
Perú llega a su 204° aniversario patrio atrapado entre el desencanto y la indiferencia. El Estado, perforado por la corrupción y colonizado por la mediocridad, se ha vuelto incapaz de garantizar lo esencial: justicia, seguridad y bienestar.
Y sin justicia, lo que amenaza no es solo la ingobernabilidad, sino la disolución social.
Sin embargo, incluso en este escenario sombrío, existen signos de esperanza. En barrios, distritos y comunidades, se tejen redes que resisten el derrumbe: vecinos que defienden parques, jóvenes que crean proyectos artísticos, mujeres que se organizan para alimentar a sus hijos. Son pequeñas islas en un mar de precariedad.
No obstante, mientras sigan aisladas, no bastarán para cambiar el rumbo del país. Es tiempo de conectarlas, de articular esos esfuerzos dispersos en un movimiento ciudadano que reoriente nuestra nación.
Y como afirma la historiadora Carmen Mc Evoy, este reencuentro exige más que buenas intenciones: demanda una revolución ética.
Se trata de un cambio profundo que devuelva sentido al bien común, que reinstale la educación y la memoria como pilares, y que restituya el valor del trabajo honesto frente a la corrupción y la impunidad.
Un reto para los peruanos es dejar de vivir solo del pasado como consuelo y empezar a construir el futuro como propósito. No podemos conformarnos con sobrevivir; debemos aspirar a la excelencia, en todos los ámbitos, no solo en lo privado.
Y en ese camino, los peruanos no deben resignarse a la mediocridad como norma. Una ciudadanía real es consciente de que cada sol de los impuestos, cada política pública y cada obra deben reflejar el estándar más alto, no el mínimo aceptable.
No hay razón para que un país rico en recursos y talento viva en condiciones indignas y a merced de egoísmos antipatrióticos. Y, en ese sentido, debe entenderse que exigir lo mejor no es un lujo sino un derecho ciudadano.
El Perú merece lo mejor y está en nosotros exigirlo sin tregua. Y que los servidores públicos entiendan que la patria no se salva con discursos, sino con decisiones y estándares que honren su grandeza.
Que estas Fiestas Patrias no pasen de largo como un aniversario más, sino como una advertencia. O los peruanos conectan las islas y hacemos de ellas un archipiélago de esperanza —como decía Basadre— o el abismo dejará de ser metáfora para convertirse en destino.

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