Pocas imágenes pueden ser tan perturbadoras para los peruanos como la de anteayer de Ricardo Gareca con la camiseta chilena al asumir el cargo de entrenador de esa selección.
Primero, porque Gareca fue el exitoso entrenador del proyecto liderado desde la Federación Peruana de Fútbol por Edwin Oviedo que logró la clasificación a un mundial después de 36 años, y que casi consigue lo mismo en la siguiente competencia, que se frustró solo por un penal en la definición final.
Segundo, porque la situación actual del equipo peruano no puede ser más calamitosa: últimos en la tabla con solo un punto de 18 posibles, un gol en seis partidos y jugando a nada.
La designación de Juan Reynoso como entrenador fue un fracaso estridente. Y su reemplazo por Jorge Fossati tiene el desafío de construir un proyecto futbolístico que genere confianza. Ojalá lo consiga y que su debut en competencia oficial contra Chile en junio en la copa América no sea traumático.
En un país con escasa credibilidad en las autoridades, Gareca edificó reputación hablando con seriedad y trabajo pensando en el mediano plazo. Se podía discrepar de sus planteamientos, pero proyectaba confianza en la afición y los jugadores, pues se sentía que él estaba al mando y tenía una estrategia.
Tercero, la imagen de Gareca con el buzo chileno es perturbadora porque Chile no solo es rival clásico del Perú, sino que, por las ubicaciones en la tabla, es difícil que les vaya bien o mal, simultáneamente, a ambos equipos.
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Cuarto, porque Gareca quería seguir en Perú —hubiera sido lo más conveniente—, pero eso se frustró por decisiones de la FPF aún no bien explicadas por sus responsables principales: Agustín Lozano y Juan Carlos Oblitas.
Hablando de Chile, hoy se cumplen diez años del fallo del Tribunal de La Haya sobre el diferendo marítimo que fue favorable para el Perú como consecuencia de un esfuerzo de Torre Tagle durante tres gobiernos, como política de estado, que culminó con el liderazgo de los embajadores José Antonio García Belaunde y Allan Wagner.
En el fútbol, como en las relaciones exteriores, y en todas las políticas públicas, es crucial tener liderazgo y políticas de estado que persistan en el tiempo y se ejecuten con seriedad y rigor.