Cuando estaba en el colegio, una de las frases más populares era la atribuida a Antonio Raimondi: “El Perú es un mendigo sentado sobre un banco de oro”. Se volvió un lugar común, casi un mantra, que repartía de manera muy elegante culpa y esperanza al mismo tiempo, y que sugería que de explotar los recursos naturales saldríamos de la situación en la que nos encontrábamos. En último caso, si seguíamos siendo mendigos era porque así lo preferíamos.
Un reciente (y desatinado) comentario de un conductor en el canal oficialista ha revuelto el avispero en torno a cómo salir de la pobreza. Es una nueva versión de la frase atribuida a Raimondi y que reúne los dos aspectos centrales de la misma: (1) las oportunidades están ahí; y (2) si no las aprovechas es porque prefieres seguir siendo pobre. Si bien al menos la frase apócrifa tenía la cortesía de indicar dónde estaba la supuesta riqueza (en los minerales), la del conductor apunta a algo tan gaseoso como “las oportunidades”.
Por supuesto, la frase y el comentario son problemáticos. No solo porque simplifican a nivel de manual de autoayuda un tema complejo y delicado como es el de la pobreza sino que instalan un discurso que considera como “fracasados” a quienes no pudieron escapar de la pobreza. Cómo sacar del subdesarrollo a quienes carecen de oportunidades ha sido uno de los principales desafíos del país en estos doscientos años de vida republicana. En no pocas ocasiones, hemos tenido éxito y una parte importante de los peruanos encontró el camino para salir de la misma.
Pero salir del subdesarrollo y la pobreza no se resuelven con “echarle ganas” o a punta de voluntad personal. Es un proceso muy complejo donde entran factores económicos, sociales y políticos, y donde los proyectos para salir de la pobreza deben partir de políticas de Estado y no solo de un Gobierno. Esto para garantizar que el crecimiento económico vaya acompañado de instituciones que canalicen recursos y las condiciones para que los ciudadanos puedan encontrar las rutas que les permitan crear bases sólidas de ingreso y superación para ellos y sus descendientes.
La pobreza es un asunto estructural que debe ser resuelto con medidas colectivas y de Estado. En algunos casos, los factores que han llevado al subdesarrollo son estructurales porque dependen de factores históricos. En un artículo de 2011 publicado en Apuntes, la economista de Harvard Melissa Dell encontró que la mita minera colonial había generado “efectos persistentes” en el sur andino. Las regiones sujetas a la mita entre Huancavelica y Potosí registraban hasta hace unos años menor consumo doméstico, menor tenencia de tierras y un menor crecimiento en los niños que en aquellas zonas exentas de la mita.
Hay que recordar además que este es un país en el cual hasta hace siglo y medio se podía vender y comprar a personas por su color de piel. Y que solo hasta hace 40 años quienes no sabían leer ni escribir no podían ejercer un derecho tan fundamental como es el voto. La mitad del país (la mujer) recién quedó facultada para votar a mediados del siglo pasado, y no todas. La servidumbre era algo tan normalizado que algunos hogares de clase media y alta de la capital no tenían nada que envidiar a las haciendas o a los sembríos de caucho de hace 100 años.
La pobreza como factor estructural condiciona las oportunidades que tienen las personas para conseguir un mejor nivel de vida. Esto no significa necesariamente un determinismo y que la pobreza sea algo ante lo cual no se pueda hacer nada. Todo lo contrario: los ejemplos sugieren que los factores estructurales pueden ser revertidos con medidas de similar dimensión. Es decir, instituciones como el Estado, el capital privado y los organismos internacionales pueden ayudar a reducir la pobreza.
Esto fue lo que ocurrió durante el periodo 2001-2016, cuando un número importante de peruanos logró salir de la pobreza gracias al crecimiento económico y a un apropiado funcionamiento del Estado en promover servicios públicos y redistribuir la riqueza en zonas alejadas. Instituciones como el Reniec contribuyeron reduciendo la tasa de indocumentación, permitiendo que los nuevos ciudadanos puedan realizar trámites y que existan ante el Estado, algo que no había ocurrido en 200 años de República.
La pandemia, sin embargo, demostró que esos esfuerzos pueden ser fácilmente desmantelados: miles de familias perdieron sus ahorros, otros sus fuentes de ingresos y un grupo importante quedó con secuelas de salud por una infraestructura de salud pública que estaba lejos de responder de manera eficiente frente a la demanda y a la especulación de privados. La inestabilidad política reciente del país tampoco ayuda a enfocarnos en tareas fundamentales como combatir la pobreza. Con presidentes que gobiernan un año en promedio y sin completar su mandato constitucional la prioridad es la supervivencia.
No sorprende entonces que el Banco Mundial haya anunciado en abril del año pasado que “siete de cada diez peruanos son pobres o vulnerables de caer en la pobreza”. Siete de cada diez. Setenta por ciento. Pero el BM también ha sugerido metas concretas para evitar que el país colapse, como mejorar los servicios públicos e infraestructura; afrontar la informalidad y precariedad; y cerrar las brechas de género. Esto último es importante porque el crecimiento económico no siempre se distribuye de manera igual, especialmente entre hombres y mujeres.
Es en este escenario volátil y frágil que varias personas han encontrado la manera de escapar de la situación de pobreza. Lo han hecho con mucho esfuerzo y dedicación, y varios de ellos con sacrificios personales, de modo que, si bien no verán los frutos de manera inmediata, al menos sí lo harán sus hijos y descendientes. Algunos tuvieron que migrar, otros posponer metas personales o adquirir nuevas habilidades. No es necesario ir muy lejos para encontrarlos: a veces nuestras propias familias guardan relatos de superación que comenzaron tres o cuatro generaciones atrás en un lugar remoto del país.
Cada una de estas historias merece nuestro aprecio y debe ser celebrada, por cierto. Pero no es suficiente. La historia de éxito de una sola persona no resuelve el problema, menos aún si esta considera que los demás han fracasado por no haber contado con los mismos recursos, “las oportunidades” (o la suerte) de quien sí lo logró. Cada historia personal es distinta, y a menos que nos demos cuenta de que la única salida es colectiva, seguiremos atrapados en este círculo vicioso.