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Opinión

¿Qué significa el “corolario Trump” a la Doctrina Monroe para el Perú?, por Martin Cassinelli

El momento exige liderazgo estatal y empresarial. Porque, en esta nueva etapa, quien no define su posición termina siendo definido por otros.

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Martín Cassinelli

La Casa Blanca anunció el jueves su nueva Estrategia de Seguridad Nacional, el documento que fija la visión del gobierno estadounidense hacia el mundo y orienta el trabajo de todas sus agencias y embajadas, incluida la de Lima. Esta vez, el texto introduce un concepto provocador: el “corolario Trump” a la Doctrina Monroe, aquella fórmula de 1823 que afirmaba la primacía estadounidense en el hemisferio occidental. Hoy, esa idea reaparece como primera prioridad de Washington y anuncia una realineación profunda de su política exterior hacia América Latina.

Esa realineación tiene dos carriles: el militar y el económico. En el plano militar, la estrategia plantea un aumento de la presencia de la Guardia Costera y la Armada en la región, así como despliegues específicos para “asegurar la frontera y derrotar a los cárteles”, incluso mediante fuerza letal si fuera necesario.

Pero es en el plano económico donde se juega el partido más relevante para el Perú. Washington anuncia una diplomacia comercial más activa, orientada a fortalecer cadenas de suministro críticas dentro de América Latina, reducir la dependencia de proveedores extrarregionales y promover inversiones estadounidenses en energía, tecnología y, sobre todo, minería estratégica. Al mismo tiempo, señala que trabajará para limitar la presencia de empresas extranjeras (léase, chinas) en infraestructuras consideradas sensibles.

¿Dónde queda el Perú en esta reconfiguración? Directamente en el centro del tablero.

Si Estados Unidos busca asegurar minerales críticos y desplazar a China de sectores estratégicos, pocos países son tan relevantes como el Perú. Nuestro país es uno de los mayores productores de cobre del mundo y, al mismo tiempo, uno de los más profundamente integrados económicamente con China. El puerto de Chancay, la operación de Las Bambas y el creciente predominio de capitales chinos en la minería peruana son vistos en Washington como señales de una influencia que desean contrarrestar.

La experiencia reciente de México (quien se ha visto obligado a desprenderse de inversiones chinas para reducir sus aranceles) y Panamá (quien anda en una batalla legal por el control de puertos del Canal) muestra una constante: mientras más depende un país de la economía estadounidense, más dispuesto está a alinearse con sus prioridades. Pero el caso peruano es distinto. China es nuestro principal socio comercial, y su peso en el sector minero nos hace especialmente sensibles a cualquier presión estadounidense. Ya se ha escuchado en Washington la amenaza de imponer aranceles a productos vinculados a Chancay. Y si la tensión escala, el Perú podría verse forzado a tomar decisiones costosas.

Durante los últimos 25 años, tras la firma del TLC, el Perú ha vivido en relativa indiferencia para la política exterior de Washington. Esa etapa puede estar llegando a su fin. Con la próxima llegada del nuevo embajador estadounidense, Bernie Navarro, es casi seguro que nuestro país recibirá un nivel de atención que no ha visto en décadas.

La pregunta es si sabremos aprovecharla.

El desafío para el gobierno y para el sector empresarial no es resistir la atención estadounidense, sino canalizarla. Si el Perú se mueve con claridad, puede atraer inversiones de calidad en puertos, concesiones y minería; proyectos que eleven estándares, y generen empleo. Pero si el país actúa de manera reactiva, puede quedar atrapado entre presiones contrapuestas o enfrentarse a medidas punitivas que ya han sufrido países como Brasil (aranceles tras las tensiones con Bolsonaro) o Colombia (después de choques con Petro).

La nueva estrategia de Washington coloca al Perú en un lugar inesperado: de la periferia, al centro. Lo que hagamos con esa oportunidad, o con ese riesgo, dependerá de nuestra capacidad para anticiparnos, negociar y construir una agenda propia. El momento exige liderazgo estatal y empresarial. Porque, en esta nueva etapa, quien no define su posición termina siendo definido por otros.

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