Imponer una pena que prohíbe trabajar por 8 meses y 15 días debería ser considerado “trato cruel, inhumano o degradante” para usar la fórmula de la conocida convención de Naciones Unidas. Rafael Vela Barba está suspendido, desde el viernes, en el ejercicio de su función como fiscal superior. No puede trabajar en ningún lugar como abogado, mientras dure su suspensión porque, por la naturaleza de su cargo, todo trabajo en el sector privado le genera un conflicto de interés. Solo podría ser docente universitario, pero los procesos de contratación de personal, en diciembre, no le permitirían trabajar hasta marzo o agosto del 2024. Se trata, entonces, de matarlo de hambre. A él y a sus dependientes. Es muy difícil tener ahorros para aguantar tanto tiempo, menos si tu fuente de ingresos exclusiva y excluyente es el Ministerio Público. ¿Por qué se le somete a esta forma moderna de tortura? Porque quieren forzarlo a renunciar. ¿Por qué no lo destituyen? Porque hasta un incompetente jurídico entiende que hacer una declaración pública sobre Keiko Fujimori, ¡hace 3 años!, no es motivo de destitución.
Sabíamos que Vela era la próxima víctima desde hace meses. No es la primera (ahí está Zoraida Ávalos), ni la última. El mismo día, el procurador Soria ha sido expectorado, otra vez, y con los mismos argumentos de la persecución de Aníbal Torres y Pedro Castillo contra él. Seguirá, de todas maneras, la fiscal Marita Barreto y el fiscal José Domingo Pérez. También está en la lista, la JNJ entera, temida por su capacidad de sanción. Todos son víctimas de este mal: la politización de la justicia. Esta se vuelve concreta en un pacto entre la fiscal Benavides, la presidenta Boluarte y un sector mayoritario del Congreso, cuyo único compromiso con la lucha contra la corrupción es taparse entre ellos para no ir presos o impedir que sus líderes terminen en prisión.
El suspendido Vela, ya arrepentido del apoyo que le dio a Patricia Benavides cuando esta removió a la fiscal Revilla porque no quería que investigue a su hermana (la juez que liberó a un tremendo narcotraficante), no ha tenido duda en señalarla como su verduga: “Su liderazgo está contaminado por sus problemas, que la han entregado a una protección de carácter político y mediático que tiene sus propios intereses. Ha dejado de ser autónoma para actuar de acuerdo con sus consignas”.
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Los fiscales del equipo especial Lava Jato (que han anunciado que resistirán sin renunciar) han sido objeto de mis críticas de forma reiterada, lo cual me ha valido hasta sus insultos. Prisiones preventivas como condenas adelantadas, tipos penales estirados como un chicle donde no calzan, lentitud procesal, abuso de la ignorancia legal del periodismo al que han encandilado, muchas veces, con el cuento de que vendrán condenas inmediatas y fantásticas. Lo cierto es que desde el 2017, cuando estalla el escándalo, a hoy, no hay condenas importantes. Hay algunos casos, pocos, en juicio oral y no todos parecen traer un triunfo para la Fiscalía.
Sin embargo, los castigos a estos fiscales solo anticipan una cosa: no se están sancionando sus errores. Se está protegiendo a los políticos que ellos investigan y eso incluye desde la fiscal de la Nación hasta la presidenta de la República, su presidente del Consejo de Ministros, buena parte del Congreso y varios partidos políticos también procesados. Es el triunfo de la corrupción política y esa mancha no se lava rumiando “caviar, caviar, caviar”.
No es casualidad que la misma semana que el Congreso pretende abolir las PASO y dejarnos sin la única reforma que podría haber mejorado la calidad de candidatos a elegir, se disparan las sanciones de la ANC y del Minjus. “Esta democracia ya no es democracia”, como dice la canción. Se ha abierto la caja de Pandora y todos los males avanzan sobre esta tierra. Si es malo para el Perú y bueno para el pacto de Gobierno, tengan por seguro que se aprobará. Inseguridad, asesinatos, recesión, hambre, desempleo, corrupción son tragedias del día a día, pero más trágico aún, la pasividad con la que la población todo lo soporta en silencio. Al fondo de la caja, dice el mito, queda la esperanza. Tal vez, después de tanto abuso de poder, el pueblo abra los ojos. Tal vez.