Escribir sobre política peruana en estos días es estar confinado a varias situaciones recurrentes hasta el hartazgo. Quizás la recurrencia más frecuente es el destape de la inconducta de un político con mucho o cierto poder. Es un proceso en el que intervienen la justicia, los medios y los políticos rivales, como chefs trinchando un mismo chancho.
La otra situación recurrente es el espectáculo de cómo se defiende el sorprendido, o acusado, o destapado. Son formas maduras y harto conocidas de la negación (“no hay pruebas”). Al frente figuran colaboradores eficaces, siempre medio asolapados, que dan opiniones pero no suelen presentar pruebas, y menos documentos.
Luego están las leyes aprobadas sin consideración por una opinión pública muy contraria, en las cuales es patente el provecho que buscan grupos influyentes de dentro y fuera del Congreso. Esto se está dando prácticamente todas las semanas, con dolosa precipitación e incluso con nocturnidad. Votan sujetos sin real rostro político, solo carteras.
Atrozmente repetidos también los actos criminales que la policía no puede controlar. Se dice que es porque se trata de cosas como asesinatos entre los propios hampones. Pero esto es indicio de que en el Perú los hampones están fuera de control, todos los días. La TV tiene programas enteros dedicados a esto, y suponemos que pronto canales enteros.
Súmese a todo esto la ruleta de los nombres. Acusadores y acusados; funcionarios encargados de mover esos papeles; súbitos especialistas en el tema; abogados generalmente de medio pelo cultural; testigos de cargo y testigos desmentidores; todo dando vueltas en ruletas simultáneas, por lo general insoportablemente tinterillescas.
Aunque quizás la peor situación recurrente, o más bien permanente, es la indolencia de la población, es decir la falta de reacción a daños cotidianamente recibidos por acción de maleantes de toda condición. Los familiares del transeúnte muerto en la vía pública son un cuadro horripilante que se niega a dejar las pantallas.
Lo mismo sucede con asesinados por traficantes de terrenos, extorsionadores hormiga, víctimas de empresas de bus truchas, y ahora asaltantes de minas remotas. La lista es casi interminable. Alguien dirá que todo esto ya no es política, pero sí lo es. Pues en el mundo del delito, como se decía antes, toda taza tiene su asa.