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Opinión

Morir en San Juan de Lurigancho y morir en San Isidro: encuentre las diferencias, por René Gastelumendi

El crimen fue tendencia y la policía acordonó la zona de inmediato. Tal cual Tarata con el terrorismo. La misma vaina. San Juan de Lurigancho tiene un policía por cada 700 habitantes y San Isidro tiene un policía por cada 59. Así de crudo.

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En este contexto de estado de emergencia, entrevisté a Jesús Maldonado, alcalde de San Juan de Lurigancho, quien, al analizar la situación de acecho delincuencial que está viviendo particularmente Nueva Lima, lanzó un par de “verdades” que duelen mucho porque apuntan directamente al problema de fondo de nuestro país y hasta de nuestro continente: la inequidad. Nuestra inequidad puede ser tan incómoda y tan lacerante que hasta la tan “democrática” muerte vale más o vale menos, o impacta menos o más, dependiendo del lugar en donde se produce la ejecución o la extorsión previa.

El viernes por la mañana, Jesús Maldonado se quejaba literalmente así: “... Hablamos de una realidad que no podemos ocultar; vale menos la denuncia de una persona humilde que trabaja en un comedor popular, cuya única actividad es prepararles comida a los pobres y que, el día de hoy, está siendo extorsionada. La situación es muy distinta si están extorsionando al gerente de un banco o al empleado de una empresa conocida. Si en San Isidro hubiese la misma cantidad o, proporcionalmente, la misma cantidad de asesinatos, inmediatamente el Estado actuaría de manera distinta. Es más, no solo ocurre con el tema de seguridad, sino en varios otros aspectos. Podemos ver, por ejemplo, cómo se hacen las obras de Sedapal en San Isidro o en la Lima Tradicional, y comparar con cómo se realizan en San Juan de Lurigancho; allá trabajan día y noche y acá las dejan abandonadas durante meses. ¿Qué está pasando, según su experiencia, con la delincuencia, que ahora ataca a los emprendedores, madres de comedores populares, colectiveros, mototaxistas, bodegueros, ambulantes, llenadores de combis, choferes y parqueadores? Le pregunté. Maldonado responde y reflexiona: “Hay una relación directamente proporcional entre la vulnerabilidad y la impunidad. Cuanto más vulnerable seas, más impunidad para el delincuente. Cuanto menos recursos económicos y más pobre seas, el delito que se comete contra ti es más impune; no pasa nada. Ayer mataron a un mototaxista por no pagar extorsiones y nadie sabe su nombre, ya no es noticia. Nadie se ha preocupado por saber exactamente qué pasó. Nada. Si esto sucediera en otra parte de la ciudad, en alguno de los distritos más desarrollados, otro sería el tratamiento”.

Dicho y hecho, por esas extrañas casualidades o, más bien, sincronicidades de la vida, el mismo viernes por la noche asesinaron a un empresario en la avenida Camino Real, en San Isidro. Cerca de las 6 p.m., Fernando Castillo Díaz, un hombre de 56 años, fue asesinado de cuatro balazos dentro de su auto BMW por dos sujetos que, aprovechando el tráfico, se bajaron de la moto y le dispararon. Las redes se encendieron, la Lima Tradicional o la Lima Moderna, aterrorizada. El crimen fue tendencia y la policía acordonó la zona de inmediato. Tal cual Tarata con el terrorismo. La misma vaina. San Juan de Lurigancho tiene un policía por cada 700 habitantes y San Isidro tiene un policía por cada 59. Así de crudo.