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Opinión

Que se maten entre ellos, por Maritza Espinoza

“Hoy, un hecho igual de escandaloso nos encuentra impávidos, como si el país hubiera sido infectado de un virus de ‘alpinchismo’ pandémico…”.

larepublica.pe
ESPINOZA

Nadie entiende por qué la ciudadanía peruana sigue los recientes acontecimientos con flemática actitud. Hechos de corrupción y abuso de poder que en otros países causarían la caída de presidentes, en el nuestro, son un martes por la tarde. Algo tan rutinario que uno apenas si le presta atención.

Los chats que han develado el entramado de corrupción que encabeza la fiscal Patricia Benavides son, para algunos, el equivalente del vladivideo que se tumbó al régimen de Alberto Fujimori, ese en el que Vladimiro Montesinos compraba al congresista para pasarse a la bancada de Gobierno.

La indignación fue inmediata y allí mismo comenzó a gestarse la ‘Marcha de los Cuatro Suyos’, que, dos meses después, firmó la partida de defunción de la dictadura fujimontesinista. Después de eso, mucha agua corrió bajo el puente, pero a nadie le cupo duda de que la mafia había sido herida de muerte.

Hoy, un hecho igual de escandaloso nos encuentra impávidos, como si el país hubiera sido infectado de un virus de “alpinchismo” pandémico. Y no es porque la organización criminal —o la parte de ella que ha sido desenmascarada por la valiente fiscal Marita Barreto— tenga a alguien que la defienda. Los pocos que todavía se atreven a hacerlo causan risa, pues su único “argumento” es chillar “¡caviares!”, “¡lagartos!”, “¡castillistas!”, “¡terrucos!”, “¡comunistas!”. O sea, el repertorio DBA de siempre.

Pero nadie entiende por qué la ciudadanía, que, en otras ocasiones, ha salido en tropel a las calles, ahora no reacciona y los intentos de explicarlo fracasan en redondo: que la gente tiene miedo de la represión, que está esperando para mantener la tradición de marchar en fiestas, que los afanes del día a día son más gravitantes. Yo tengo una teoría diferente: fascinados por esta exhibición de podredumbre, los peruanos han optado por subirse al balcón para ver cómo estas hediondas serpientes se matan entre ellas.