Ha sido una semana de atención, internacional incluso, al oro sobre muñecas políticas. Sin duda un tema de relumbrón, pero poca cosa si lo comparamos con el que fluye por las venas abiertas de la economía peruana. Nos referimos al oro ilegal de todo tipo. El que sale del país disfrazado de piezas artesanales o el que es exportado a Bolivia para equilibrar su economía.
¿Cuántos de los votos que aprobaron al gabinete Rolex hace un par de días representan intereses mineros ilegales? Nadie puede dar la cifra de esa transbancada, pero ella existe. Recientes leyes contra la formalización lo dan a entender con elocuencia. Investigar las compras u obsequios de chancacones suizos en los círculos políticos emergentes solo puede producir una sonrisa.
Se dice que el negocio de las dragas amazónicas y otras minas ilegales hace ya buen tiempo que ha superado los volúmenes comerciales del narcotráfico, y en algunas otras localidades está superando su capacidad de violencia, como en el distrito minero de Pataz. En algunos casos, el Estado ha podido bloquear la actividad, como en Madre de Dios hace unos años, pero los ilegales se han recuperado, desplazado, fortalecido.
El oro ilegal fortalece al crimen organizado en todos sus aspectos y avanza en la destrucción de la Amazonía. Las dos cosas vienen juntas, y los Estados de la región enfrentan esa dupla con diversos grados de convicción. Frente a esa dupla y sus efectos, la circulación del oro ilegal mismo se vuelve un asunto secundario.
En primer plano están la mencionada destrucción de la Amazonía, el fortalecimiento de lo criminal y el debilitamiento de la minería establecida, presente o futura, de todo tamaño. La forma en que vuelven a darse atrocidades en Pataz muestra la capacidad de resistencia de los cuadros delincuenciales de la ilegalidad.
Quizás Dina Boluarte contrapesaría en algo su imagen ajada por la joyería si muestra alguna forma de interés particular en el tema que aquí estamos tratando. Esto significa aplicarse a la defensa de su ministro Minem, Rómulo Mucho, al que los enemigos de la minería establecida tienen en la mira, con ánimo de censurarlo.
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Quizás este columnista no es el más calificado para decirlo, pero la minería ilegal del oro merece mucha más atención que los Rolex.