Las primeras fronteras latinoamericanas estuvieron definidas por las distancias. Con los siglos el avance en la tecnología del transporte las fue acercando entre sí, convirtiendo a muchas de ellas en algo que debía imponerse por la fuerza. Luego vino el derecho internacional a establecer realidades que parecían inamovibles.
Todo este avance ha comenzado a flaquear. Primero por las políticas de libre comercio, que quitaron mucha importancia a las aduanas. Luego por las oleadas migratorias, que han venido arrasando con los puestos fronterizos entre muchos países. Ahora último por los impulsos de un presidencialismo cada vez más personalista.
En las zonas más celosas de sus fronteras, como el Medio Oriente, lo que divide a las naciones es sobre todo la religión, la etnia, o el acceso al petróleo. Todo eso es reforzado por ejércitos, milicias, guardias, y otras formas de violencia. De esos celos nacen identidades, algunas de ellas centenarias.
En América Latina la argamasa de las fronteras nacionales ha venido siendo la tradición, sobre todo dentro del marco bicentenario, pero no solo allí. Tradiciones cuajadas en acuerdos firmados, que a su vez se traducen en derechos de las personas y las naciones. Por eso ha indignado tanto el exabrupto del ecuatoriano Noboa contra el asilo.
Una nota de Ariel Dorfman en El País explora el cruce entre el respeto al derecho de asilo y la seguridad personal en la política. Uno de sus ejemplos es sobrecogedor: si Augusto Pinochet hubiera pensado como Noboa, las embajadas en Chile 1973 hubieran sido un escenario adicional de masacre. Su vida misma estuvo en juego entonces.
Digamos, pues, que sin asilo y sin fronteras, no puede haber oposición en los sistemas políticos de la región. Puede constatarse en algunos países de Centroamérica. Se ha vuelto norma que un asilo firme tenga que venir reforzado por grandes dosis de apoyo internacional, y aun así. Para el señor presidente no hay fronteras, y para sus víctimas tampoco.
En este contexto —aduanas debilitadas, migración desbocada, protecciones suspendidas o ignoradas de plano— las fronteras están amenazadas, y puede llegar el momento en que solo podrán ser sostenidas por la fuerza. El conflicto México-Ecuador sería otra cosa si no hubiera tantas horas de vuelo entre los dos países. Vuelve la distancia.