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El odio al espacio público, por Jorge Bruce

“La dignidad, los derechos, el bienestar público no son negociables. Quien los agrede, sepa que encontrará una comunidad dispuesta a reemplazarlo por una persona idónea”.

En el absurdo sistema municipal limeño, la capital está dividida en 43 distritos, cada uno de los cuales tiene su respectivo alcalde. De este modo, el caos está garantizado, pues cada uno de esos reyezuelos hace lo que se le viene en gana con su feudo. Si por ventura los vecinos eligen a un buen alcalde, esto no resuelve el problema de fondo aunque ayude. Si, como es el caso del alcalde de Lima, dicho burgomaestre es un inepto que arrastró en las elecciones a una serie de mediocres cuyo guía es el finado Castañeda, pues tenemos a gente como Carlos Canales, el alcalde de Miraflores.

Comencemos por decir que había opciones mucho más apropiadas para ocupar el cargo, pero el sistema de votación, en el cual la mayoría de vecinos no conocen a los candidatos, hace que elijan a los seguidores del que prometía que Lima sea potencia mundial. Debieron haber sospechado de ese eslogan, pues es un contrasentido flagrante: Lima es una ciudad y no un país. A nadie se le ocurre decir San Pablo o París, potencia mundial. De modo que estábamos advertidos desde el saque de lo que se nos venía: una administración disparatada en la que se regalaban promesas sin sentido, como golosinas en pleno duelo de Ayacucho.

De este modo los miraflorinos nos encontramos en el palacio municipal con un personaje que hace declaraciones aún más absurdas que las de su jefe: “En Miraflores se roban muchos celulares porque valen cinco veces más”. Pero eso sería lo de menos, si es que se limitara a exhibir su escasa capacidad de análisis y resolución de problemas. No solo se muestra impotente ante la crisis de inseguridad, sino que destina los recursos municipales a empeorar la situación.

Aquí va una pequeña muestra de esos despropósitos. Las entrañables bioferias, lugares de encuentro y disfrute, además de una oportunidad para pequeños comerciantes, han sido reducidas a dos por mes. La del parque Reducto, a la que suelo asistir, tiene años distribuyendo productos valiosos y nutritivos. Pero sobre todo es un espacio de socialización entre comerciantes y vecinos, y entre los propios vecinos que vamos con alegría a uno de esos lugares cada vez más escasos en Lima. ¿Por qué reducirlos con la obvia intención de desaparecerlos?

Por la misma razón que lleva a Canales (debería cambiar su apellido por Bloqueos) a clausurar los parques, impidiendo que los miraflorinos practiquen actividades tan peligrosas como bailar zumba, hacer yoga, encontrarse con sus vecinos que también pasean a sus perros (cada vez hay más grupos de amigos que se encuentran debido a sus canes, incluso he sabido de un grupo que por Navidad celebró la fiesta del perrito secreto) o, la más reciente, hacer skateboard. Asimismo, clausurar el estadio Bonilla o hacer un centro de convenciones.

Todos hemos visto esas escenas de arbitrariedad suprema, en las que los agentes de Serenazgo impiden que la gente ocupe los parques públicos, como si fueran propiedad del municipio. Lo cual nos lleva a preguntarnos qué pretende este príncipe salido de Shrek. Recuerden a ese personajillo intentando compensar su reducida talla con abusos, maltratos y torturas. Ya conocen la broma: el que se compra un vehículo grande es porque tiene algo chico. No lo digo de manera literal sino figurada: la pequeñez en el mundo interno significa envidia, mezquindad, en última instancia odio al disfrute y el esparcimiento de la gente de a pie. O bien el caso, para seguir con las referencias cinematográficas, del rey Théoden en El Señor de los Anillos, cuya mente está poseída por una pulsión maligna que lo aleja de la realidad.

En este punto es indispensable hacer una cuestión previa, como solía decirse en las asambleas universitarias: Miraflores es uno de los distritos más privilegiados del Perú. Si así se comporta su alcalde, es de imaginar lo que ocurre en distritos mucho menos favorecidos en términos de recursos. Aunque no dudo que en algunos de ellos hay alcaldes que hacen mejor su trabajo, pese a sus limitaciones. Porque lo que se observa en Miraflores puede servir –espero que así sea– como ejemplo de lo que no hay qué hacer. Permitir a una persona ensoberbecida de poder y atrapada por una ideología obtusa y narcisista destruir el espacio público, privando a los miraflorinos -que no son todos unos magnates, claro está–, de salir a tomar aire puro, hacer deporte, divertirse o simplemente pasear y encontrarse.

El espacio público es el antónimo de la propiedad privada. Es algo que nos pertenece a todos, miraflorinos o no. Es un ámbito en el que se producen encuentros, se anudan vínculos, se enriquece la vida en una ciudad cada vez más difícil de habitar. Los ataques a ese espacio compartido evidencian una actitud clasista y racista. En el imaginario de ese pequeño funcionario, solo tienen derecho a utilizarlo quienes cumplan con los requisitos anticonstitucionales que pueblan su mente corroída por una concepción de club excluyente. En el escenario ideal del señor que ocupa el palacio municipal en el parque Kennedy (¿cuándo le cambian el nombre, dicho sea de paso? Ahí cerca vivieron Porras o Palma), solo personas de tez blanca y perros finos tienen derecho a utilizar los parques y dar un respiro a sus vidas. Los demás, que se queden en sus distritos, pues Miraflores (“Limaflores” era el eslogan de campaña del alcalde Muñoz) es para quienes poseen celulares caros y en verano acuden a casas en Asia (otro de esos nombres que desafían el sentido común).

Es tiempo de recordar que los vecinos no estamos condenados a sufrir pasivamente las exacciones y el odio a la vida de este error electoral. La revocatoria de los alcaldes (www.revoca.pe/miraflores) es el instrumento que la democracia pone a nuestro alcance para rectificar y advertir a quien lo sustituya. Si queremos dejar de ser Miraflores y convertirnos en Miracemento, solo tenemos que permanecer cruzados de brazos, mientras la actual administración destruye el tejido social de nuestro distrito. El alcalde nos ha traicionado y cuenta con la pasividad o el miedo reinantes en esta atmósfera de amenazas cada vez más descaradas e impunes, a quienes osen levantarse y luchar por sus derechos.

Algunos párrafos atrás recurrí al vocablo “exacciones”: cobro injusto y violento (DRAE). Pagar arbitrios e impuestos municipales está muy bien, siempre y cuando se nos brinden los servicios que estamos solventando. Pero si, por el contrario, ese dinero se emplea para que el Serenazgo impida que los vecinos hagan uso de lo que nos pertenece a todos y nos hace bien, entonces ha llegado la hora de levantarnos y alzar la voz. No sería la primera vez, además. Enviemos a ese empleado municipal el memo de sus jefes –nosotros los vecinos– indicándole que su trabajo hace exactamente lo contrario de lo que necesitamos.

La dignidad, los derechos, el bienestar público no son negociables. Quien los agrede, sepa que encontrará una comunidad dispuesta a reemplazarlo por una persona idónea. Es decir, capaz de escuchar a los vecinos y trabajar para ellos. No para su ideología excluyente y omnipotente.

larepublica.pe
Jorge Bruce

El factor humano

Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".