Hoy no es un día cualquiera. 29 años pasaron desde esa triste fecha, un 4 de diciembre de 1994, cuando Julio Ramón Ribeyro, uno de los cuentistas más importantes de la literatura peruana, partió a la eternidad.
Tendría hoy 94 años, y habría escrito mucho más con su prosa sobria, ágil, versátil, evocadora, humana, desde esa primera vez, a los 14, cuando redactó Benito, el pescador, a pluma y tinta, en una página de cuaderno.
El domingo 26 de noviembre, en la Feria del Libro de Miraflores, hubo lleno total en el auditorio que lleva el nombre del entrañable autor. El presidente del Club Ribeyro, Pedro Arriola, expuso la historia editorial de La palabra del mudo, una conferencia de conmemoración por los 50 años de la publicación de los tomos I y II de esta obra, junto al gestor cultural e investigador, Luis Rodríguez Pastor (LRP).
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Ese mismo domingo se caminó dos horas por “La ruta Ribeyro”, en Miraflores, de la mano de la escritora Elizabeth Monopoli. Y ayer 3 de diciembre hubo también un nuevo recorrido desde las 12:00 m., con la guía de LRP, por los icónicos lugares donde Julio Ramón ambientó parte de su obra.
El homenaje continúa. Este 4 de diciembre, a las 7:00 p.m., en el auditorio dedicado al flaco, sobrinos directos del escritor y periodista contarán la historia real detrás de los cuentos de La palabra del mudo. Allí estarán Juan Ramón Ribeyro y Gonzalo de La Puente Ribeyro, con la moderación de LRP.
La mejor forma de recordar y homenajear a Ribeyro es leyendo sus cuentos, ensayos, artículos, cartas, aforismos. Así lo entienden también en el Club Ribeyro, quienes religiosamente, cada miércoles de 8 a 10 p.m., analizan sus cuentos y donde “todos aprendemos de todos”.
Y este 6 de diciembre habrá nueva sesión de “Cuentos de miércoles”, la reunión número 188, donde abordarán La estación del diablo amarillo, narración con vivencias reales del escritor. En el encuentro virtual anterior (n° 187) todos disfrutaron la certera reseña del cuento Por las azoteas, en la voz del periodista y experto en archivística Ernesto Carrasco.
Disfrutando su vasta y hermosa obra, Ribeyro vive.