Bajo la mirada de quienes lideran el retroceso democrático en el Perú, basta la aritmética de votos en el Congreso para justificar cualquier decisión, incluso si esta atenta contra la Constitución, debilita las instituciones o ignora de manera frontal la voluntad popular.
Y es que la soberanía —como concepto fundamental para sociedades que trabajan por ser democráticas— ya no se entiende como la expresión de un pueblo libre que se gobierna a sí mismo. Al contrario, se usa como excusa para justificar arrebatos autoritarios.
Históricamente, la noción de soberanía fue una conquista de la modernidad política. Desde Bodin, Hobbes, Locke y Rousseau hasta las revoluciones estadounidense y francesa en los siglos XVI, XVII y XVIII, el concepto evolucionó de ser la autoridad indivisible de un monarca a convertirse en la soberanía popular. En otras palabras, la certeza de que el poder reside en los ciudadanos y no en una casta gobernante.
Ese tránsito, que fue una victoria para una especie que procura ser más civilizada, permitió fundar las repúblicas modernas, donde las instituciones, los derechos y el principio de representación limitan los abusos del poder y las tiranías.
Hoy, sin embargo, bancadas como Fuerza Popular, Renovación Popular, Avanza País y Acción Popular, junto con la presidenta Dina Boluarte, manipulan esa idea para hacer creer a los peruanos que toda decisión emanada del Congreso o del gobierno es expresión de la soberanía nacional.
Con ese pretexto, han blindado, indultado y amnistiado a probados criminales, han desconocido tratados internacionales sobre derechos humanos, e incluso han socavado organismos de control y de justicia. Bajo la coartada de lo que hoy aducen como “soberanía”, lo que en realidad hacen es actuar de espaldas al pueblo y sin reglas comunes que aseguren la legitimidad de sus decisiones.
Ese comportamiento es totalmente contrario al sentido moderno de la soberanía, el cual da cuenta de un pacto social sustentado en normas explícitas —como la Constitución— y en principios implícitos —como la representación auténtica, la igualdad ante la ley y el respeto a los compromisos internacionales—. Todo esto, con un único fin: garantizar la convivencia armónica y el desarrollo colectivo de una sociedad.
Por eso, insistir en llamar soberanía a lo que hoy se practica en el Perú es una manipulación peligrosa. La verdadera soberanía —en este caso, la del pueblo peruano— ha sido traicionada, y recuperar su sentido exige desenmascarar este embuste pírrico.