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Opinión

Yo quiero ver un tren, por Jaime Chincha

Y es por eso que he ido anotando, una por una –y quizás me quede corto–, cada observación que se ha hecho al llamado Tren de Lima Este o, simplemente, Tren de Lima o, como lo dice su principal propulsor, el ‘Tren de Porky’.

Jaime Chincha
Jaime Chincha

Recuerdo que fue en julio del año 2019 y el dato se confirmó en segundos. Habían capturado al expresidente Alejandro Toledo en su residencia de California. El medio para el que trabajaba por entonces necesitaba hacer la cobertura de una noticia que fue, en realidad, una bomba. El único con visa era yo. Dejé lo que estaba haciendo, llegué sorpresivamente a casa, alboroté controladamente a mi familia mientras improvisaba una maleta, revisé bien mis documentos y salí a toda prisa al aeropuerto. Todo eso mientras en la radio gestionaban mi pasaje. Era la primera vez que viajaba solo a los Estados Unidos. Cuando me fijé bien en el pasaje, el destino final era la ciudad de San José. Lo que yo sabía hasta esas horas de la noche era que Toledo había sido detenido en la ciudad de San Francisco. Consulté la distancia en el celular. Cuando el avión comenzó a despegar, advertí que iba a alojarme a 80 kilómetros de mi objetivo: estar lo más cerca del capturado Toledo. La cobertura se haría compleja si me quedaba en esa ciudad. Una vez en San José, tramitamos un hospedaje en el Civic Center, a la espalda de la corte en la que comparecería Toledo un día y medio después.

¿Y por qué recordé todo esto que les cuento? Porque para llegar a San Francisco, viajé desde la estación de Diridon en un tren de Caltrain. Por estos días, se ven muchas imágenes del interior de sus coches y recuerdo ese viaje de hace seis años. Asientos cómodos, pasadizos espaciosos, un lugar amplio para el equipaje, el sonido del chucu-chucu, el paisaje californiano desde la ventana, 23 estaciones –como Mountain View, Palo Alto, Millbrae– en todo el trayecto. No puedo negar que disfruté el recorrido. No puedo negar que también fui presa de esa natural envidia sana por no tener ese tipo de transporte en el Perú. Parafraseando al protagonista de la historia que fui persiguiendo a bordo de aquel vagón de Caltrain, a mí me encantan los trenes. ¡Que quede claro!

Y es por eso que he ido anotando, una por una –y quizás me quede corto–, cada observación que se ha hecho al llamado Tren de Lima Este o, simplemente, Tren de Lima o, como lo dice su principal propulsor, el ‘Tren de Porky’. Sin ser un ‘experto en trenes’, como llamó el otro día la congresista Norma Yarrow a los que argumentamos todo lo que falta para que sea un medio de transporte capital para Lima, hablo como ciudadano, como observador, como quien viajó alguna vez en esos trenes y como quien sueña algún día volver a hacerlo en su ciudad de nacimiento. Y no digo que sea imposible hacerlo, pero el bendito tren no es todo lo que se anuncia ni en tan poco tiempo.

Para empezar, no hay estaciones. Durante los años ochenta, tuve el privilegio de ir con cierta frecuencia a Chaclacayo en el viejo Morris Oxford de mi padre y en el que aprendí a manejar a los ocho años. En esos viajes pude ver algunas estaciones hechas con cemento pulido, con una base de cuatro metros por tres y dos columnas grises; antiguas incluso para la época. Un buen amigo, mayor que yo, me cuenta que antes existió el servicio de pasajeros Lima-La Oroya-Huancayo en esa vía. “Yo he viajado varias veces”, me dice. Pero me advierte de algo que creo sucederá nuevamente y al menos en el mediano plazo, tal como ocurría hace cincuenta años. Que solo podías subirte al tren dos veces al día; salida de Lima temprano y llegada a Huancayo en la tarde, y el regreso a Lima era, en el mejor de los casos, en la tarde o ya en la noche. “De madrugada operaba el tren de carga; en total eran unas cuatro o seis pasadas de tren en las 24 horas del día”. Hoy ese trayecto que observaba de niño solo permite el transporte de carga. Y acá viene otra inquietud no resuelta: ¿soportan esos rieles el peso de un transporte de pasajeros? Es una pregunta que no se responde hasta hoy. El programa Panorama mostró hace poco que hay zonas en donde los rieles están rotos. El último viernes, el semanario Hildebrandt en sus trece informó que, en el Callao, la distancia de los rieles con las casas construidas precariamente en ese lugar no pasa del metro de distancia.

Lo central con esto de los trenes, y es algo que me recalcó una persona muy enterada en asuntos del transporte público, es que no existe un expediente técnico. Porque es en ese documento donde se especifica todo lo que estoy diciendo aquí. Lo de la altura de los puentes, según ingenieros a los que he consultado, se resuelve en un año con una adaptación de la infraestructura a los trenes. Pero todo eso, insiste la fuente consultada, se pone en un expediente técnico que nadie ha visto. Nadie sabe de la construcción de un patio de maniobras para que los trenes den la vuelta a la vía de regreso. Peor aún, no hay vía de regreso; solo existe una vía. O sea, reinterpretando a mi amigo líneas arriba: dos veces al día; salida de Lima en la mañana, llegada a Chosica en la tarde, regreso a Lima por la noche. Lo siento, pero eso no es lo que vi en California. No pretendo que nos equiparemos al primer mundo, porque no lo somos, pero lo que me moviliza a escribir estas líneas –con todo lo que yo deseo ver esos trenes funcionando a la perfección– es que no nos han dicho toda la verdad desde que empezó todo esto.

Además de ciertos tramos con rieles descompuestos y las casas en peligro por el movimiento debido al paso de los trenes, está la cuenca del río Rímac. Es irregular y no se ha hecho el estudio concreto de dónde serán los paraderos. Se dice que uno estará en Monserrate y otros más, pero hasta el MTC queda impactado con cada anuncio sin sustento de la MML. No hay señalización a lo largo de la vía, tampoco en los coches; las que he visto en los repetitivos mensajes del alcalde están en inglés, tal como las vi en mi viaje aquel. Tampoco existe un sistema de recaudación ni se tiene claro cuál será el precio del pasaje. Dicen que podría costar tres soles; expertos consultados por este Diario hablan de entre seis y diez soles. Si es esto último, olvídense de que el pasajero frecuente va a poder pagar eso. Tendría que haber un subsidio, como se hace en las capitales del mundo moderno.

Como se ve, entonces, hay mucho por hacer para que este tren sea el que se dice que será este año. Todo lleva a concluir que el señor Rafael López Aliaga quiere aparecer en la foto, o en el scrolling del TikTok, como el que trajo los trenes. Para que esa imagen se repita constantemente en las redes y eso le traiga votos en su muy probable campaña presidencial. Y todo esto, al final, me lleva a 1990, cuando Alan García inauguró un kilómetro de vía del tren eléctrico para que en la foto se le vea como el gran impulsor de una obra que pudo ser útil 26 años después. García recién pudo terminar el primer tramo de esa vía en su segundo gobierno. ¿López Aliaga nos venderá la idea de que, como presidente, culminará su tren? ¿Y si no sale elegido, dejará todo así de caótico? No se sabe nada.

“Nunca me imaginé regresar a mi tiempo de niño. Yo nunca, nunca me expliqué por qué nunca vi un tren.”
Luis Alberto Spinetta, Yo quiero ver un tren (1983).

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