicana y democrática de gobierno. Un sueño tantas veces interrumpido por la vanidad o la codicia, o por ambas, del que nuestro país no pudo salir salvo en esos breves intermedios democráticos para luego ir de golpe en golpe. El último, el de 1992, ejecutado por Alberto Fujimori para disolver un Congreso que le era adverso. Parecía que el siglo XXI había exorcizado al país –¡al fin!– de los caudillos iluminados, de los cachacos revolucionarios, de los dictadores con fecha de entrada, pero nunca con fecha de salida. Cuatro cambios de mando democráticos consecutivos, por primera vez en los casi 200 años de historia republicana, daban una esperanza cada vez más cierta de haber enrumbado por el camino de la civilidad. Sin embargo, en toda la región apareció una variante de la dictadura militar para hacerse del poder: el golpe civil. Mandatos de inicio constitucionales se convirtieron, usando un ropaje legal, en mandatos semi perpetuos. El populismo –otra de las lacras de nuestra región– se hacía del poder en todas partes. El Perú de Fujimori fue pionero, pero luego Argentina, Venezuela, Ecuador y Bolivia corrieron la misma desgraciada suerte. Lo que está tratando de imponer el neo fujimorismo hoy al país es eso. Un regreso a la “normalidad”. Los ingredientes están servidos desde hace un año: un Presidente débil, no confrontacional, con una bancada enana y una historia en su pasado que se puede torcer al gusto del cliente lo suficiente para decir que es un inmoral “vacable”. Frente al Presidente, Keiko Fujimori, hija de su doble derrota por los votos y del golpismo de su padre. Sus claras intenciones de copar, igual que el padre, el Tribunal Constitucional y la Fiscalía con su mayoría parlamentaria son parte del mismo plan. El fujimorismo no tiene los votos para vacar (necesita 87 y son sólo 71) pero tiene la capacidad de hacer creer a sus funcionales colegas (muchos con rabo de paja) que si no se pliegan al pedido serán vistos como más corruptos que Marcelo Odebrecht y su banda. Con los votos y un motivo, no se necesita más para deshacerse de Kuczynski. La conducta del fujimorismo no tiene sorpresa, salvo en el caso de Kenji Fujimori que ha votado en contra de admitir la moción de vacancia. Pero ¿la de los demás congresistas? Vaya cambios. ¿Creen que esta jugarreta golpista los favorece? La vanidad y la codicia política nunca mueren. Pero sus votos, en el tablero electrónico del hemiciclo, quedarán grabados en la memoria por mucho más tiempo del que creen. Ir a una nueva elección democrática con el mote de golpista es una elección perdida. No puede dejar de decirse que el Presidente tiene mucha de la culpa de lo que está pasando. Como gobernante, ha sido un felpudo en el que Keiko Fujimori se ha limpiado los pies cada vez que ha querido. Se lo dije hace un año, cuando cometió el error político de sacrificar a Jaime Saavedra. Escogió ser Chamberlain cuando pudo ser Churchill. “Escogió el deshonor para no ir a la guerra y le dieron el deshonor y la guerra”. Sobre los negocios privados del Presidente las explicaciones han sido contradictorias, breves y, para mí, insatisfactorias. Espero tener la oportunidad de hacer muchas preguntas y recibir muchas respuestas. No puedo condenar sin al menos escuchar. Pero de lo sabido hasta hoy –mentira, hay– no alcanza ese solo motivo para vacarlo. De ahí el apuro del fujimorismo. Mientras menos se sepa, la jugada –obviamente coludida con Odebrecht (que ahora parece haber reculado)– para salir de este Presidente tiene más viabilidad. Mientras pasen los días y las explicaciones alcancen a mayor población, la cólera contra Kuczynski se puede desplazar en ira contra los golpistas. Hay algo más. A los verdugos de la democracia que creen que Martín Vizcarra vendrá a Lima para ser “su” Presidente en calidad de marioneta y que les va a lamer los zapatitos, hay que decirles que se equivocaron de personaje. Vizcarra es leal a Kuczynski, igual que Mercedes Aráoz y si tienen que renunciar para que los 130 congresistas se vayan a su casa el 28 de julio, no tendrán problema en hacerlo. Me tocó verlo de cerca en una circunstancia difícil y si se queda de Presidente (lo dudo) no esperen a un arrodillado. Todo lo contrario. El 2021 el Presidente Kuczynski puede ser juzgado y condenado. No será ni el primero ni el último Presidente en pasar por ese trance. Pero no dejarlo concluir su mandato tendrá graves consecuencias económicas y políticas mucho más dañinas para los promotores de este golpe encubierto que para un hombre de casi 80 años que no tiene ningún ánimo de permanencia en el poder. El daño no se lo hacen a él. Se lo hacen a todos los peruanos.