
Gustavo Petro ha vuelto a agitar el nacionalismo como arma de distracción. Al poner en duda una frontera claramente definida entre Perú y Colombia, no solo demuestra una peligrosa ligereza, sino que instrumentaliza el patriotismo para ganar popularidad. Sin embargo, en el ámbito local, lo más llamativo es la súbita transformación de ciertos sectores políticos que, hace apenas unos días, despotricaban contra el derecho internacional y hoy se presentan como férreos defensores de los tratados.
La contradicción es evidente. A raíz de la orden emitida por la Corte IDH sobre la suspensión de la ley de amnistía para policías y militares, parte de la derecha (incluido el gobierno) llamó abiertamente a desconocer tratados y decisiones de tribunales. En ese momento, los compromisos internacionales eran vistos como obstáculos para su agenda. Pero ahora, frente a Petro, se visten de internacionalistas de ocasión y de defensores de la justicia supranacional.
Esta actitud no solo es incoherente, sino peligrosa. La soberanía no se defiende a conveniencia. Si el derecho internacional es el marco que nos permite proteger nuestras fronteras, denunciar abusos y defendernos de eventuales regímenes autoritarios como el venezolano o el nicaragüense, entonces debe respetarse siempre. No podemos pretender tener autoridad para exigir el cumplimiento de tratados territoriales si ignoramos los de derechos humanos.
El uso selectivo del derecho debilita nuestra posición internacional y mina nuestra credibilidad. Defender la soberanía no es incompatible con cumplir compromisos internacionales; al contrario, estos refuerzan nuestra capacidad de respuesta frente a amenazas reales. Lo que no puede aceptarse es que se utilicen los tratados como trincheras ideológicas, según la conveniencia política del momento, por más que, en ningún escenario, debamos ceder un centímetro de nuestro territorio.
Esta crítica va dirigida a una derecha que desprecia los tratados cuando no le sirven, que no respeta los contratos ni cree en los expedientes técnicos. Pero esa no es la única derecha, también hay otra: una democrática, liberal, moderna, que sí cree en el Estado de derecho, respeta el orden legal nacional e internacional y que se preocupa por soluciones reales para las personas, no por imponer una ideología ni por ganar el juego de las vencidas.
Por tanto, si creemos en el derecho internacional, debemos respetarlo siempre y no según la conveniencia. De lo contrario, como viene ocurriendo en parte de la derecha, se cae en el mismo populismo que se le critica a Petro y en el desconocimiento más básico del liberalismo: el cumplimiento de los pactos entre las partes ( pacta sunt servanda ).

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