Desde hace unos años y por razones familiares, vivo a caballo entre Chile y Bolivia, dos países vecinos en los que tengo amigos entrañables que adoran nuestra cultura, nuestra comida, nuestro pisco sour, nuestro Vargas Llosa, pero que se sienten más perdidos que Adán en el Día de la Madre cuando trato de explicarles cómo funciona nuestro esperpéntico sistema político. No les cabe en la cabeza bajo qué desopilantes parámetros funciona. Mejor dicho, y perdonen el francés, no lo entienden un carajo.
En serio. Les parece imposible que, pese a la tambaleante fragilidad de nuestras instituciones y la impredictibilidad de nuestro futuro, la economía aún no se haya ido al diablo. Y los deja turulatos la arbitrariedad de las definiciones políticas, que ora tilda de caviar a un liberal de derechas o terruquea a quien ose hablar de derechos humanos.
Y no es que ellos tengan democracias pluscuamperfectas. De hecho, los bolivianos viven día a día los remezones de la bronca entre las dos cabezas del partido de Gobierno (el MAS), don Luis Arce, presidente en funciones, y don Evo Morales, el defenestrado expresidente que saliva por volver al poder. Se odian con odio jarocho, pero, por lo menos, cada uno sabe dónde está parado y a nadie se le ocurriría, por ejemplo, que uno de ellos termine aliado con Jeanine Áñez o Luis Fernando Camacho, los rostros más visibles (y presos) de la desdibujada oposición de derecha.
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¿Y qué decir de los chilenos? Si bien tienen instituciones mucho más sólidas y partidos políticos correctamente ubicados en el espectro ideológico, no se andan con chiquitas a la hora de las confrontaciones, tanto que dos asambleas constituyentes de opuesto signo ideológico les parieron dos propuestas constitucionales tan maximalistas que terminaron en la papelera de la historia.
Explicarles lo que pasa en el Perú es la mar de difícil, pero lo intento con paciencia, buen humor y, a veces, alguito de vergüenza. Aquí algunas de sus inquietudes más frecuentes y — muy resumidas— mis tartamudeantes intentos de responderlas sin que, en el camino, me dé una embolia.
Nooo. No es de derecha ni de izquierda ni de adelante ni de atrás. Apenas olió el poder — y el aroma de la impunidad—, la doña que hoy nos gobierna se colocó la cofia, el mandilito y el plumero, y se puso a las órdenes de la dueña de la fachósfera local (Keiko Fujimori), a cuyas órdenes se mantiene hasta hoy, bien acomedida y sumisa.
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Bueh, gobernar es mucho decir, pero tiene el muy condicionado apoyo de todas las fuerzas del Congreso que la mantienen mientras les sea útil. A cambio, le exigen sometimiento total y dádivas de todo tipo, desde presupuestos faraónicos, gollerías mil y una anuencia total a las cada vez más nocivas leyes que perpetran.
Naaa. Lo único de izquierda que tienen es que su líder se jura fan del castrismo porque alguna vez veraneó en Varadero. Por lo demás, andan de la manito, no con la derecha del Congreso (que casi no existe), sino con la ultra-ultra-ultraderecha, con la que coinciden en su desprecio por las libertades, las minorías sexuales, las conquistas del feminismo y los derechos humanos. En suma, son la misma chola con diferente fustán.
Nopo. Aquí, caviar es cualquiera que hable de justicia, derechos humanos o libertad de expresión. ¿Un ejemplo? Pedro Pablo Kuczynski, cuyo plan económico se parecía al de Keiko Fujimori como una gota de agua a otra, ¡era un caviar! ¿Y quién lo decía? Pues la derecha bruta y achorada, una banda de ultraderechistas que, si pudieran, erradicarían la palabra “democracia” del diccionario.
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La verdad es que, salvo unos cuantos despistados exsenderistas que “chalequean” al narcotráfico en el Vraem, el terrorismo fue derrotado no por, sino durante el gobierno de Alberto Fujimori (lo derrotaron el GEIN, las rondas campesinas y la sociedad civil), así que no hay ninguna posibilidad de que regrese. El terruqueo indiscriminado es un recurso de la DBA para satanizar a sus enemigos. Casi siempre sin éxito.
Ni hablar. Ella es solo la señora que les hace la cama a los verdaderos dictadores (en el sentido guatemalteco del término), que son la mafia que gobierna realmente y que trabaja incansablemente por copar todas las instituciones, a tal punto que tiene, como mascotas, al Tribunal Constitucional, la Defensoría del Pueblo y, prontito prontito, todos los organismos electorales.
Simple: todos los que podrían sacarla (las fuerzas del Congreso) tienen un rabo de paja que le da tres vueltas a la plaza del Congreso. Además, por ahora les es funcional. Cuando se vayan acercando las elecciones, que están “amarrando” con todas las trapacerías imaginables, se desharán de ella para no cargar con el pasivo que hoy representa.
Pero donde la paciencia se me acaba es cuando me preguntan si Fujimori fue indultado porque se está muriendo. ¿Cómo explicarles que es el moribundo más sano de la historia? ¿Y cómo hacerles entender que su hija, cuando tenía mayoría en el Congreso, se opuso a ese indulto y persiguió con saña al hermano que lo consiguió? ¿O qué lo mueve hoy a mendigar un sueldo de expresidente cuando él mismo dio una ley que lo impedía? En fin. Son cosas que solo pasan en este país desopilante. Por eso, somos únicos.