De nada sirve advertirles a los políticos que nos gobiernan acerca del futuro ecuatoriano que se avecina, literal y figuradamente. Pareciera, antes bien, que eso es precisamente lo que buscan, consciente o inconscientemente. Total, nadie puede alegar una mejor representación que las mafias en nuestro país. Transportistas, mineros, taladores, universidades, todos agrupados bajo el logo de ilegales, hacen de las suyas en el Congreso, el Ejecutivo, la Defensoría y buena parte del Poder Judicial: ¡Ecuador no es su fantasma sino su deseo! El narcotráfico observa con satisfacción el avance de su poder y su control del Estado, sin mayor alharaca. ¿De qué serviría hacer demostraciones de fuerza si el proyecto funciona a la perfección?
A esa clase política, la violencia, la inseguridad y la mentira no les preocupan porque, en su visión de cortísimo alcance, las consideran sus aliadas. La mayoría de peruanos hemos advertido, poco a poco, esta situación catastrófica. La presidenta Boluarte libera de manera ilegal al reo Fujimori y, sin que se le mueva un músculo del rostro, afirma que somos respetuosos de los tratados internacionales, mientras la Corte Interamericana le señala al Gobierno lo contrario. Pareciera el discurso de un androide.
Esto último es solo un ejemplo de los constantes mensajes enloquecedores emitidos desde las más altas esferas de la política. Los medios bajo su control –es decir la mayoría– repiten a coro que quienes protestan por las masacres de hace un año, por ejemplo, son los integrantes de la mafia caviar que anhela recuperar sus consultorías. Tanto lo repiten que cabe preguntarse si no habrán llegado a creerse su disparate. Debo entender, puesto que asumo me ven como un caviar, pese a que no tengo jefes ni subordinados y jamás he tenido una consultoría con el Estado, que Gorriti es mi jefe y soy mermelero por naturaleza, aunque no me haya percatado en todos estos años de trabajo constante en mi consultorio (con pacientes, cabe aclarar).
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Así llegamos a lo que sucede en el inconsciente social de los peruanos.
El filósofo italiano Franco ‘Bifo’ Berardi –invitado al próximo congreso de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis (SPP) en el mes de junio– afirma que el inconsciente no es solo un depósito de materiales reprimidos, sino un laboratorio. Por eso, por ejemplo, la pandemia global del coronavirus, durante la cual murieron millones de personas, tuvo y tiene efectos muy diversos a los que brotaron debido a la epidemia de gripe de Hong Kong, durante la cual murieron casi cuatro millones de personas y hoy casi nadie la recuerda.
Es cierto que en el 68 no existía el turismo de masas ni los frecuentes desplazamientos en avión que propagan los virus a velocidades inimaginables en la década de los sesentas. También por eso, muchos años atrás, durante la pandemia letal de la gripe española, el alcalde Federico Elguera, a inicios del siglo XX, declaró que no había que preocuparse porque “en Lima hasta los microbios se ahuevan”.
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Podría pensarse, vista la aparente falta de reacción de los ciudadanos de a pie ante la captura del Estado por las mafias antes citadas, que esta carencia de reacción es la misma que hace un siglo. No obstante, pienso que ‘Bifo’ Berardi, cuya presentación tendré el honor de comentar en el Congreso de la SPP, está en lo cierto. Ni hemos salido del proceso de duelo colectivo por las muertes causadas por el Covid-19, ni tampoco hemos podido procesar las masacres causadas por las FF. AA. hace un año. Por lo demás, a buena parte de los habitantes de los sectores urbanos modernos les tiene tan sin cuidado, como en la época del Conflicto Armado Interno, donde las matanzas ocurrían en lugares que sentían tan alejados como Siria o Palestina.
Pero, como dicen los jóvenes, “se vienen cositas”. Es en su libro El tercer inconsciente que Berardi sostiene la tesis, inspirada en Deleuze y Guattari, del inconsciente como un laboratorio magmático en constante actividad. Ese trabajo del duelo, del sueño y de la creación, a escala social, produce efectos que solo pueden ser intuidos por los grandes visionarios como William Burroughs o Philip K. Dick. La célebre película Blade runner (1982) de Ridley Scott toma su título de la novela breve escrita por Burroughs, Blade runner (a movie) de 1979, y el relato proviene de la novela de Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968).
En la cumbre de su genio cinematográfico, Ridley Scott logró ensamblar el delirio de Burroughs con la paranoia de Dick y produjo una obra maestra que, en muchos sentidos, presagia el mundo hacia el cual nos dirigimos. Un lugar dominado por el miedo y las pesadillas, en el que la gente se somete a tiranos autoritarios carentes de humanidad, con la esperanza de recibir protección. Sin darse cuenta que de esta manera solo están acelerando la llegada de aquello que tanto temen, pues procede de su propio inconsciente.
Si bien la mayoría de obras aquí citadas han sido producidas en el primer mundo, la “pandemia” se extiende por todo el planeta, tal como sucede con el calentamiento global. Solo que en cada región adquiere características propias. Por eso el psicoanálisis debe tomar en cuenta estos rasgos culturales y no interpretar como si estuviéramos en París o Nueva York.
No tengo cómo saber qué “cositas” se nos vienen. De lo que estoy seguro es que esta aparente calma ante las atrocidades cometidas a diario por quienes dicen gobernarnos está engendrando patologías tan imprevisibles como la del Covid-19. Por el momento solo se observan comportamientos de huida, ya sea real como esos mil peruanos que a diario emprenden una senda para no regresar, o hacia los lugares más remotos del mundo interno, cuyos confines son el autismo o la alexitimia. Es decir, graves carencias afectivas y de lenguaje. Esto es muy engañoso. La destrucción sistemática de nuestro tejido social y la depredación de nuestros recursos traerán consecuencias distópicas (ese es el tema del Congreso de la SPP: “Psicoanálisis en un Mundo Distópico”).
Usé el tiempo futuro, pero lo cierto es que la distopía ya está aquí. Nuestra democracia se fragiliza cada día. Nuestro miedo a salir a la calle es casi tan grande como el que sienten nuestros políticos, quienes no pueden acudir a los lugares que representan por temor a ser linchados. Nos vamos aislando en círculos estrechos de confianza, procurando no pensar en lo que está sucediendo fuera de estos. Al hacerlo, les dejamos las manos libres a los depredadores no solo de nuestra Amazonía (cuyos defensores indígenas son asesinados uno tras otro), sino de nuestro endeble entramado social.
Cierto, Boluarte no es un tirano autoritario, ni siquiera Otárola, que cualquier día de estos puede ser desaforado. Como acota Alberto Vergara, lo que tenemos más bien es un vacío de poder. Esa es una pista para lo que ya debe estar aquí, el vacío mental.
Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".