Rebagliati revela que Cueva no se operó ligamentos

Una catástrofe moral, por Cecilia Méndez

"EEUU sigue enviando armas a Israel y Biden sigue rehusándose a pedir el cese al fuego, siendo el único país que, como su principal proveedor de armas, podría parar el genocidio".

He perdido la cuenta de los días que despierto esperando leer a noticia de que, esta vez sí, alguien entró en razón. Anhelando encontrar un signo de que el bombardeo y las masacres indiscriminadas de infantes, niños, hombres y mujeres,  jóvenes y ancianos y la destrucción de sus viviendas, escuelas, universidades, templos, panaderías, hospitales, ambulancias, bibliotecas, museos,  zoológicos y hasta cementerios en Gaza, vaya a detenerse pronto. Que se terminen de una vez las ejecuciones cotidianas a sangre fría de médicos, enfermeros, trabajadores humanitarios, profesores y periodistas, gente que es asesinada mientras  espera recibir su ración de comida o huye por donde el ejército israelí le dijo que estaría a salvo; mientras asiste a un herido, rescata el cuerpo de un familiar para sepultarlo dignamente. Quiero que venga ya el día en que este horror se acabe por fin, e intento apoyar con lo que buenamente puedo para que eso ocurra, por poco que sea. Pero ese día no llega. Y la insanía persiste, el genocidio no da tregua. Y cada día el gobierno de Israel parece estar más cerca de su objetivo final, que es el exterminio o expulsión de los palestinos del último reducto de tierra que les queda, bajo la consigna de estar “destruyendo a Hamás”. Y puede hacerlo gracias al manto de impunidad que le ofrecen sus aliados y proveedores de armas en EEUU y una Europa que  dijo “nunca más” después del genocidio nazi, pero 75 años después se reserva el derecho admisión a la categoría de humano. De vuelta en círculo al racismo predicado como verdad científica de finales del siglo XIX y al fascismo la década de 1930.

 Es hoy tristemente célebre la frase del ministro israelí que se refirió a los palestinos como “animales humanos”. Pero se ha dicho menos del artículo del periodista Thomas L. Friedman, en el que compara a los páises árabes con insectos: “Entendiendo el Oriente Medio a través del reino animal”, publicado el 2 de febrero en The New York Times, el diario tal vez más influyente del mundo,  hoy convertido en fuente de terruqueo internacional y una lavandería de la desinformación propalada por el gobierno de Netanyahu. Eso publica el NYT mientras en Gaza hay hambruna, la mayoría de hospitales han sido destruidos y el gobierno israelí mata a un niño cada 15 minutos. Los muertos y heridos suman alrededor de 100.000, el 5 % de la población de Gaza.

 Hace unas semanas sentí esperanzas, cuando Sudáfrica, expresando un clamor mayoritario en el mundo, presentó ante a la Corte Internacional de Justicia una denuncia contra Israel por violación de la Convención de 1949 sobre el genocidio, solicitando medidas provisionales urgentes.  La Corte sentenció a favor de Sudáfrica ordenado a Israel que desista de cualquier acto que pueda considerarse genocidio y permita el ingreso irrestricto de ayuda humanitaria en Gaza.

Aunque no ordenó expresamente el cese del fuego, como lo pedía Sudáfrica, fue una sentencia histórica que quedó, no obstante, opacada por una exitosa campaña mediática lanzada a pocas horas por Israel para desviar la atención sobre la sentencia que los incriminaba. Ahora los principales diarios del mundo se ocupaban de la denuncia de Israel según la cual algunos empleados de la UNRWA —la agencia de la ONU que proporciona servicios, trabajo y ayuda humanitaria a los refugiados en Gaza desde 1949— habrían participado en los ataques de Hamás del 7 de octubre. 

