“No quieren que nosotros hablemos lo que está escrito en esta Constitución”, Aída Aroni. Marzo, 2023.
Aída Aroni está enferma y necesita ayuda. ¿Quién es Aída Aroni? Si asististe o estuviste al tanto de las protestas contra el Gobierno de Dina Boluarte hace un año en Lima no puedes no haberla visto. En foto, al menos, porque es inconfundible. Aída Aroni es la mujer ayacuchana y quechuahablante de 53 años que asistía a las marchas en primera fila, vestida con polleras y sombrero huancapinos (de Huancapi, su pueblo) con una bandera peruana que hacía ondear muy cerca de los policías, increpándoles que no dispararan a la gente. Sus fotos ondeando su bandera frente a ejércitos de policías armados recorrieron el mundo y se convirtieron en memes simbolizando a las mujeres como ella que, sorteando insultos racistas o misóginos, maltrato físico y terruqueo, nunca se rindieron en su reclamo de justicia.
Una vez, mientras Aída increpaba a unos policías, pasaron unos jóvenes y les dijeron mirando con el rabo del ojo a Aída Aroni: “Métele bala, hueón”. Pero Aída no se amilanó por eso, incluso cuando, poco después, fue detenida si explicaciones por exigir la renuncia de Boluarte y “pedir piedad” a los policías. Allí prosigue, le arrancharon su bandera, le “pegaron en la espalda” y le “jalaron todo el pelo”, según declaró a La República (9-2-2023). Aída fue retenida en el calabozo de una comisaría por 48 horas, pero salió con la voluntad inquebrantada: “Yo no lucho con palo, yo no lucho con piedras. No me importa que me discriminen, que me digan chola, serrana, india, lo que sea; yo me siento orgullosa. Yo lucho por mi país”, declaró al mismo medio. Su valor inspiró a más que fotoperiodistas. La historiadora Marissa Bazán le dedicó un poema.
Entre enero y marzo del año pasado miles de peruanas y peruanos como Aída Aroni llegaron a Lima desde diversos lugares del Perú para hacer oír su voz después de haber marchado en las capitales de sus provincias y departamentos sin éxito. Llegaron en caravanas de buses o camiones, sorteando insultos y maltratos en los controles de carreteras, pero también recibiendo aliento, agua, víveres y muestras de solidaridad a lo largo del camino. Los peruanos más pobres de las zonas rurales, los que habían apostado mayoritariamente por Pedro Castillo con la esperanza de un cambio no se resignarían así nomás. Llevaban demasiado tiempo esperando.
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Primero protestaban por la traición de Dina, la vicepresidenta de Castillo, una mujer mendaz y sin escrúpulos. Luego de haber declarado con falaz emoción que si a Castillo lo vacaban ella se iría con él, fue ungida presidenta por el mismo Congreso que ayer nomás le decía terrorista y buscaba destituirla. Hasta que se dieron cuenta que le salía más a cuenta utilizarla para quedarse en el poder. No fue difícil convencerla de no llamar a elecciones tras la caída de Castillo, a quien estaban a punto de destituir cuando él se autoinmoló con su conato de golpe. Dina pensó en los banquetes, los Rolex, la ropa fina y viajes por el mundo… Era irresistible. Accedió.
Pero no había pasado una semana desde que se puso la banda presidencial cuando la sangre de campesinos empezó a correr. Los primeros asesinados con su inacción o consentimiento fueron adolescentes de Andahuaylas, su propia tierra. Luego vinieron los de Ayacucho, Juliaca, Macusani, Pichanaki, Arequipa, Cuzco, Lima, La Libertad, todo negado con cinismo por ella y su ministro y arquitecto de la brutal represión, Otárola. Fue así que Dina traidora devino en Dina asesina. A las consignas de “nuevas elecciones”, “renuncia, Dina” y “nueva Constitución”, se sumaron las de justicia para a los muertos y heridos, el derecho a la vida.
En Lima los manifestantes fueron invisibilizados y terruqueados por autoridades, medios y políticos. El alcalde de Lima les cerró las plazas; la policía les cerró las calles, los golpeó tan brutalmente que uno de ellos, Manuel Quilla, murió, víctima de las torturas, cuando regresó a Puno. Fue el muerto número 50 de Dina. Muchos vimos, además, en videos, cómo un policía disparaba directamente a la cabeza a Víctor Santisteban Yacsavilca, que caminaba con la multitud, desarmado, matándolo. Pero en el discurso oficial y mediático, los manifestantes eran delincuentes terroristas, narcotraficantes, “ponchos rojos”. Boluarte llegó a decir: “Se mataron entre ellos”. Un ministro dijo que las mujeres aimaras eran “peor que animales”.
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Aroni vivió y sufrió todo eso, pero fue mucho más que una víctima. A mediados de marzo participó en un conversatorio de mujeres lideresas organizado al calor de las protestas, en Lima, transmitido por Facebook. Sin desprenderse de su bandera, pero esta vez con la Constitución en la otra mano, Aroni reveló no tener primaria completa, pero dijo sentirse “contenta y feliz porque tengo mi cerebro”. Sobre los congresistas dijo: “No quieren que nosotros hablemos lo que está escrito en esta Constitución”. “Basta”, acotó, “yo también tengo hambre, yo también tengo derecho, yo también soy el Estado. Somos el Estado. No solamente 130 congresistas son el Estado”.
Aída Aroni era consciente de que la Constitución podía proteger sus derechos, pero no todos, y se encontraba entre el grupo mayoritario de peruanos que exigía una nueva Constitución, en la que mujeres como ella se vieran representadas. No iba a contentarse con “pedir obras” ni recibir caramelos, como hubiera deseado Boluarte. Para Aroni, una ciudadanía plena no podía existir sin el derecho de todas y todos a hacer política.
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A miles de kilómetros del Perú, a orillas del Mediterráneo, en Gaza, vive Bisan Owda, una periodista palestina de 24 años con más de 4 millones de seguidores en Instagram. A diferencia de Aída, Bisan ha leído muchos libros. Pero a semejanza de ella, vive con su ciudadanía recortada por ser indígena en un el régimen de apartheid impuesto por el ejército de ocupación de Israel, que ahora conduce un genocidio de palestinos.
No tengo espacio para explayarme en por qué es legítimo decir que los palestinos son indígenas, pero así los llaman los libros que empecé a leer después del 7 de Octubre para salir de mi ignorancia sobre su historia. Muchas de mis colegas palestinas y palestinos en la Universidad de California sienten la misma identificación debido a historias paralelas de despojo de tierras y exterminación.
En sus últimas transmisiones, Bisan ha empezado a contar la historia antigua de Palestina alrededor de una fogata en el campamento donde se haya refugiada. Israel ha destruido todas las universidades, museos y archivos de Gaza. Bisan parece querer compensar la destrucción de la memoria material de su pueblo con la memoria del relato. El mensaje es de pertenencia e identidad, pero también de justicia. Porque sin memoria no hay justicia.
Por eso he querido recordar hoy a Aída Aroni y a otros peruanos que luchan por sus derechos, que son los nuestros, aun a costa de sus vidas. Le deseo una pronta recuperación.