En temas económicos, la última semana fue marcada por el informe sobre la pobreza en el Perú en el 2023, presentado por el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI). Lo único sorprendente del informe fue que aparentemente se intentó retrasar su publicación (lo cual nos hubiera hecho retroceder algunas décadas en la credibilidad de la información oficial), pues los resultados de aumento de la pobreza no debieron haber sorprendido a nadie que estuviese medianamente informado sobre los acontecimientos económicos del año pasado.
Considerando el efecto de las protestas apoyadas por la izquierda y por oVtros que reclamaban el regreso de Pedro Castillo, el efecto del ciclón Yaku sobre la agricultura y la pesca y, más importante aún, el efecto de largo plazo de la administración de Castillo sobre la inversión y el empleo, era casi imposible que la pobreza no aumentara.
Sin embargo, hay una cosa que llama mucho la atención al observar los resultados que tienen la divulgación de informes sobre la pobreza u otra cifra relevante de la economía, sea esta el empleo, la inflación, el producto, la inversión, etc. La gran mayoría de la información económica que se publica es sobre periodos pasados (en este caso, el promedio de la pobreza trimestral del año pasado) y rara vez se hace hincapié en esta característica fundamental: es sobre el pasado. Lo mismo se aplica en diferentes grados a las variables de empleo (publicado sobre la cifra de hace aproximadamente tres meses), exportaciones e importaciones (aproximadamente tres meses atrasada), u otras variables anuales que generalmente se publican al año siguiente con cinco a seis meses de atraso. Por supuesto que, en general, la información se publica tan pronto es posible y no se trata de criticar la disponibilidad de la información (que en general es buena) sino la reacción ante la misma. Se asume automáticamente que la información es sobre el periodo en curso, no importa que se indique claramente que es sobre el pasado.
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La información sobre cifras económicas siempre será “atrasada”, lo cual no quiere decir que esta no nos debiera importar (¡importa y mucho!) sino que, usualmente si se quiere usar esta información pasada para proyectar hacia el futuro, se debe poder interpretar como una indicación de tendencia. Hasta la inflación, que se publica inmediatamente después de concluido el mes, se mide generalmente año contra año, lo cual puede esconder cambios fuertes de tendencia a lo largo de los últimos doce meses. Por ejemplo, podría haber una alta inflación en los primeros seis meses, pero después un cambio de tendencia y hasta una pequeña caída de precios en los últimos meses, pero la inflación total podría seguir siendo positiva. Lo importante es que la información sea interpretada correctamente, o por lo menos lo más correctamente posible.
A la misma vez que debemos tener cuidado con usar el pasado para proyectar el futuro, debemos ser conscientes que parte importante del futuro ha sido ya decidido en el pasado. Muchas decisiones económicas sobre el futuro se han tomado o se están tomando en función de decisiones de política económica tomadas en el pasado. Es más, basta con que se anticipe cierto comportamiento de estas políticas para que se ajuste la conducta del mercado.
Como he sostenido antes en esta columna, las decisiones sobre política económica tienen efectos de largo plazo. Por ello es, y era, absurdo pretender que la política y la economía iban por “cuerdas separadas”, sin afectarse mayormente.
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Las decisiones que se toman hoy tienen efecto sobre todo el periodo de vigencia de la decisión. Como regla general, es aquello que tiene efectos más permanentes lo que más se afecta. Por ejemplo, si un inversionista tiene que decidir sobre un proyecto minero que tomará tres o cuatro años para empezar a producir (después de algunos años de hacer la exploración) y comenzar a obtener un retorno a lo largo de veinte años, es obvio que buscará un país con suficiente estabilidad para poder hacerlo. Para quien, en cambio, tenga que decidir si compra hoy fruta en el mercado mayorista para después venderla a precios minorista, existe menor incertidumbre porque su decisión es de corto plazo y puede ser cambiada al día siguiente. Ambos se verían afectados por una determinada política, pero uno tendría grandes efectos sobre el largo plazo y el otro mucho menos.
La lección, entonces, es que lo que hagamos hoy tendrá no solo consecuencias hoy sino incluso en el largo plazo. Por ello, decimos que aún estamos pagando el precio del increíblemente incompetente y deshonesto gobierno de Pedro Castillo (Dina Boluarte, su vicepresidenta, es producto de esa elección). El solo hecho de que el Perú pudiera elegir como presidente a un candidato tan malo cambió fuertemente la percepción del Perú como lugar atractivo para los inversionistas, sean nacionales como extranjeros. Si diez años atrás alguien hubiera dicho lo que le esperaba al Perú en los siguientes diez años, nadie le habría creído.
A pesar de esta dificultad en evaluar los resultados de las decisiones de hoy, podemos usar al pasado como guía. La estadística económica del Perú nos ofrece, eso sí, una gran ventaja: podemos ver la película casi completa de las decisiones que se tomaron en las últimas décadas, y sus consecuencias. Queda claro en qué nos equivocamos y en qué no.
La salida de Castillo por golpista fracasado ha sido un alivio, pero la incertidumbre sobre el futuro sigue siendo mayúscula. Por eso, como dijo Gianfranco Castagnola, lo que más nos ha robado Pedro Castillo es el futuro. Es una responsabilidad de los peruanos de hoy el reconstruir esa esperanza del futuro, nadie más puede hacerlo. Todos queremos ver al país en franca mejoría, reduciendo la pobreza y la pobreza extrema.
Pero para que la pobreza se pueda reducir permanentemente tiene que haber más y mejor empleo. Para que haya más y mejor empleo tiene que haber más inversión. Para que haya más inversión debe haber perspectivas de mayor consumo e inversión, es decir, de crecimiento.
Eto lo logró el Perú: redujo la pobreza en un fantástico 39% en quince años, entre 2004 y 2019, haciendo de la clase media la mayoritaria por primera vez en la historia del Perú. Si algo nos ha enseñado la historia es que es posible lograr esto en un contexto democrático, pero no es fácil. Se requiere seriedad y disciplina, de parte del electorado y de sus representantes elegidos. El electorado se queja tanto sobre el ejecutivo como del legislativo, pero ambos han sido producto directo de su elección.
Queremos que, en el futuro, cuando vean la película de la historia económica del Perú, esta cuente nuevamente una historia de un país que sabe superarse a sí mismo cuando apuesta por las libertades económicas y la inversión. Esa es la película que debemos reeditar.
De La Oroya. Economista y profesor de la Universidad del Pacífico y Doctor en Finanzas de la Escuela de Wharton de la U. de Pennsylvania. Pdte. del Instituto Peruano de Economía, Director de la Maestría en Finanzas de la U. del Pacífico. Ha sido economista-jefe para AL de Merrill Lynch y dir. gte gral. ML-Perú. Se desempeñó como investigador GRADE.