René Gastelumendi. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.
El pasado 24 de diciembre, el Congreso de la República aprobó la Ley Nº 32535, presentada como un marco para la "Igualdad de Oportunidades entre Mujeres y Hombres". Bajo una narrativa de "objetividad biológica", esta norma deroga el enfoque de género para instaurar lo que, desde una perspectiva estrictamente científica y técnica, solo puede definirse como una ideología de los genitales: un reduccionismo anatómico que sabotea el Bien Común.
Quienes impulsan esta ley sostienen que están eliminando "subjetividades" o “ideologías” para volver a la "verdad biológica". Sin embargo, un análisis riguroso demuestra que la ley no se basa en la biología integral, sino en una visión fragmentada que ignora la evidencia científica moderna, compromete la gestión pública y traiciona los principios de dignidad humana que nuestra sociedad dice defender.
Partamos de La falacia de la "Biología Objetiva". El primer error técnico de esta ley es confundir anatomía superficial con biología sistémica. Mientras la anatomía es descriptiva y se limita a observar la forma de los órganos, la biología es funcional y profunda. Al reducir la identidad del ciudadano a una inspección genital al nacer, el Estado peruano está adoptando una visión científica obsoleta del siglo XIX.
Llamar "subjetividad" al género es un error de categoría. El órgano rector de la identidad humana es el cerebro. La neurobiología contemporánea ha identificado lo que llamamos la "huella neuronal" de la identidad. Investigaciones de vanguardia (v.g., Zhou et al. y Kruijver et al.) han demostrado que estructuras como el núcleo lecho de la estría terminal (BSTc) presentan un volumen y densidad celular que se corresponden con la identidad de género del individuo, independientemente de su sexo cromosómico. El cerebro posee una estructura biológica que puede no coincidir con la anatomía externa. Negar estos hallazgos no es defender la ciencia; es ejercer un oscurantismo que desprecia el funcionamiento del sistema nervioso central, el órgano que realmente nos define como seres humanos.
En segundo término, la ley incurre en una ignorancia de la realidad estadística. Desde la gestión pública, una ley es eficaz solo si reconoce la realidad de su población. La ley aprobada asume un binarismo genital absoluto, ignorando que el 1.7% de la población nace con rasgos intersexuales (Anne Fausto-Sterling, Brown University). Hablamos de miles de peruanos cuyos cuerpos poseen variaciones cromosómicas (XXY, X0) o insensibilidades hormonales que no encajan en las cajas rígidas de esta ley. El peligro de marginar a ese 1.7% de la población es solo la punta del iceberg; es el inicio de un efecto dominó que desprotege a toda la ciudadanía. Al entronizar el reduccionismo anatómico, el Estado peruano se vuelve ciego ante la realidad de la población LGTBIQ+, tratándola como una "subjetividad" inexistente para la ley y despojándola de protecciones contra la discriminación y crímenes de odio. Más grave aún es el retroceso para la propia mujer: al borrar el género, se la reduce a su función biológica, ignorando las barreras sociales, laborales y culturales que limitan su desarrollo. Una ley que solo mira gónadas es una ley que no ve personas; es una administración pública que renuncia a entender por qué se discrimina y, trágicamente, por qué se mata. El impacto de esta ceguera estatal en las políticas públicas será profundo y costoso para el tejido social: la medicina moderna enseña que el género es un determinante social de la salud. Sin esta categoría, el Estado pierde la capacidad de recolectar datos sobre por qué las mujeres sufren desigualdades en el acceso a servicios, a trabajos, embarazos adolescentes, violaciones, violencia en general o por qué el estrés de minorías no binarias eleva los índices de suicidio. Sin datos de género, no hay prevención eficiente. La violencia contra la mujer es un fenómeno estructural. Al desmantelar el enfoque de género en los Centros de Emergencia Mujer (CEM), se deja de analizar la raíz del feminicidio.
En tercer lugar, no se trata de cambiar el tratamiento porque el actual fracasó. Los detractores del enfoque de género argumentan que, tras años de vigencia, las cifras de violencia no han descendido y que, por ende, es necesario "cambiar el tratamiento". Es un argumento falaz que confunde el diagnóstico con la gestión.
El aumento de denuncias es el reflejo de un Estado que finalmente empezó a visibilizar la magnitud real del problema; decir que la ley no sirve porque las cifras son altas es como decir que un termómetro no sirve porque marca que el paciente tiene fiebre. El fracaso de las últimas décadas no reside en el diagnóstico científico —el enfoque de género—, sino en la negligencia de su implementación: presupuestos deficitarios, comisarías sin recursos y un Estado que solo reacciona ante el cadáver.
La solución que hoy propone el Congreso no es un tratamiento alternativo; es una ceguera voluntaria. No se cambia de médico cuando el problema es que el hospital nunca compró las medicinas. Al eliminar el género, el Congreso le quita los ojos al Estado: si no entendemos que el agresor golpea porque cree que la mujer es su propiedad (un constructo social de poder), no podremos aplicar prevención alguna. Pretender curar la violencia ignorando su raíz cultural es como intentar detener una epidemia atacando los laboratorios.
Finalmente, es imperativo señalar la contradicción de quienes se arrogan principios cristianos para defender esta exclusión. El cristianismo eleva la dignidad de la persona como una unidad sagrada de alma, mente y cuerpo; reducir a un hijo de Dios a sus gónadas es una visión materialista y reduccionista, propia de un determinismo biológico que desprecia la integridad del ser.
El propio Jesús, en Mateo 19:12, reconoció explícitamente que existen personas que "nacen así" del vientre de su madre, fuera del binarismo reproductivo convencional, dándoles un lugar de honor en su mensaje. La verdadera fe se basa en la acogida al vulnerable y en el reconocimiento de la esencia del prójimo sobre la letra fría de la ley. Utilizar el poder del Estado para crear jerarquías basadas en la conformidad anatómica no es defender la familia, es traicionar la caridad cristiana que prioriza a la persona sobre el dogma biológico.
Resumiendo, la ideología de los genitales es un error de cálculo científico y de empatía humana. Un Estado moderno no puede legislar con una "biología de juguete". Mientras la huella neuronal nos demuestra que la identidad es una realidad biológica profunda, el enfoque de género nos explica por qué esa identidad es atacada. Al reducir la vida a un choque entre "cuerpos biológicos", el Congreso renuncia a entender tanto el cerebro como la cultura, abdicando de su deber primordial: la protección integral de todos los peruanos.

René Gastelumendi. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.