
Al Perú lo asustan muchos cucos, pero, de todas esas amenazas, hay dos que son recurrentes por la magnitud que tendrían sus consecuencias si es que acaso llegara el día en que se materialicen. La primera es un gran terremoto en Lima, su capital, del cual, aunque inexorable y de espanto, no me voy a ocupar esta vez. Sí propongo reflexionar sobre la segunda amenaza, que es otro tipo de terremoto, no tan inexorable, pero que a muchos nos despierta un temor que se puede equiparar: una asamblea constituyente.
Ya se siente, ya se escuchan otra vez esos pedidos, esas promesas grandilocuentes que, conforme se acerque el 2026, retumbarán bastante más en nuestros oídos. Claro está que la derecha tiene lo suyo y mucho, no obstante, en esta amenaza concreta, la de una “nueva constitución” a la prepo, como se dice, poniendo la carreta delante de los caballos, la voz del populismo y de la demagogia se escuchará desde la izquierda disfrazada de “revolución”. En el proceso electoral pasado, además de la postulación de Keiko Fujimori, fue la pandemia y su pésima gestión, que nos confrontó de golpe con nuestro paupérrimo sistema de salud pública y visibilizó las diferencias, aquello que llevó a un candidato como Castillo al poder como el desahogo social, la protesta furibunda del Perú más postergado, ese que “no sabe votar”. Pues los dados se tirarán de nuevo.
En este proceso que se viene, que está a la vuelta de la esquina, aquello que alimenta la nueva posibilidad de una protesta en las urnas y, consecuentemente, tal vez una asamblea constituyente, no solo serán las fisuras de siempre o la enésima postulación de Keiko, sino también la insólita, intragable frivolidad de nuestra clase política de pacotilla y sus intereses tan mesquinos. Dicho sea de paso, recordemos que la promesa de “mano dura” para combatir el crimen, también puede venir desde la izquierda. Y la “mano dura” de la izquierda puede disfrazarse de “asamblea constituyente” y no solo frente a la delincuencia, sino frente a todo lo demás.
En el contexto peruano, donde la crisis de representación política es muy profunda y, según las encuestas, los poderes del Estado atraviesan la peor desaprobación de nuestra historia, la demanda de una nueva constitución que aparece cíclicamente, cada vez que empieza un nuevo proceso electoral, adquirirá vigor, bríos. Se seguirá empaquetando, vendiéndose como la panacea para solucionar todos los problemas de corrupción, ineficacia estatal e inequidad socioeconómica y hasta la seguridad ciudadana.
El comportamiento interesado y depredador de las altas autoridades no hace más que echar leña al fuego constituyente. Alimenta la narrativa de que el sistema actual es irreformable desde dentro y que se necesitan medidas drásticas, fortaleciendo así la posición de quienes abogan por este proceso incierto como única salida para una regeneración moral y estructural del país. Es decir, lo mismo que argumentó Fujimori en su momento, (la mayoría de la opinión pública lo respaldó) pero, al revés.
Viajes, joyas carísimas, aumentos de salario, seguros privados de salud incluyendo familiares, mentiras arteras, cinismo criminal, son gasolina para una explosión electoral de una buena parte del país cuyos reclamos, en su momento cumbre, hace poco más de dos años, fueron reprimidos con bala y que no olvida a los 49 muertos a pesar de que por ahora ya no proteste acaso por temor. Sin embargo, tendrá la gran oportunidad, muy pronto, de protestar con su voto, de darnos un doloroso cachetadón. Como en el otro terremoto, el telúrico, la energía que se ha acumulado en algún momento se va a tener que liberar. La energía de la rabia, la frustración y la indignación, se acumula debajo del suelo de un aparente, engañoso conformismo.
El hecho de que autoridades gubernamentales en Perú, como el presidente y los congresistas, incurran en lo que la ciudadanía percibe como un divorcio con ella misma, con sus gobernados, viene cocinando múltiples efectos negativos en la sociedad y el electorado. Estos efectos se vuelven especialmente sensibles en un contexto donde la propuesta de una asamblea constituyente para una nueva constitución es una idea recurrente en campaña. Tanto o más que la “mano dura”. Ya hay varias señales a las que pocos le están prestando atención:
No olvidemos que existen encuestas de Ipsos que señalan una percepción creciente en la opinión pública peruana en el sentido de que Pedro Castillo fue víctima de un "golpe de Estado" por parte del Congreso, y no el autor de uno. La tendencia indica un cambio paulatino en la percepción pública. Un artículo de Diario Jornada del 14 de mayo de 2025, citando una encuesta reciente de Ipsos, señala que "3 de cada 5 peruanos consideran que el 7 de diciembre del 2022 se dio un golpe de Estado contra el presidente constitucional Pedro Castillo.
Esta opinión ha venido creciendo en cada sondeo De manera similar, un artículo de cosas.pe del 3 de mayo de 2025, titulado "Encuesta de IPSOS: peruanos olvidan el autogolpe y victimizan a Pedro Castillo", destaca que "la tendencia indica un cambio paulatino en la percepción pública: crece el porcentaje de quienes lo ven como víctima de una conspiración y no como el artífice de un golpe." La encuesta de Ipsos/SAE de abril de 2025 también muestra que los niveles socioeconómicos C, D y E tienen las cifras más altas respecto a considerar que Pedro Castillo fue "víctima" del Congreso.
Vale decir, las encuestas de Ipsos si bien no afirman que Castillo no cometió un golpe de Estado en términos de los hechos objetivos, sí reflejan una opinión pública creciente que lo percibe como una víctima de un golpe por parte del Congreso. Saca tu línea, elector.

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