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Opinión

¿Cómo hacemos para que no hablen de Vizcarra?, por Rosa María Palacios

Existe la creencia de que hay un bolsón de votos de los convencidos por una campaña sistemática de manipulación que apunta a que todos los males de este mundo provienen del sistema interamericano de derechos humanos.

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Rosa María Palacios 24-08

En los últimos días, he sostenido que la popularidad de Martín Vizcarra se sostiene más en los garrafales errores políticos que están cometiendo sus detractores que en sus propios méritos. Una narrativa de victimización no es fácil de construir cuando estás siendo juzgado por corrupción y muy pocos expresidentes peruanos han conmovido a la audiencia apelando a la injusticia de su situación. Sin embargo, Vizcarra parece ser la excepción. A pesar del nulo interés de las empresas encuestadoras en medir nada que tenga que ver con él (curiosa posición) y con la solitaria cifra de 15% de CPI como intención de voto, Vizcarra parece consolidar su posición de víctima.

La última torpeza del Ejecutivo es enviarlo al Penal de Ancón con reos comunes. Si existen razones fundamentadas, no las sabemos. El INPE no ha sido capaz de explicarlas. La diferencia de trato sí es bastante sencilla de ejemplificar. En Barbadillo te dan un baño propio y en Ancón lo compartes con 30 hombres. De lo que se trata es de incomodar o si se quiere, humillar.

¿Quién manda el mensaje? Pues los múltiples enemigos de Vizcarra. Fuerza Popular se la tiene jurada por la disolución del Congreso (nunca pudieron recuperar sus 73 escaños) y por la prisión preventiva de Keiko Fujimori por la traición política de Vizcarra. El resto de las fuerzas que controlan el Congreso no lo quieren en campaña: Acuña, Luna, López Aliaga y hasta los Cerrón lo prefieren en la cárcel y ni Somos Perú (él le regaló el sitio a Jerí) se acuerda de él. Desde todas las bancadas han dado alegres vivas a su carcelería.

Tremendo regalo le hace Dina y las esforzadas huestes parlamentarias. Los candidatos electorales del 2026 con presencia en ambos poderes, con 95% de rechazo popular, son lo último que quiere marcar en su voto la gran mayoría de peruanos. Vizcarra agiganta su posición de antagonista, de adversario del statu quo. Como lo he dicho antes, hoy es la némesis del poder. A estas alturas, parece claro que lo van a condenar sin certezas de recepción y disposición del dinero que los testigos dicen haberle entregado como coimas. Sin embargo, si la población lo único que ve es una conducta abusiva, su capacidad de endose puede poner a quien lo representa en segunda vuelta, con la garantía de indultos a él y a otros expresidentes que tengan algo de votación como Castillo y tal vez, Humala. Si lo conversó o no en Barbadillo, no lo sabemos. Pero podemos sospechar que algo pasaba ahí adentro como para que el gobierno tuviera la urgente necesidad de sacarlo rápido, además de humillarlo.

El viernes en la noche, antes de su traslado a Ancón, Vizcarra logró comunicarse con los medios y lo dijo a voz en cuello: “es un acto canallesco”. Y culpó directamente a Dina Boluarte. El INPE es un organismo adscrito al Ministerio de Justicia y, por tanto, un brazo del Ejecutivo. A la mañana siguiente, mientras no se hablaba de otra cosa y visto el escándalo que esto representa, el primer ministro tiene una genial idea política para que dejen de hablar de Vizcarra: ¡botar al ministro de Justicia!

Es verdad que el ministro Enrique Alcántara, además de pasar completamente desapercibido por un ministerio que había ocupado con mucho poder el actual primer ministro, ya tenía que responder por el papelón del jueves en la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Para las Fuerzas Armadas y Policiales quedó claro que los representantes del Estado Peruano (que coordina y envía el Ministerio de Justicia) estaban ahí para revelar una verdad incómoda. La ley de amnistía que hace unos días celebraba Dina en Palacio, abrazada de generales condenados por asesinato, no es más que una farsa.

La misma defensa que envió el Ejecutivo le dijo a la Corte que los jueces no la van a aplicar. Congreso y Ejecutivo han engañado a los militares no una sino dos veces: primero con la ley de prescripción y luego con la ley de amnistía. Intentos fallidos de impunidad para los violadores de derechos humanos, pero que, al mismo tiempo de no lograr sus objetivos, ha colocado al Perú en una posición terrible en el plano internacional. Como Nicaragua o Venezuela vamos a pasar a la lista negra de países en desacato sistemático de resoluciones de la Corte.

Nadie esperaba que la cuenta de la doble torpeza se la pasaran al ministro de Justicia. La verdad es que otros ministros hacen peores cosas y siguen tan atornillados como el primer día. Pero lo que sí ha sido una sorpresa extraordinaria es el nombre del reemplazo. Juan José Santiváñez, exministro del Interior, censurado por incompetente por el Congreso más impopular de la historia, regresa al gabinete apenas meses después de su salida.

¿Por qué él? Hay algunas hipótesis. Primero, nunca se fue. Es decir, le crearon un cargo de “monitor” porque monitoreaba las relaciones interministeriales. En la práctica, un jefe supremo de los “encargos especiales” de la presidenta. Tenerlo despachando al lado de ella se volvió incómodo para el primer ministro. Y si nunca se fue, mejor tenerlo asumiendo la responsabilidad política. No olvidar que Santiváñez es de extrema confianza en la defensa de Nicanor Boluarte y de, entre otras cosas, los secretos del cofre. Estar procesado no es inconveniente para este régimen.

La segunda hipótesis es que Santiváñez, que tendría que irse en octubre para postular al Congreso, viene a denunciar el Pacto de San José. Ningún canciller profesional lo haría, tampoco un abogado bien formado. Boluarte y Arana necesitan un ministro quemado dispuesto a seguir quemándose para empezar el proceso. En el Congreso van a encontrar poco obstáculo para dejar a los peruanos sin protección supranacional.

¿Qué gana Santiváñez? Votos. Existe la creencia de que hay un bolsón de votos de los convencidos por una campaña sistemática de manipulación que apunta a que todos los males de este mundo provienen del sistema interamericano de derechos humanos. Digamos que cree que puede conquistar el electorado policial-militar.

No les queda mucho tiempo para las atrocidades, pero todo indica que no habrá propósito de enmienda. Sin embargo, en algo no se equivocó el primer ministro Arana. Dejamos de hablar de Vizcarra para hablar del engreído de la presidenta, el famoso “ministroll” que regresa con todo.

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