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Opinión

Terrorismo y delincuencia organizada transnacional, por Oscar Vidarte Arévalo

Este debate se complica más, cuando vemos en el Perú intentos por regular actividades criminales como la extorsión y el sicariato bajo la figura de terrorismo urbano, deformando más el concepto.

Oscar Vidarte
Oscar Vidarte

A nivel internacional no existe claridad acerca de lo que se entiende por terrorismo. Si bien hay consenso que se trata de una amenaza global, existen diferencias en cuanto a su definición, de forma tal que, por ejemplo, el llamado “terrorismo de Estado” todavía genera debate, mientras que aún existen varios países que no consideran a Hamas una organización terrorista.

Esta compleja realidad no debería agotar los esfuerzos por lograr tener un concepto aceptado internacionalmente, aspecto fundamental para promover la cooperación en torno a una amenaza común. Sin embargo, esta semana hemos visto como un grupo de países a nivel interamericano, han propuesto considerar al Tren de Aragua como una organización terrorista. Esta propuesta, liderada por Estados Unidos, El Salvador, Argentina, El Salvador y Perú, busca equiparar una organización criminal transnacional con una organización terrorista.

Nadie dice que no se le brinde mayor atención a la delincuencia transnacional, pero de ahí a desnaturalizar el concepto de terrorismo es otro tema. El terrorismo es un fenómeno con un contenido político e ideológico, que no tienen organizaciones como el Tren de Aragua que buscan principalmente beneficios económicos. Hasta la Convención de la ONU contra la Delincuencia Organizada Transnacional (Convención de Palermo) hace una diferencia entre ambas actividades.

Además, este tipo de propuestas legitima comportamientos que podrían violentar la soberanía de los Estados como lo vimos a inicios de siglo con la llamada guerra contra el terrorismo. De ahí que el interés que muestra Estados Unidos, país que ya reconoce a una serie de organizaciones vinculadas al narcotráfico como terroristas, resulta preocupante.

Este debate se complica más, cuando vemos en el Perú intentos por regular actividades criminales como la extorsión y el sicariato bajo la figura de terrorismo urbano, deformando más el concepto. Incluso, este acercamiento esconde la posibilidad de considerar a la protesta que “obstaculiza vías de comunicación o impide el libre tránsito” como un acto de terrorismo.

En un país que tiene como deporte nacional el “terruqueo” -el mismo que seguramente volverá a ser muy popular en el las elecciones del próximo año-, considerar a cualquier cosa como terrorismo no ayuda. Nosotros, que hemos vivido el terrorismo en toda su dimensión, deberíamos ser más consciente de este debate, pero que poco hemos aprendido.

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