
Escribe: Eduardo González Viaña
Hemingway había escrito: “En la guerra moderna, no hay nada dulce ni apropiado en morir. Morirás como un perro sin motivo alguno”.
Desde su puesto como artillero de cola de un bombardero, el trujillano Luis Ganoza Ríos se repetía estas palabras de su autor preferido, pero se decía que no siempre los escritores de novelas tienen la razón.
Era el Día D, el 6 de junio de 1944, y los Aliados habían iniciado la mayor operación bélica para invadir Francia y liberar a Europa del bestial dominio nazi.
Muchos años después, me lo contó en nuestro querido Trujillo, el viejo voluntario peruano.
En los días iniciales de la Segunda Guerra Mundial, Luis Ganoza Ríos quería ser un héroe, pero el conflicto bélico estaba al otro lado del planeta.
Sin embargo, cuando los tanques alemanes se desparramaron por toda Europa, varios países invadidos publicaron avisos en los diarios de América solicitando voluntarios para pelear contra los nazis. Lucho no dudó un minuto en decidir que esa era su oportunidad y se alistó bajo las banderas del reino de Bélgica.
Según lo pensaba, todo iba a ser muy rápido. Conocería Inglaterra, recibiría entrenamiento, combatiría unas semanas y, en ese escaso plazo, contribuiría a la caída de la bestia fascista. Como sabemos, la guerra duró un poco más.
Durante cuatro peligrosos años, apostado en la cola de un bombardero, Lucho recorrió Europa muchas veces y conoció Alemania desde las nubes mientras desafiaba el fuego de tierra y dejaba caer bombas sobre los puntos escogidos.
El Día D, uno de cada diez aviones aliados regresó a Inglaterra. Los demás ingresaron a Normandía a proteger el desembarco, bombardearon a los nazis y fueron alcanzados por el fuego enemigo. El avión en que volaba Lucho regresó dos veces para aprovisionarse, y otras tantas volvió al combate. Tres veces era demasiado. A las cuatro de la tarde, recibieron órdenes de quedarse en Londres. Sobrevivió.
Ernest Hemingway. Imagen: Difusión.
En los años ochenta, Lucho -que era tío político de mi hermana María del Pilar- me narró su historia. Se animó a hacerlo porque yo había publicado un artículo periodístico sobre Ernest Hemingway.
Como se sabe, el autor norteamericano había sido soldado en la Primera Guerra Mundial, pero en los días de la guerra civil peleó en España con la Brigada Internacional contra la invasión fascista. Lamentablemente, con el apoyo nazi-fascista, Franco se impuso y Hemingway tuvo que escapar de la amada España.
En 1944, el escritor volvió a la Europa en llamas como periodista, aunque también participó en la guerra cuando se incorporó a la izquierdista Resistencia francesa.
El futuro premio Nobel fue testigo de las operaciones del Día D, cuando se unió a las tropas estadounidenses mientras asaltaban la costa en Omaha Beach. Debido a esta acción y otras posteriores, Hemingway fue galardonado con una Estrella de Bronce en reconocimiento a su servicio como corresponsal de guerra por haber circulado “libremente bajo fuego en las zonas de combate para obtener una imagen precisa de las condiciones…”. Según declaró todo el tiempo, esta medalla y sus recuerdos de España fueron siempre más importantes que el mismo premio Nobel.
Luis Ganoza Ríos (1921 - 2001) fue campeón mundial en salto con garrocha.
Cuando le pregunté si hubo otros peruanos en la guerra, me respondió que fueron bastantes, pero recordó a dos.
Bernardo García Oquendo (Lima, 1908 - 1956), desde muy joven había jurado dar la vida, si fuera necesario, por un día en que la justicia fuera conquistada y todos los hombres fueran hermanos. Por ello, luchó en el Perú y, más tarde, en la guerra de España.
Lucho recordaba también a Julio Gálvez Orrego, el amigo que apoyó a César Vallejo para llegar a París y que vivió con él allí. Aquel se sumó también a la causa republicana y fue fusilado a la entrada de Madrid por los criminales fascistas.
-Sí, el ejemplo de ellos era muy aleccionador. Sin embargo, creo que lo que más me empujó fue el ánimo del viejo guerrero Hemingway que había peleado en todas partes con el deseo de que la paz se estableciera y todos fueran felices -me dijo Lucho.
“El mundo es un buen lugar por el que vale la pena luchar”, era su frase favorita.

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