
La violencia civil, lo que con toda razón se llama terrorismo, viene evolucionando a toda velocidad en la región. Hubo un tiempo en que tenía objetivos políticos, como tomar el poder del Estado, supuestamente para transformarlo. Ahora esa violencia es un instrumento de la delincuencia monda y lironda. ¿Qué significa el cambio?
No es un cambio nuevo. El narcotráfico hizo el camino contrario, cuando con todo disimulo empezó a infiltrarse en los grupos guerrilleros clásicos, para evitar ser visto como una actividad de hampones. Pero a estas alturas esa criminalidad no disimula, y practica el terror con obvios fines comerciales.
Este terrorismo, que ha sido por mucho tiempo un tema colombiano, es hoy también uno de los problemas sociales del Perú. Entre nosotros incluso es más descarnado, si cabe, en una mezcla de minería ilegal y extorsión (a veces ambas juntas). En todas partes está demostrando ser muy difícil de atajar por parte de los gobiernos.
La puerta giratoria de los sucesivos ministros del Interior de Dina Boluarte no ha logrado nada en este campo. Las cifras de asesinados aumentan, y los métodos son cada vez más desembozados. Cada vez más, la dinamita está reemplazando a las balas.
De alguna manera, el dinero obtenido en otros tiempos por la violencia ideológica permanecía en el circuito de sus practicantes, en la forma de financiamiento del partido y sus acciones. Hoy tiene otro destino, pues el objetivo de los actuales delincuentes es el enriquecimiento, como un secreto personal y de familia.
En otras palabras, estamos ante modelos de negocio montados sobre el amedrentamiento y el asesinato. Un dinero que circula perfectamente bancarizado, presente en la política, en algunos casos socialmente aceptado. Tres formas de existir que operan como un óxido corruptor de la economía de las empresas y de las personas.
Colombia hizo enormes esfuerzos por lograr la paz con las guerrillas cubano-venezolanas de su territorio, para luego descubrir que todo eso se había desflecado en disidencias ávidas de seguir en el juego. En el Perú no hemos hecho ningún esfuerzo político real por enfrentar a la delincuencia asesina. Solo les hemos echado encima las fuerzas policiales.
La policía o la Fuerza Armada, por sí solas, no bastan para frenar la criminalidad en el país. Se necesitan políticos de primer nivel que, desde el 2016, con pocas excepciones, no asoman por ninguna parte

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