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Opinión

¿Ya podemos hablar de imperialismo?, por Cecilia Méndez

"Mientras los judíos en la Alemania nazi eran arrancados de sus hogares para ser exterminados en los campos de concentración después de múltiples vejámenes, los palestinos mueren bombardeados en sus propias casas...”.

larepublica.pe
MÉNDEZ

“El genocidio es un proceso que empieza con la deshumanización del otro”

— Francesca Albanese

La humanidad viene siendo testigo de un genocidio en tiempo real, gracias a la tecnología de nuestros teléfonos celulares. La campaña de exterminio y limpieza étnica que Israel ha desatado contra los palestinos ha superado el genocidio nazi de los judíos en tres sentidos aterradores. Primero, mientras este se llevó a cabo en campos de concentración, a puerta cerrada, y sus horrores se fueron conociendo progresivamente, por lo que no podía existir una respuesta inmediata, Israel se jacta abiertamente de su exterminio de palestinos. Luego de que Netanyahu y sus ministros anunciaran públicamente su intención genocida al decir que dejarían sin comida, agua, electricidad y medicinas a quienes se refirieron como “animales humanos”, en respuesta a los mortíferos ataques de Hamás del 7 de octubre, procedieron tal cual.  En los primeros meses, el  40% de los explosivos que arrojaron sobre Gaza fueron “bombas ciegas”, destinadas a causar el mayor daño posible. Sus programas de inteligencia artificial dan licencia para matar a 300 civiles como “daño colateral”, por cada  “jefe importante” de la resistencia armada, como ha revelado recientemente el periodista israelí Yuval Abraham. El toque  macabro lo da un programa  denominado ‘Where’s Daddy?’ (¿Dónde está papá?), diseñado para matar a hombres en el momento de entrar en su casas. De ese modo fueron ultimados incontables periodistas,  profesores, personal médico y familias enteras. Por su parte, los soldados israelíes se vanaglorian de las torturas y humillaciones infligidas a sus víctimas y prisioneros, exhibiéndolas  en las redes  sociales, convencidos de su impunidad.

 Lo segundo es que Israel está asesinando deliberadamente a niños —uno cada 15 minutos—  y ya van 14.000 de un total de más de 33.000 palestinos asesinados; es decir, el  40% , sin contar los miles que yacen bajo los escombros de sus casas bombardeadas. Se calcula en más de 1.000 el  número de niños amputados, muchas veces sin anestesia, la cifra más alta en una guerra, mientras otros tantos han empezado a morir de hambruna. 

La tercera diferencia es la destrucción sin precedentes de edificios residenciales y la infraestructura urbana de Gaza.  Mientras los judíos en la Alemania nazi eran arrancados de sus hogares para ser exterminados en los campos de concentración después de múltiples vejámenes,  los palestinos mueren bombardeados en sus propias casas, mientras comen o duermen, y hasta  ha surgido un neologismo  para este crimen: el domicidio. Añádase a ello la destrucción deliberada de tierras agrícolas, servicios de agua y desagüe, electricidad y energía, hospitales, escuelas y universidades. Como para que no quepa duda de que el mensaje es hacer de Gaza un lugar inhabitable, sin educación ni futuro. Un lugar donde ni los muertos están a salvo, pues hasta los cementerios han sido bombardeados por Israel.

* * *

Desde el 7 de octubre, todo ha cambiado para mí:  los periódicos que leo, los pódcast que escucho, los libros que busco, los programas y diarios que espontáneamente voy dejando de seguir.  Con el New York Times he revivido lo que sentí cuando este diario cubría la invasión de Estados Unidos en Irak en 2003. Su apoyo incondicional a la decisión del gobierno de George H. W. Bush a invadir aquel país, no obstante la ausencia de pruebas sobre su supuesta posesión de “armas de destrucción masiva” con la que la justificó, contra la opinión mayoritaria de estadounidenses, me llevaron a suspender temporalmente mi suscripción. Hoy, este mismo medio blanquea sistemáticamente la desinformación que emana del Gobierno de Netanyahu, como bien lo han demostrado las investigaciones de The Intercept. La verdad es un principio dudoso para este y otros importantes medios  estadounidenses  cuando se trata de Israel.  El autor palestino Mouin Rabbani  dio en el clavo al referirse al NY Times como  “la Pravda estadounidense” en una reciente y brillante entrevista.

Y es que la misma prensa liberal estadounidense que defendió la democracia ante la amenaza de Trump hoy exculpa el fascismo de Netanyahu, con quien Biden — después de más de 33.000 muertos, incontables atrocidades y una Gaza en ruinas y sumida en la hambruna—  tiene lazos de lealtad que bordean lo irracional. Para ello, cuenta con el apoyo de más de 300 congresistas que están dispuestos a dejar pasar un genocidio con tal de seguir aceitando sus chequeras con dinero del AIPAC, el poderoso lobby israelí que financia sus reelecciones. Si el proclamado deseo de Biden para que mejore la situación humanitaria en Gaza fuera sincero, le hubiera puesto un límite real, no retórico, a Netanyahu.  Un embargo de armas bastaría para poner fin al genocidio, siendo EEUU el principal proveedor de ellas a Israel, además de su primer financista. Pero su flujo no cesa, para no hablar del blindaje sistemático de EEUU a Israel en el Consejo de Seguridad de la ONU, contra la voluntad de la abrumadora mayoría de países del mundo y de una intensa movilización ciudadana a nivel global por el cese al fuego.

Otra cosa que ha cambiado para mí es la manera en que enseñaré la historia. El racismo científico, que se instaló entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX y terminó justificando el exterminio de judíos y otras minorías en Europa, no es solo pasado. Pero, en tanto la mayoría de judíos lograron mimetizarse con los blancos en Europa y EEUU y asumir posiciones de poder, es imperativo, a la luz del genocidio palestino, volcar la mirada a otros genocidios de  la humanidad olvidada. Por ejemplo, el perpetrado por Alemania en lo que hoy es Namibia, África, donde entre 1904 y 1908 los alemanes mataron a unos 100.000  herero y nama, tomaron sus tierras y se dedicaron a extraer diamantes  ¿Si esto no es colonialismo,  racismo, expansión capitalista —como ya había advertido ya Hannah Arendt — cómo llamarlo?

¿Y cómo explicar, si no es en similares términos, la amplia cobertura que tuvo la imperdonable matanza de siete trabajadores humanitarios del World Central Kitchen por misiles israelíes, frente a la nula cobertura que tuvieron los  asesinatos de 190 trabajadores humanitarios por Israel, la mayoría palestinos, desde el 7 de octubre, 176 de los cuales trabajaban para las propias Naciones Unidas?

¿Por qué seguir  evitando los términos que precisamente describen el poder omnímodo y la violencia  ejercidos por un país con cerca de  800 bases militares en el mundo? ¿No es ya tiempo de redimensionar en el Perú el término  “imperialismo”, rescatarlo de su abuso por una izquierda dogmática y anquilosada y una centro-derecha que lo sigue estigmatizando por eso?

¿Por qué recurrir a contorsiones del lenguaje  para evitar decir genocidio cuando lo estamos viendo en las pantallas de nuestros celulares, filmado por sus propias víctimas, incluidos más de cien periodistas palestinos asesinados por Israel desde el 7 de octubre, y sobre los que sus  colegas en el mundo no son capaces de condolerse públicamente?

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