Tan afilada como la palabra mediocre es la palabra oportunidad en el mismo diálogo. Ambos términos en la boca equivocada propician que figuras como Gianotti usen su ya alcanzado gran momento de éxito —328.000 suscriptores en YouTube— para resumir la historia social del Perú en un asunto de voluntad. El tamaño de su análisis se desborda por las esquinas de un escritorio para tres y no le deja espacio al parámetro estadístico que la ONU creó con el fin de calcular el nivel de vida de una nación: el índice de pobreza humana (IPH).
El IPH, a diferencia de la opinión de un artista-coaching-ontológico-en-proceso, contempla, aparte del salario, las privaciones; es decir, se interesa por el gris oculto bajo el foco led del streaming, pero distinguible ante la luz de una vela que reemplaza al sistema de suministro eléctrico. En medio de esos claroscuros, muchas de las ilusiones se desvanecen con las llamas, y muchas de las llamas ni siquiera alcanzan para que las cabezas de familia, si es que las hay, expliquen el concepto de ilusión.
Y cuando una persona se codea con algo parecido al anhelo y se sujeta como puede a pesar de su escasez, y luego se convierte en un ser ‘increíble’ —es creíble si se le escucha—, ocurre una excepción en la regla. Excepción. Una irregularidad que luce como un romance entre la pobreza y el esfuerzo solo revela la ausencia de derecho. Guerrear y sacrificarse para tomar una ducha dentro de una casa con ambientes divididos le costó años a alguien a quien le debió costar cero. La regularidad que luce como privilegio merece alerta, no fascinación: “Yo conozco a gente maravillosa que ha salido de pueblitos recónditos”.
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Recóndita también la justicia en los códigos compartidos: para algunos, las oportunidades se llaman contactos —vara, argolla, amigo del amigo, compadre—; para otros, las oportunidades son colchones emocionales sobre los cuales sobreviven mientras buscan algo parecido al progreso. Hay distancia entre aquellos cuya salud mental es atendida tras un aló y un depósito, y aquellos cuyo estómago y corazón —lo urgente— deben funcionar al ritmo del SIS. Hasta para cuidar del espíritu se requiere de acceso, de elección y de dinero.
Ante una audiencia con jornadas que quizá sobrepasan las ocho horas y que tiene más de un trabajo para intentar —in-ten-tar— reunir un ingreso proporcional a las necesidades, la afirmación de Gianotti es como el significado de la palabra mediocre: “De calidad media. De poco mérito, tirando a malo”. Y lastima.