Pese a que la UNRWA separó de inmediato a los supuestamente implicados, ordenando una investigación, EEUU, el mayor aportante a la agencia, anunció la suspensión de sus donaciones y le siguieron 19 países mayormente europeos, sabiendo que la hambruna acecha en Gaza, en franco desacato de sus obligaciones internacionales. Mientras, Israel siguió bloqueando el acceso de embarcaciones con alimentos y bombardeando camiones de la UNRWA en pleno proceso de distribución de víveres, habiendo asesinado ya a cientos de sus empleados y destruido una gran cantidad de sus instalaciones y escuelas.

Pero los países que se rasgan las vestiduras por una denuncia no probada de Israel no se inmutan por eso. EEUU sigue enviando armas a Israel y Biden sigue rehusándose a pedir el cese al fuego, siendo el único país que, como su principal proveedor de armas, podría parar el genocidio, si quisiera, hoy mismo. 

Hoy, Rafah, la única ciudad que queda en pie en la tierra arrasada que es Gaza, alberga 1,4 millones de palestinos refugiados en las condiciones más precarias, porque Israel les dijo que allí estarían a salvo. Pero ya están siendo bombardeados. No solo Israel ha ignorado la sentencia de la CIJ sino que la ha desafiado activamente. Y, en tanto la UNRWA es la principal fuente de apoyo y servicios a la población de Gaza, que consiste mayoritariamente en refugiados de la guerra que en 1948 los expulsó de sus tierras con la creación del Estado de Israel, de quedar desfinanciada tendría que dejar de operar, poniendo en riesgo la vida de más 2 millones de palestinos.

Para Agnés Callamard, secretaria general de Amnistía Internacional, esta guerra marca un punto de inflexión en el orden internacional, tal como lo hemos conocido desde la segunda guerra mundial. En un artículo publicado el 15 de febrero en la revista Foreign Affairs, dice: “Los gobiernos occidentales [que] condenaron los crímenes de Hamás y expresaron apoyo incondicional a Israel” inmediatamente después del 7 de octubre, “debieron haber cambiado su retórica una vez que quedó claro, como lo fue en el acto, que el bombardeo israelí de Gaza estaba matando a miles de civiles”.

Para Callamard,  “todos […], especialmente aquellos con influencia sobre Israel debieron haber denunciado públicamente las acciones ilegales de Israel y llamado un alto al fuego, a la entrega de todos los secuestrados y al rendimiento de cuentas por crímenes de guerra y otras violaciones en ambos lados. Eso no ocurrió”. Callamard considera que, si bien Gaza ha experimentado ya un “desprecio extremo” por  el derecho internacional, la presente guerra marca un giro. “El riesgo de genocidio, la gravedad de las violaciones que se vienen cometiendo, las endebles justificaciones  de los funcionarios electos en las democracias occidentales [….] advierten de un cambio de era”.

“El orden basado en reglas, que ha regido los asuntos internacionales desde la segunda guerra mundial, está de salida y puede no haber vuelta atrás”, concluye. Lo que no significa reducirnos a meros espectadores. De hecho, hoy hay gente movilizada en todo mundo para que se reconozca la humanidad de los palestinos y su derecho a la autodeterminación.

Hace unos días,  Francesca Albanese, Relatora Especial de las Naciones Unidas sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados, declaró al medio Aljazeera:  ”El derecho internacional sin política no es efectivo, pero la política sin el respeto al derecho internacional corre el riesgo de ser criminal”.  Los peruanos, que ya sufrimos esto último, deberíamos ser más capaces de expresar nuestra solidaridad y empatía para con los palestinos.

Cecilia Méndez

Chola soy

Historiadora y profesora principal en la Univ. de California, Santa Bárbara. Doctora en Historia por la Universidad del Estado de Nueva York, con estancia posdoctoral en la Univ. de Yale. Ha sido profesora invitada en la Escuela de Altos Estudios de París y profesora asociada en la UNSCH, Ayacucho. Autora de La república plebeya, entre otros.